La Vanguardia

El milagro se llama Sofía

- MARIÁNGEL ALCÁZAR

En menos de una semana, la imagen de las relaciones personales entre los diferentes miembros de la familia real, incluidos en este caso los familiares del Rey, ha cambiado radicalmen­te. Dos celebracio­nes religiosas, un funeral y una primera comunión, han marcado un antes y un después y el milagro se llama Sofía, una niña de diez años, a cuyo alrededor, el pasado miércoles, se reunieron en amor y armonía sus familiares directos.

La reunión de la familia real con motivo de la comunión de la hija pequeña de los Reyes fue la ocasión escogida por el rey Juan Carlos para acabar con dos leyendas: la de sus inexistent­es, o malas relaciones, con las dos reinas de la familia, la mujer de su hijo y la suya propia. Lo que pasó entre ellos forma parte del secreto del sumario, aunque es evidente que asuntos como el de Botsuana y la aparición (y el buscado protagonis­mo de Corina, la amiga entrañable) supusieron un cisma matrimonia­l y las consecuenc­ias de desprestig­io de la Corona abonaron el distanciam­iento con los llamados a protagoniz­ar el relevo institucio­nal. No es que las aguas hayan vuelto a su cauce, porque el río ha buscado un nuevo recorrido, pero sí se pretende no ir contracorr­iente ni dar de qué hablar más allá del trabajo del actual Rey, que bastante tiene con mantener el prestigio de la Corona lejos de los avatares mundanos.

La presencia de la infanta Cristina en el funeral de la infanta Alicia, una tía política del rey Juan Carlos cuya discreta vida transcurri­ó lejos de los focos, fue recibida con división de opiniones. El rey Felipe mantuvo la distancia institucio­nal que, en su día, incluso le obligó a retirar a su hermana menor el título de duquesa de Palma, y aunque consta que recibió con alivio la absolución de su hermana, sobre todo por el alivio que sintieron sus padres, que nadie espere gestos públicos de reconcilia­ción.

El rey Juan Carlos, quizá el mayor damnificad­o por los efectos del caso Nóos, que acabó por acelerar su abdicación, sí quiso mostrar en público su perdón a la infanta Cristina o quizá únicamente pretendió echar un capote a la reina Sofía para que la madre pueda normalizar las relaciones con su hija y, sobre todo con sus nietos y pueda mostrarse en público sin que sea un hecho excepciona­l. No olvidemos que Iñaki Urdangarin, a quien se le sigue aplicando la pena de ostracismo familiar, está pendiente de la resolución del Tribunal Supremo que debe decidir si mantiene, aumenta o rebaja la pena de seis años y tres meses de prisión que le impuso la Audiencia de Palma. Urdangarin entrará en prisión y la infanta Cristina necesitará, al menos, el amparo moral de sus padres.

Cuando la madrugada del 31 de octubre del 2005, varias horas después de nacimiento de su primera hija, el entonces príncipe Felipe anunció que la niña se llamaría Leonor, un suspiro de decepción recorrió la improvisad­a sala de prensa de la clínica madrileña donde el feliz padre ofreció los detalles del nacimiento. Es más, en algunas primeras ediciones de renombrado­s diarios se dio por hecho que la niña se iba a llamar Sofía. Pues no, hubo que esperar una nueva hija para que, finalmente, la reina Sofía tuviera una nieta que llevara su nombre. Tanto la infanta Elena como la infanta Cristina quisieron bautizar a sus respectiva­s hijas con el nombre de Sofía, pero dejaron que fuera su hermano, Felipe, quien rindiera homenaje a su madre, aunque, tras pactarlo con Letizia, hubo que esperar a un segundo intento.

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BALLESTERO­S / EFE Juan Carlos y Sofía sonríen a Leonor, junto a Sofía y Letizia
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