La directora del mejor colegio de Catalunya
DIRIGE EL CENTRO JOAQUIM RUYRA, SITUADO EN UN BARRIO COMPLICADO DE L’HOSPITALET DE LLOBREGAT, CON ESCASOS RECURSOS Y GANADOR DEL PREMIO MEJOR ESCUELA CATALANA 2017
Confucio dijo: “Si amas lo que haces, nunca será un trabajo”. Esa ha sido la constante de Raquel García. No se levanta pensando en “tener que ir a trabajar”, sino en todos los proyectos que tiene por delante y en los retos a los que le tocará enfrentarse. Es la directora del colegio Joaquim Ruyra, un centro de l’Hospitalet de Llobregat que desafía todos los dogmas de la educación y que ha conseguido el premio Mejor Escue(pueden la Catalana 2017 que impulsa la fundación del Cercle d’Economia.
Nació en los 60 en Barcelona. Su padre fue carpintero y su madre charcutera, pero ella siempre quiso ser maestra. Se graduó en Magisterio en la Universidad de Barcelona y en Psicopedagogía en la Blanquerna.
A los treinta empezó a trabajar en el Joaquim Ruyra como profesora de educación especial. Tras haber pasado por varios cargos –coordinadora de infantil, primaria, lengua intercultural y cohesión social, y je- fa de estudios– en el 2014 asumió la dirección del centro y, desde su llegada, las cosas no han hecho más que mejorar.
El Joaquim Ruyra se construyó en la Florida –uno de los barrios más complicados de l’Hospitalet– en 1974, fruto de las migraciones del momento. El barrio estaba formado por familias de clase obrera, procedentes de diferentes partes de España. En el 2000, como consecuencia de otro boom migratorio, se incorporaron muchas familias de origen extranjero. El resultado: un barrio con nacionalidades y culturas diferentes, viviendas precarias y problemas económicos. El colegio tan sólo era su reflejo. “Nosotros pasamos de tener algún alumno de origen extranjero a tener el 92% de estudiantes procedentes de otros países”, cuenta Raquel García en una entrevista con La Vanguardia.
Y eso, como centro, les obligó a reinventarse. “Pensamos que, con el cambio de población y de situación del barrio, si no cambiábamos las estrategias, aquello que nos había funcionado hasta el momento... dejaría de funcionar”. Así que en el 2009 empezaron con un nuevo proyecto educativo con el objetivo de mantener los buenos resultados académicos y potenciar la convivencia entre diferentes culturas y procedencias. “Trabajamos como una comunidad de aprendizaje”.
Las clases de materias instrumentales (castellano, catalán, matemáticas e inglés) se dividen en cuatro grupos de trabajo que desarrollan un ejercicio durante 20 minutos. Una vez transcurrido el tiempo, cambian de actividad. Utilizan todo tipo de material –desde libros de texto hasta robótica– “para ofrecer a los niños posibilidades de ser competentes, saber moverse y aprender”. En las aulas siempre hay dos profesores y dos voluntarios ser familiares o vecinos). “Nosotros ya no tenemos que decir ‘voy a llamar a tus padres’ porque nos vemos a diario”, asegura.
Actualmente, hay un 40% de movilidad de alumnos. Al ser un barrio precario se ha convertido en un lugar de paso para muchas familias, mientras que otras muchas viven de forma ocupada. Un 92% de sus alumnos son extranjeros, con un total de 28 nacionalidades distintas, cada una “con su cultura, su religión, su etnia, su manera de pensar, de sentir y de querer”. La mayor parte de las familias tienen dificultades económicas y el 90% de los alumnos reciben beca de comedor.
Conviven con estos datos y aún así obtienen mejores resultados que muchos colegios de élite. A Raquel no le gusta hablar de dificultades, prefiere hablar de retos. “Hemos sabido incorporar el enriquecimiento del entorno y su inteligencia cultural para el beneficio de las aulas y los alumnos ”. Asegura que para generar buena convivencia, el colegio ha de abrirse al barrio. En el momento en que los dos mundos se mezclan, la conflictividad desaparece. “Cuando las personas conviven, los estereotipos caen. Dejas de ser la paya, la romana o el pakistaní para ser María, Nasha o Walter”.
Raquel está casada desde hace 21 años con un profesor y es madre de dos hijos. Se define como una persona activa, motivada, valiente, serena y con escucha. Para ella, el éxito reside en las “altas expectativas” y su objetivo es “que todos los niños sean lo que quieran de mayores pero que sean los mejores”.
Si tuviera una bola de cristal, se imaginaría el Joaquim Ruyra dentro de diez años con la misma inquietud y anhelo de evolución. Es decir, una casa a medio terminar que le gustaría que estuviera siempre en construcción.
En las aulas siempre hay dos profesores y dos voluntarios, que pueden ser familiares o vecinos