La ministra Françoise
Cada día, a las siete de la mañana, bajo al portal de casa a recoger mi ejemplar de La Vanguardia. Soy suscriptor. Me gusta desayunar con el diario: a Màrius Carol hay que leerlo con un par de cruasans decentes, más que decentes, del mismo modo que al amigo Gregorio hay que leerlo con un esmorzar de forquilla, con un civet de jabalí, a ser posible. Pues bien, el jueves (18 de mayo) fui a por mi diario y, mientras me zampaba unos huevos estrellados, busqué en las páginas de Internacional la crónica de Rafael Poch, nuestro corresponsal en París. Tenía curiosidad por saber cuál era el nuevo ministro, o ministra, de Cultura del Gabinete francés tras la elección del joven Emmanuel Macron a la presidencia de la República francesa. “Macron realiza la gran coalición en Francia con un gobierno transversal”, rezaba el titular. Gérard Collomb en Interior, François Bayrou en Justicia, Bruno Le Maire en Exteriores. Todo encajaba. Pero, ¿quién demonios se hacía con el ministerio de Cultura? Rien de rien. Por un momento pensé que nuestro corresponsal en París, consciente de que en nuestros debates electorales –como se ha denunciado en más de una ocasión– apenas se habla de la cultura, vamos, que importa un carajo, optó por ahorrarnos el nombre del nuevo ministro o ministra de la Cultura francesa. Total, que me dejó insatisfecho y curioso por saber a quién Manu, lector apasionado –eso dice él– de René Char, el joven esposo de Bibi –su profesora de francés, con la que habían hecho juntos teatro de aficionados, en el más noble sentido de la palabra– había escogido para hacerse cargo de la Cultura durante su quinquenato. Porque, si bien en Francia también se habla muy poco de la cultura en las contiendas electorales, es bien sabido que entre la sociedad francesa el mundo cultural tiene todavía –y si no es verdad me gustaría que lo fuese– un peso del que aquí carecemos.
Al día siguiente, viernes, tuve más suerte. En la crónica de nuestro corresponsal –“La derecha francesa acoge con gran satisfacción (yo diría con cabreo, porque van a por ella, a destruirla) el Gobierno de Macron”, rezaba el titular– aparecía por fin la ministra, una mujer, de Cultura: Françoise Nyssen. Rafael Poch le dedicaba un par de líneas: “La editora Nyssen es valorada como dirigente de un importante negocio editorial”. Pero, ¿quién es la editora Nyssen y qué es ese importante negocio editorial?
Françoise Nyssen (Bruselas, 1951). A esa señora, si no recuerdo mal, la conocí en AviArlés– ñón, en el festival de Aviñón, el año 81 o 82, poco después de que se incorporase a Actes Sud, la editorial de su padre, Hubert Nyssen, “la petite maison d’édition d’Arles”. Eso debió ser en 1978. Françoise es la responsable de que aquella “petite maison” sea hoy una editorial que se codea con las grandes: Gallimard, Grasset, Seuil… No sé de qué partido llega –si es que llega– Françoise Nyssen, pero su elección al frente de la Cultura francesa encaja perfectamente con la imagen del joven Macron. En 1915, Actes Sud se hizo con el Goncourt (Boussole, de Mathias Enard) y con el Nobel (Svetlana Aleksiévitx), pero lo que tal vez no saben los lectores de este diario es que Actes Sud es la editora de Jaume Cabré (Voyage d’hiver, Sa Seigneurie), de Albert Sánchez-Piñol (Victus, Barcelone 1714) y, agárrense, de Lluís Llach (Les yeux fardés, Les femmes de La Principal).
Jaume Cabré, un nobelable, el nobelable catalán, y Lluís Llach, la estacada independentista. ¡Quién podía imaginarse que el joven Macron, mediante la Françoise de Actes Sud, la nueva ministra de Cultura francesa, nos obsequiase con algo tan esperanzador! ¿A qué esperan los consellers Raúl Romeva y Santi Vila para ir a París –vía para zamparse un esmorzar de forquilla con la nueva ministra de Cultura de los franceses?
PS. La editorial Ara Llibres acaba de publicar Ara comença tot, una extensa entrevista, cerca de trescientas páginas, de Lluís Homar con el periodista Jordi Portals. No es habitual, al menos entre nosotros, que una gran figura de la escena se confiese en un libro. Ojalá hubiese más de un Lluís Homar capaz de contarnos, con la sinceridad, la valentía y la nobleza, con que Lluís nos cuenta su experiencia vital y profesional. También sería de desear que muchos alumnos del Institut del Teatre, que no solamente van encaminados hacia los escenarios, se dedicasen a ofrecernos, como en el caso de Jordi Portals, la vida, las miserias y las alegrías, de las grandes figuras de nuestra escena. El libro de Lluís Homar es un caso excepcional: no sólo por cómo nos habla de él, de su lucha por llegar a ser un Marlon Brando catalán, sino por la claridad y la proximidad con que nos describe el mundo del Teatre Lliure, en el que él se formó, y nos habla de su relación con Anna Lizarán y Fabià Puigserver, al que acompañó en su lecho de muerte y al que describe con unas palabras con las que todos comulgamos. Como viejo espectador de teatro, me reconcilio con él a través del inesperado y emotivo libro-entrevista de Lluís Homar. “He trigat quaranta anys a saber, o a intuir si més no, perquè vull fer les coses. I és ara quan començo a entendre quin sentit té tot plegat i és ara, sobretot, que començo a saber cap a on vull anar”, le dice Lluís Homar a Jordi Portals. Si sabe a dónde quiere ir, yo le diría que ya ha llegado: el gran Homar, nuestro Lluís Homar.
La elección de Nyssen al frente de la Cultura francesa encaja perfectamente con la imagen del joven Macron