La Vanguardia

Rubén Hernández

Boom de libros de H.D. Thoreau, pionero de la ética medioambie­ntal y del inconformi­smo civil

- JOSEP MASSOT

EDITOR

Errata Naturae es la editorial que más ha protagoniz­ado el retorno a las librerías españolas de H.D. Thoreau, de quien reedita varios clásicos que lo reivindica­n como precursor del ecologismo actual y el movimiento de la desacelera­ción.

Nunca se había ido del todo, especialme­nte en su país, Estados Unidos. Y hoy es un faro universal del siglo XXI. Para miles de personas de todos los países, Walden. La vida en

los bosques, de Henry David Thoreau, es, más que una biblia –no es tiempo de dogmas–, un libro que les ha cambiado su manera de ser y estar en el mundo. Su irrupción en España ha sido gradual. Primero sus libros más conocidos, después textos dispersos y, este año, coincidien­do con su bicentenar­io, una avalancha, encabezado­s por la editorial Errata Naturae.

La fiebre Thoreau ha conseguido romper el cliché con el que se quería esteriliza­r su pensamient­o. Su estancia de dos años, dos meses y dos días en una humilde cabaña, viviendo una vida en contacto con la naturaleza, no obedecía a una utopía arcádica, un retorno a un edén que no existe, ni tampoco a una huida de las ciudades deshumaniz­adas, sino a una búsqueda profunda de sí mismo aprendiend­o de las lecciones de la naturaleza, sin olvidar que no estaba solo en el mundo. Su emboscamie­nto no fue un retiro monacal: “No sólo se bañaba en el agua helada del lago o contemplab­a las ardillas, sino que también recibía visitas de amigos, daba conferenci­as, iba a cenar, se enteraba de los chismes de la comarca...”, dice Toni Montesinos, que acaba de publicar El triunfo de los principios.

Cómo vivir con Thoreau (Ariel). Ramon Alcoberro, prologuist­a de la edición catalana (Símbols Editors y Butxaca), dice que “por medio del libro se ha querido explicar a muchas generacion­es de ciudadanos libres que la conciencia tiene siempre prioridad sobre la convenienc­ia”. “El lector que ha pasado por la experienci­a del Walden se vuelve escéptico con respecto a un cierto culturalis­mo, porque en la sociedad, como dice en el libro, ‘ficciones y delirios se toman por verdad, mientras que la realidad nos parece fabulosa’. La naturaleza, en cambio, tiene un valor canónico; nos devuelve la inmediatez de las cosas reales que la abstracció­n intelectua­lizada nos había hecho perder. Walden invita a una afirmación jubilosa de veneración por la vida, a la vez que propone un estilo de relación responsabl­e con la tierra, sustentada en la construcci­ón del carácter moral. Literatura, experienci­a vital y moral civil en este caso están inseparabl­emente unidas”. “El de Thoreau –dice Alcoberro– es un liberalism­o que defiende la individual­idad fuerte, la self-reliance, que no se basa en el individual­ismo sino en la cooperació­n, en la medida que ‘cooperar significa ganarnos el pan conjuntame­nte’, y que implica, además, compartir una fe nacida de la emoción que produce la belleza del bosque.”

El biólogo Edward Wilson, autor de Consilienc­e, escribió una carta a Thoreau desde la cabaña de Walden Pond: “El mundo natural está en todas partes desapareci­endo ante nuestros ojos. Nadie en su tiempo podía imaginar un desastre de esta magnitud”. Y. pese a todas las advertenci­as, la catástrofe medioambie­ntal avanza inexorable cada año. “Vamos hacia los funerales de la humanidad como si fuera un fenómeno natural”, decía Thoreau.

El escritor norteameri­cano, discípulo de Ralph Waldo Emerson y amigo de Walt Whitman, fue un pionero de la resistenci­a pasiva –incluyendo el derecho a la pereza, antes que Paul Lafargue– y también de la desobedien­cia civil no violenta, que influyó en Martin Luther King y Gandhi. Fue encarcelad­o por negarse a pagar impuestos de un estado que iba a la guerra con México y mantenía la esclavitud y el linchamien­to de negros. Quería así demostrar que si uno pasa a la acción, si se transforma en su interior y adquiere una conciencia moral, puede acabar transforma­ndo al colectivo y, tal vez, al mundo. No basta con hacer el bien, un bien entendido como radicalmen­te opuesto a la filantropí­a, sino que –decía– no hay que colaborar con quien practica el mal, no hay que ser cóm-

plices, mediante el silencio o cerrando hipócritam­ente los ojos, con todos aquellos que atentan contra la dignidad del ser humano. Doscientos años después, no faltan causas a las que aplicar esta crítica.

Toni Montesinos dice que Thoreau tiene lectores que acuden a sus textos por motivos diferentes. Siempre empieza como una experienci­a individual, algo que toca íntimament­e a cada lector, y después éste acaba generaliza­ndo y tomando conciencia, abandonand­o el servilismo. Uno de los motivos de su seducción es la defensa de la libertad de pensamient­o y de crítica. “No perdonaba una –dice Montesinos– y ayuda a que uno piense por sí mismo”. Y a dejar de admirar al poderoso por ser poderoso y a cuantos tienen como único mérito la exposición de sus pertenenci­as o a los que exhiben la caridad para buscar el aplauso.

“El mejor gobierno, decía Thoreau, es aquel que no controla lo que piensas ni tus medios para ganarte la vida. Él desconfiab­a de una sociedad que fabrica puestos de trabajo ilusorios o sueldos indignos, cuando lo que tendría que hacer es ayudarnos a ser más felices”, comenta Montesinos. O, con palabras del autor, “hay que desconfiar de una sociedad y un gobierno que te paga para que seas menos que una persona, que te enseña a levantar una casa, pero en la que no te sentirás nun- ca a gusto”. “A los que vivimos en esta época –opinaba Thoreau hace ya 150 años– nos ha tocado alimentarn­os con rebanadas de pan espiritual cada vez más finas”.

El autor de Walden no fabricó teorías ni idealizó la naturaleza.. Caminar entre los chopos y nogales, oír el rumor del río, observar el vuelo de los pájaros, el paso de las estaciones, el viento o la lluvia, los animales que buscan su subsistenc­ia, sentirse en armonía con ese mundo natural, le permitía –según Montesinos– dar forma a sus ideas. En el silencio del bosque oía a lo lejos el silbido del ferrocarri­l. Mientras Emerson se felicitaba porque así podía viajar más rápido a Boston, Thoreau creía que se había destruido algo y que la máquina, en vez de liberar al ser humano, iba a ser utilizada para ponerlo a su servicio. Amaba tanto la vida natural, que se hizo vegetarian­o para no alimentars­e a costa de la muerte de un ser vivo y utilizaba maderas y troncos sueltos para intentar no talar ningún árbol.

La fiebre Thoreau coincide con un boom de libros sobre la vida de la naturaleza. Con el planeta en degradació­n constante, una vida urbana que favorece las neurosis, un mundo regido por la ley del beneficio y con el ser humano camino de ser puesto a competir con máquinas y cyborgs, se extiende la nostalgia por la idea que alguna vez se tuvo de lo que quería ser la humanidad.

ADELANTADO A SU TIEMPO Fue un precursor de la resistenci­a pasiva y la desobedien­cia civil que influyó en Gandhi

POR QUÉ AHORA La fiebre Thoreau coincide con la nostalgia por la idea de lo que quería ser la humanidad

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HULTON ARCHIVE / GETTY Retrato de época de Henry David Thoreau
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MINT IMAGES-ART WOLFE / GETTY Parque Nacional de Bahía de los Glaciares en Alaska, un paisaje idílico como el de ‘Walden’

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