Rubén Hernández
Boom de libros de H.D. Thoreau, pionero de la ética medioambiental y del inconformismo civil
EDITOR
Errata Naturae es la editorial que más ha protagonizado el retorno a las librerías españolas de H.D. Thoreau, de quien reedita varios clásicos que lo reivindican como precursor del ecologismo actual y el movimiento de la desaceleración.
Nunca se había ido del todo, especialmente en su país, Estados Unidos. Y hoy es un faro universal del siglo XXI. Para miles de personas de todos los países, Walden. La vida en
los bosques, de Henry David Thoreau, es, más que una biblia –no es tiempo de dogmas–, un libro que les ha cambiado su manera de ser y estar en el mundo. Su irrupción en España ha sido gradual. Primero sus libros más conocidos, después textos dispersos y, este año, coincidiendo con su bicentenario, una avalancha, encabezados por la editorial Errata Naturae.
La fiebre Thoreau ha conseguido romper el cliché con el que se quería esterilizar su pensamiento. Su estancia de dos años, dos meses y dos días en una humilde cabaña, viviendo una vida en contacto con la naturaleza, no obedecía a una utopía arcádica, un retorno a un edén que no existe, ni tampoco a una huida de las ciudades deshumanizadas, sino a una búsqueda profunda de sí mismo aprendiendo de las lecciones de la naturaleza, sin olvidar que no estaba solo en el mundo. Su emboscamiento no fue un retiro monacal: “No sólo se bañaba en el agua helada del lago o contemplaba las ardillas, sino que también recibía visitas de amigos, daba conferencias, iba a cenar, se enteraba de los chismes de la comarca...”, dice Toni Montesinos, que acaba de publicar El triunfo de los principios.
Cómo vivir con Thoreau (Ariel). Ramon Alcoberro, prologuista de la edición catalana (Símbols Editors y Butxaca), dice que “por medio del libro se ha querido explicar a muchas generaciones de ciudadanos libres que la conciencia tiene siempre prioridad sobre la conveniencia”. “El lector que ha pasado por la experiencia del Walden se vuelve escéptico con respecto a un cierto culturalismo, porque en la sociedad, como dice en el libro, ‘ficciones y delirios se toman por verdad, mientras que la realidad nos parece fabulosa’. La naturaleza, en cambio, tiene un valor canónico; nos devuelve la inmediatez de las cosas reales que la abstracción intelectualizada nos había hecho perder. Walden invita a una afirmación jubilosa de veneración por la vida, a la vez que propone un estilo de relación responsable con la tierra, sustentada en la construcción del carácter moral. Literatura, experiencia vital y moral civil en este caso están inseparablemente unidas”. “El de Thoreau –dice Alcoberro– es un liberalismo que defiende la individualidad fuerte, la self-reliance, que no se basa en el individualismo sino en la cooperación, en la medida que ‘cooperar significa ganarnos el pan conjuntamente’, y que implica, además, compartir una fe nacida de la emoción que produce la belleza del bosque.”
El biólogo Edward Wilson, autor de Consilience, escribió una carta a Thoreau desde la cabaña de Walden Pond: “El mundo natural está en todas partes desapareciendo ante nuestros ojos. Nadie en su tiempo podía imaginar un desastre de esta magnitud”. Y. pese a todas las advertencias, la catástrofe medioambiental avanza inexorable cada año. “Vamos hacia los funerales de la humanidad como si fuera un fenómeno natural”, decía Thoreau.
El escritor norteamericano, discípulo de Ralph Waldo Emerson y amigo de Walt Whitman, fue un pionero de la resistencia pasiva –incluyendo el derecho a la pereza, antes que Paul Lafargue– y también de la desobediencia civil no violenta, que influyó en Martin Luther King y Gandhi. Fue encarcelado por negarse a pagar impuestos de un estado que iba a la guerra con México y mantenía la esclavitud y el linchamiento de negros. Quería así demostrar que si uno pasa a la acción, si se transforma en su interior y adquiere una conciencia moral, puede acabar transformando al colectivo y, tal vez, al mundo. No basta con hacer el bien, un bien entendido como radicalmente opuesto a la filantropía, sino que –decía– no hay que colaborar con quien practica el mal, no hay que ser cóm-
plices, mediante el silencio o cerrando hipócritamente los ojos, con todos aquellos que atentan contra la dignidad del ser humano. Doscientos años después, no faltan causas a las que aplicar esta crítica.
Toni Montesinos dice que Thoreau tiene lectores que acuden a sus textos por motivos diferentes. Siempre empieza como una experiencia individual, algo que toca íntimamente a cada lector, y después éste acaba generalizando y tomando conciencia, abandonando el servilismo. Uno de los motivos de su seducción es la defensa de la libertad de pensamiento y de crítica. “No perdonaba una –dice Montesinos– y ayuda a que uno piense por sí mismo”. Y a dejar de admirar al poderoso por ser poderoso y a cuantos tienen como único mérito la exposición de sus pertenencias o a los que exhiben la caridad para buscar el aplauso.
“El mejor gobierno, decía Thoreau, es aquel que no controla lo que piensas ni tus medios para ganarte la vida. Él desconfiaba de una sociedad que fabrica puestos de trabajo ilusorios o sueldos indignos, cuando lo que tendría que hacer es ayudarnos a ser más felices”, comenta Montesinos. O, con palabras del autor, “hay que desconfiar de una sociedad y un gobierno que te paga para que seas menos que una persona, que te enseña a levantar una casa, pero en la que no te sentirás nun- ca a gusto”. “A los que vivimos en esta época –opinaba Thoreau hace ya 150 años– nos ha tocado alimentarnos con rebanadas de pan espiritual cada vez más finas”.
El autor de Walden no fabricó teorías ni idealizó la naturaleza.. Caminar entre los chopos y nogales, oír el rumor del río, observar el vuelo de los pájaros, el paso de las estaciones, el viento o la lluvia, los animales que buscan su subsistencia, sentirse en armonía con ese mundo natural, le permitía –según Montesinos– dar forma a sus ideas. En el silencio del bosque oía a lo lejos el silbido del ferrocarril. Mientras Emerson se felicitaba porque así podía viajar más rápido a Boston, Thoreau creía que se había destruido algo y que la máquina, en vez de liberar al ser humano, iba a ser utilizada para ponerlo a su servicio. Amaba tanto la vida natural, que se hizo vegetariano para no alimentarse a costa de la muerte de un ser vivo y utilizaba maderas y troncos sueltos para intentar no talar ningún árbol.
La fiebre Thoreau coincide con un boom de libros sobre la vida de la naturaleza. Con el planeta en degradación constante, una vida urbana que favorece las neurosis, un mundo regido por la ley del beneficio y con el ser humano camino de ser puesto a competir con máquinas y cyborgs, se extiende la nostalgia por la idea que alguna vez se tuvo de lo que quería ser la humanidad.
ADELANTADO A SU TIEMPO Fue un precursor de la resistencia pasiva y la desobediencia civil que influyó en Gandhi
POR QUÉ AHORA La fiebre Thoreau coincide con la nostalgia por la idea de lo que quería ser la humanidad