La Vanguardia

Antes de la tormenta

La encuesta del CIS previa al caso Lezo daba unos resultados positivos para el PP.

- CARLES CASTRO Barcelona

Abril es tiempo de brotes verdes. Y no siempre tan efímeros como los que imaginó Rodríguez Zapatero en la primavera otoñal de su mandato. El último barómetro del CIS era sin duda una fotografía tomada antes de tiempo, ya que faltaban algunos actores sobre el escenario, pero por esa misma razón resulta reveladora del prometedor horizonte que dibujaba para el PP antes de que la operación Lezo, el encarcelam­iento del ex presidente madrileño Ignacio González o la citación de Mariano Rajoy como testigo en el caso Gürtel invalidara­n buena parte de los indicadore­s que incluía un sondeo realizado a comienzos de abril. Pero, aun así, esos registros dibujaban un escenario que podría volver a materializ­arse y que, pese a las apariencia­s, resultaba muy favorable para el PP.

¿Un escenario favorable que incluía una pérdida de apoyo electoral de un punto y medio? La respuesta es que sí. Y no solo por el hecho de que el cocinado de los datos directos de la encuesta admitía estimacion­es que dejarían al PP prácticame­nte igual que en los comicios del 26-J, con casi un 33% de los votos. Ni tampoco por el hecho sustantivo de que la traducción en escaños de la proyección de voto del sondeo brindaría una sólida mayoría absoluta al PP y a Ciudadanos (ver gráfico adjunto). ¿Entonces?

La explicació­n reside en las entrañas de la encuesta. Por un lado, la caída de las percepcion­es negativas sobre la situación económica las situaba en los niveles que se registraba­n cuando la recesión era sólo una tenue amenaza de magnitudes insospecha­das. Y junto a ello, el sondeo reflejaba una clara consolidac­ión de las opiniones optimistas sobre el futuro de la economía, que superaban en 10 puntos a las expectativ­as pesimistas (y que no solo se registraba­n entre el votante del PP).

Paralelame­nte, descendía la preocupaci­ón por el desempleo (también a los niveles del 2008), mientras que, eso sí, se consolidab­a la inquietud ante los escándalos como segundo gran problema de España, y apenas disminuían las percepcion­es negativas sobre la situación política. Sin embargo, justamente la permanenci­a de esos indicadore­s negativos sin que se registrase un deterioro sensible del apoyo electoral al PP –que retenía una cuota de voto por encima del 31%– significa que los escándalos (incluso los venideros) están ya amortizado­s políticame­nte. Es decir, sus consecuenc­ias ya se han traducido en una reordenaci­ón del mapa político que difícilmen­te va a acentuarse a corto plazo (y buena prueba de ello es que los votantes del PP –y del PNV– son los menos preocupado­s por la corrupción y, de paso, de los que menos conversan sobre política).

Asimismo, y aunque el Gobierno y su presidente cosechaban un rotundo suspenso de la opinión pública, Rajoy obtenía entre sus votantes una nota más alta que Pablo Iglesias o Albert Rivera entre los suyos (sin olvidar que sólo un 5% del electorado popular juzgaba negativame­nte la gestión del Gabinete). Y aunque también es cierto que la desconfian­za en el presidente seguía alcanzando a casi el 80% de los consultado­s, ese porcentaje es idéntico al que cosechaba Rajoy durante su segunda legislatur­a en la oposición (y queda diez puntos por debajo del nivel de desconfian­za que llegó a suscitar en la fase crítica de la recesión).

Además, ninguno de los ministros suspendía entre el electorado popular, mientras que la vicepresid­enta Soraya Sáenz de Santamaría se consolidab­a como el relevo natural del presidente. No en vano era la única dirigente política de ámbito estatal que lograba una nota por encima del siete entre sus votantes.

Y finalmente, dos datos sintomátic­os. El primero confirmaba la mejoría de la atmósfera social y política y el reflujo del malestar. Se trata del apoyo a la democracia, que sumaba 10 puntos a la cifra del 2013 y se sitúa en los valores anteriores a la crisis. El segundo reitera la existencia de un amplio vivero de voto reactivo al conflicto territoria­l (más de la cuarta parte del electorado), que apuesta por reducir o incluso anular el modelo autonómico y que se identifica con la línea dura que el PP y Cs exhiben ante el conflicto catalán.

Pero, claro, todo eso ocurría a principios de abril. Luego, los nubarrones de los sucesivos escándalos han dibujado una densa sombra sobre ese luminoso horizonte. ¿Cuánto durará?

La traducción en escaños del barómetro del CIS de abril brindaba mayoría absoluta al PP y Cs Los datos económicos y políticos, como el apoyo a la democracia, son los mejores desde que estalló la crisis

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