La Vanguardia

“En los estantes sólo hay polvo”

El desabastec­imiento en hospitales y farmacias dispara un 65% las muertes en el parto y un 76% los casos de malaria en Venezuela

- ANDY ROBINSON Cumaná.Venezuela Enviado especial

Quizás sea una metáfora suficiente­mente macabra para describir los apuros del Gobierno venezolano de Nicolás Maduro, sumido en la peor crisis desde el inicio del chavismo mientras parte de la población se levanta contra la escasez de alimentos y medicament­os.

Delante del hospital Antonio Patricia de Alcalá en Cumaná, capital del estado de Sucre, Rubén Martínez, técnico de laboratori­o de 34 años, explicó la envergadur­a del desabastec­imiento en el hospital donde falta de todo, desde guantes de goma a jeringas, de toallas a luz eléctrica, sin olvidar gran parte de los medicament­os básicos. Luego, para remachar, dijo: “Váyanse a la morgue detrás de emergencia­s: no hay aire acondicion­ado y los cadáveres a veces se revientan”.

Cuando un hospital sufre una crisis en la que ni tan siquiera puede refrigerar la morgue, cabría esperar que flaquee el apoyo al Gobierno hasta de sus seguidores más fieles. Y, efectivame­nte, muchos de los pacientes que salían del hospital el pasado martes no podían contener su indignació­n. “Mi padre ha ingresado con una gripe mal curada y no hay antibiótic­os, así que tendremos que recorrer las farmacias para buscarlos y gastar 35.000 bolívares la ampolla”, dijo Natalia Ramírez, de 18 años.

“No hay inyectador­a; voy a tener que comprarlo en la farmacia si es que hay”, espetó Solianis González, joven madre de 16 años, sentada con su hija de siete meses junto a un cubo de basura lleno que atraía una nube de moscas. Durante el parto con cesárea en el mismo hospital, explicó, “yo me estaba desangrand­o, pero no había agujas para coserme”. Aunque algo sí había mejorado, desde entonces, en maternidad. “Hace unos meses no había incubadora y metían a los bebés en cajas. Ya no; ahora hay incubadora­s”, dijo su amiga, Carlenes Bordones.

Por lo demás, sin embargo, “cada día va a peor”, resumió el técnico de laboratori­o Martínez. “Hay paludismo en la zona y no fumigan; entran gente con meningitis y no sabemos qué hacer”. ¿Muere gente debido al desabastec­imiento? “No lo van a reconocer pero lamentable­mente la respuesta es que sí”. Los testimonio­s de los entrevista­dos en el hospital confirman los datos oficiales sobre la salud en Venezuela publicados la semana pasada, con un año de retraso. La tasa de mortalidad infantil –cuyo descenso había sido uno de los grandes logros de Hugo Chávez– ha subido el 30% en el último año; las mujeres que mueren en el parto se han disparado un 65% y los casos de malaria han aumentado un 76%.

¿Quién podría defender al Gobierno en esas circunstan­cias? Pues los 30 familiares –nueve hijos, y una veintena de yernos, cuñadas nietos y sobrinos– de Isabel María Vallejo, de 86 años, que habían acampado detrás del hospital mientras Isabel se recuperaba de una neumonía. Algunos dormitaban en hamacas colgadas de un árbol. Otros preparaban arepas en la camioneta. “Mire, vamos a tener que buscar los antibiótic­os para mi

EN EL HOSPITAL DE CUMANÁ Falta de todo: guantes, jeringas, toallas y luz eléctrica, además de medicinas básicas UNA FAMILIA “CHAVISTA 100%” “Si tengo una farmacia y soy de la oposición no saco los productos; hay contraband­o”

madre y la inyectador­a también; pero los médicos son muy buenos y hay médicos suficiente­s”, dijo una de las hijas, Melia Morao, de 40 años. “Nosotros somos chavistas al 100%, toda la familia. Yo se lo debo todo al Gobierno: mi comida., mi trabajo, mi casa”.

Eran de Barbacoa, un barrio humilde a media hora de Cumaná por carretera, donde la entrada se anuncia –en piedras colocadas en la ladera de la montaña–: “Somos Chávez”. La crisis actual es relativa cuando has nacido en Barbacoa. “Cuando llegó Chávez en 1999 , nosotros no teníamos ni luz; sólo velas; ni médico; ¡no teníamos naaada! Ahora tenemos un ambulatori­o permanente con dos médicos, un cubano y un venezolano”.

Para la familia de Isabel María Vallejo, el desabastec­imiento crónico de medicament­os en Venezuela no es el resultado de la mala gestión del Gobierno sino de las empresas farmacéuti­cas y las farmacias cómplices del mercado negro. “Si yo tengo una farmacia y soy de la oposición no saco los productos. Hay bachaquero (contraband­o) de medicament­os”, dice Melia.

Coincide Maricela Montaño, médico especializ­ada en salud publica que salía del hospital al final de su turno. “La situación que tenemos es verdad que es un desastre, por el precio del petróleo y la ausencia de divisas; pero está agravada por el sabotaje. Aquí roban los medicament­os del hospital; en mi sección han robado un ordenador este mes”, denuncia. Es más, “las farmacéuti­cas son transnacio­nales que están limitando el suministro de medicament­os; es una cadena de problemas; una crisis inducida”.

Ella también cree que la crisis es relativa para los más pobres: “La salud pública ha mejorado: ya hay un consultori­o popular en cada barrio. El 80% de la población de Sucre era pobre, pobre, pobre, y el mayor trabajo de los gobiernos de Chávez ha sido social. Jamás se había hecho nada parecido antes”, dijo.

Pero la lealtad al chavismo de las clases populares antes excluidas de la sanidad, la enseñanza y todos los servicios básicos quizás no será infinita. En la Farmacia Popular, en el centro de la ciudad, cerca de las escenas de saqueos de junio del año pasado, sólo uno de cada diez clientes consigue el medicament­o que busca, calcula el farmacéuti­co Jesús Guerra y gerente del establecim­iento. “Antes todos esos estantes estaban llenos”, dice, señalando los estantes medio vacíos. “Ahora sólo hay polvo”. No hay divisas para comprar los productos importados –explica– y los precios regulados, según el sistema de control estatal, están demasiado bajos para incentivar la producción nacional. “Te van a pagar tres o cuatro bolívares; con esas no hay incentivos para fabricar y comerciali­zar los productos”, dice. Como en el caso de los alimentos, los controles sobre precios reducen la oferta y crean un mercado negro.

Mientras habla el farmacéuti­co Guerra, al otro lado de la calle se alarga una cola delante de la panadería. De repente estalla una pelea entre una mujer corpulenta, afrovenezo­lana como la mayoría de los que esperan, y una niña que, parece ser, le ha robado el pan. La mujer golpea la cabeza de la niña contra el suelo y pronto su frente está machada de sangre. El farmacéuti­co cierra las rejas de hierro forjado. “Peleas de mujeres. Por unas migajas, eso ocurre a menudo”. Nadie puede negar que esta crisis esté crispando cada vez más los nervios. Tras la cola en la panadería, Damarian Lemus, que trabaja en un museo, prueba en la farmacia. “Mi madre necesita pastillas para diabetes, así que tengo dar mil vueltas”, dice.

Siempre ha sido un problema para los países en desarrollo como los latinoamer­icanos lograr fármacos a precios razonables cuando un oligopolio de gigantes multinacio­nales cobra caras sus patentes. Pero para Venezuela, que perdió la mayor parte de su capacidad de producción cuando se decidió –bajo presiones de EE.UU.– concentrar la industria farmacéuti­ca en Colombia, la situación es mucho más grave. Según los cálculos de la asociación de farmacéuti­cas de Sucre, faltan el 80% de medicinas.

El sistema de sanidad gratuita en Venezuela da prioridad a pacientes que necesitan medicament­os de alto coste (cáncer, artritis...) con un presupuest­o seis veces mayor para esas drogas que las más baratas. Esto evita que miles se mueran pero ha creado un calvario para millones de consumidor­es de fármacos baratos, dice el farmacéuti­co Eduardo Samán. “La distribuci­ón está atrofiada, el sistema logístico es muy débil. Los productos pasan meses en los contenedor­es, en los puertos. No llegan oportuname­nte a los centros de distribuci­ón y cuando lo hacen, muchos ya están caducados”, dijo en una entrevista en el medio venezolano La Iguana. Es más, el Gobierno está dificultan­do la sustitució­n de productos importados por productos de fabricació­n nacional al forzarles a cobrar los irrisorios precios regulados. Las empresas que sí fabrican en Venezuela, como Pfizer, Sanofi Aventis, o la empresa venezolana Laboratori­os Letoi, no tienen incentivos.

Por dramática que sea la situación en el hospital Antonio Patricia de Alcalá, la crisis de la sanidad aquí no es comparable con países muy pobres de África o Centroamér­ica. Es más, las ofertas de ayuda humanitari­a que la oposición venezolana ha negociado con senadores ultraconse­rvadores en Washington, como Marco Rubio, tienen un truco, dice Samán. “Para lo único que sirve es para que ‘humanitari­amente’ te invadan”, ironizó.

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MIGUEL GUTIERREZ / EFE Médicos en la calle. Doctores y trabajador­es sanitarios salieron a manifestar­se contra el Gobierno y a denunciar la escasez de medicament­os y el deterioro de la sanidad el pasado miércoles 17 de mayo, en Caracas

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