La Vanguardia

El socio Martínez

Luis Enrique dirige el último partido en el Camp Nou y se muestra inmune a los homenajes

- ANTONI LÓPEZ TOVAR Barcelona

Es de esas personas que se atreven con los retos difíciles y conociendo esta casa sabe que la temporada que viene es un reto de nivel y esto necesita gente convencida”. Con estas palabras definió Andoni Zubizarret­a a Luis Enrique en su presentaci­ón como entrenador, hace tres años. El equipo acababa de atravesar el desierto de Gerardo Tata Martino y necesitaba recuperar la brújula. El asturiano lo ha conseguido. Ocho títulos le avalan –con la posibilida­d de adjudicars­e el noveno– y también el afecto de la afición y de la entidad, transforma­do en las dos grandes pancartas desplegada­s antes del partido:

“Per sempre, un dels nostres”, con una imagen del técnico en actitud de celebració­n puños en alto, en el lateral; “Sempre seràs dels nostres”, en el sector de animación. Arrancó bien la zona baja del gol norte, pero su actuación fue degenerand­o a medida que desde el minuto 2 de Málaga el milagro comenzó a alejarse del Camp Nou. “Así gana el Madrid”, cantaron –un clásico inocuo que también se había reproducid­o el miércoles en Vigo– en respuesta a un gol de Luis Suárez correctame­nte invalidado. Más vejatorias resultaron las consignas y cánticos que parecían descatalog­ados del estadio y de la historia del estilo “Madridista­s, hijos de puta” o “Míchel maricón”. Es evidente que la frustració­n se había apoderado de los animadores. En el resto de la población, mayoritari­amente provista de auriculare­s, la expectació­n evolucionó hacia la resignació­n. La discreta entrada, menos de 75.000 espectador­es, denota la escasa confianza en un desenlace asombroso. Un termómetro midió exactament­e el estado de la fe del barcelonis­mo: el palco desierto de autoridade­s políticas. Tienen un olfato especial para escabullir­se de las complicaci­ones y colocarse en primera fila en los éxitos. Y ayer las probabilid­ades de lucimiento eran extraordin­ariamente remotas. La cuota de milagros de la temporada y quién sabe si de los próximos años, quedó agotada con la remontada al PSG.

Hombre de memoria muy selectiva, según ha quedado demostrado en buena parte de las 325 conferenci­as de prensa que ha pronunciad­o sólo por exigencias del guión, Luis Enrique no podrá recordar con mucho agrado el último partido que ha dirigido en el Camp Nou. El gigantismo de las pancartas iniciales apenas enmienda una actuación discontinu­a, una remontada tan estéril como la que se gestó frente al PSG. Los 24 puntos que han escapado de las posibilida­des del equipo, mayoritari­amente contra adversario­s inferiores han impedido revalidar el título. Cuando quiso despertar después del ridículo de Málaga y encadenó siete victorias consecutiv­as ya era tarde. El equipo blaugrana estuvo impecable al saludar a los aficionado­s desde el centro del campo al final del encuentro mientras los animadores aclamaban al entrenador y la plantilla del Real Madrid celebraba el título sobre el césped de La Rosaleda.

Luis Enrique hizo como si nada. Jamás se le podrá acusar de populismo. Ni reaccionó a los homenajes ni expresó sentimenta­lismo. Acababa de perder un campeonato en su último partido en el banquillo del Camp Nou. Saludó protocolar­iamente a Mendilibar y se internó en el túnel de vestuarios. Sufre el síndrome del entrenador quemado, el mismo cuadro que apartó a Guardiola del laboratori­o del templo blaugrana después de cuatro temporadas. “Sé la responsabi­lidad y la dificultad que tiene el proyecto, pero estoy deseando volver a escuchar el himno del Barça en el Camp Nou no como socio, sino como entrenador”, explicó hace tres años sin disimular el entusiasmo ante una de las mayores aventuras de su vida. Ahora, dice, regresará a su localidad para volver a vivir desde el prisma del aficionado. Será un socio más. “Un dels nostres”.

IMPERTURBA­BLE El entrenador hizo como si nada, jamás se podrá acusar a Luis Enrique de populismo o sensiblerí­a

UN SEXTO SENTIDO

Extrañamen­te ningún político estuvo en el palco, prueba de la escasa confianza en un milagro

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LLIBERT TEIXIDÓ El once blaugrana posa antes de iniciarse el partido ante el tifo de homenaje a Luis Enrique que se desplegó en la grada

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