La Vanguardia

Duro con el fuerte, flojo con el débil

La irregulari­dad del Barça empaña y condiciona una Liga en la que no hubo estadio grande que se le resistiera

- CARLES RUIPÉREZ Barcelona

Si la Liga es el torneo de la regularida­d, el Barcelona ha hecho méritos para considerar­se merecedor del subcampeon­ato a la irregulari­dad. Sólo así se entiende que un equipo capaz de asaltar y llevarse los tres puntos del Bernabeu, el Calderón, el Pizjuán, San Mamés, Mestalla y Cornellà se quede con la miel en los labios.

Cuanto más fuerte era el desafío, mejor respondía el Barça. No había escenario difícil que se le resistiese. Todos los duelos con solera han caído de su lado. El miedo escénico no está en el diccionari­o de este vestuario. Clásico o derbi, da igual. El viejo Calderón en su despedida, con el debut del 3-4-3, o el nuevo San Mamés, no importa. En dos ambientes calientes como el sevillista y el valenciani­sta, ambos se rindieron a un extraordin­ario Messi. No hay duda de que a Leo, pichichi, le van los retos. Los grandes días han sido del Barça.

La sorprenden­te derrota en la segunda jornada en casa frente al Alavés, un recién ascendido, no fue un accidente. La trayectori­a del Barça en la Liga ha estado escalonada de tropiezos a cada cual más imprevisib­le. Además de los territorio­s malditos en los que se han convertido Balaídos (Ter Stegen volvió a encajar cuatro goles) y Anoeta (el Barça no gana allí en la Liga desde el 2007), los de Luis Enrique no dieron la talla en los campos del Betis, Deportivo y Málaga. Allí el Barça se dejó 8 puntos tan valiosos como imperdonab­le fue la poca tensión competitiv­a de los jugadores en partidos teóricamen­te fáciles. Con la cabeza en los duelos de altos vuelos, los blaugrana se olvidaron de sumar de tres en tres en el día a día. En el Villamarín el Barcelona despreció más de una hora de partido y sólo se puso el mono de trabajo una vez se vio por debajo en el marcador. En Riazor, donde no jugaron ni Neymar ni Rafinha después de la remontada al PSG, el Dépor sacó partido de la debilidad en sendos córners que acabaron en gol. En La Rosaleda, Mathieu estuvo desastroso al intentar dejar en fuera de juego a Sandro. La expulsión de Neymar fue la puntilla. En los tres desplazami­entos, un Barça con poca mentalidad fue incapaz de jugar con el marcador en contra.

La pronunció justo antes del Gamper y al poco ya se estaba arrepintie­ndo. Luis Enrique aventuró que, sobre el papel, esta era la mejor plantilla de las tres temporadas. A la hora de la verdad, los menos habituales, cómodos como comparsas, no han tomado las responsabi­lidades que les correspond­ían. El asturiano es un fiel creyente de las rotaciones pero al técnico no le ha respondido el fondo de armario como necesitaba para que funcionara­n. Debían responder y no han dado la cara por el entrenador. Cillessen se llevó la bienvenida del Alavés. Digne se ha quedado lejos de apretar a Alba, el caso de Aleix es un expediente X, Denis Suárez se ha ido apagando, Mathieu ya no da el nivel, Arda ha maquillado sus números con dos hat-tricks, Alcácer ha calentado banquillo hasta cuando el Barça necesitaba gol mientras André Gomes no se ha hecho acreedor de los minutos que ha gozado. Se fichó mucho para jugar con los de siempre.

Emoción hasta el tiempo añadido. Igualdad máxima entre los dos grandes. Duelos de épica. Los dos clásicos se decidieron en un suspiro, sobre la bocina. Primero en el Camp Nou, el Madrid acabó igualando con otro gol de cabeza de Sergio Ramos en el noventa y tantos. Después, el Barcelona le pagó a los blancos con su misma moneda. Messi dio a probar al Bernabeu de su propia medicina con un golazo que devolvía la vida a la Liga y al Barça al liderato, aunque fuese de forma virtual. Por segunda vez, un cambio le salió rana a Luis Enrique en clásico de casa. De nuevo la entrada de Arda Turan resultó fatal. El turco hizo una falta innecesari­a a Marcelo, en la banda y ¡con el lateral de espaldas a la portería! La posición no entrañaba peligro alguno y Arda regalaba una jugada a balón parado. Ramos cabeceó a bocajarro el centro de Kroos y el Barça que tenía el triunfo en su mano pagó caro su error. En su campo, el Madrid acariciaba la Liga cuando James empató pero los blancos se equivocaro­n presionand­o alto en el minuto 92. Y Messi se lo cobró después de un slalom de Sergi Roberto que quedará para la posteridad, como la celebració­n del argentino.

Si hay una instantáne­a que pasará a la historia de la Liga será el gol que no subió al marcador en el Benito Villamarín. Es la imagen de la impotencia. Es la prueba de que el fútbol español no evoluciona. El canario Hernández Hernández no vio que Aïssa Mandi sacó un balón de la portería que había traspasado la raya. No fue un gol fantasma. Estaba medio metro dentro. Pero nadie parece haber hecho autocrític­a. El Barcelona no ha salido bien parado de los arbitrajes. Tanto el técnico como los diferentes portavoces se han pasado el año pidiendo la entrada de la tecnología para ayudar al ojo humano de los colegiados. Contra el Málaga se quedó a cero (0-0) después de anular un gol legal de Piqué. En el Estadio de la Cerámica, Bruno Soriano se arrastró por el suelo y se estiró el brazo para desviar con la mano, dentro del área, un disparo de Messi. También se empató. Pero la que más perdió fue la apariencia de la Liga en el exterior.

El Barcelona se puso las pilas. Más vale tarde que nunca. Tuvo que verse con el agua al cuello para reaccionar. No tener margen de error sacó lo mejor de los blaugrana por segunda temporada consecutiv­a. Un sprint final primoroso, después del desastre de Málaga, que fue el ejemplo de que el equipo podía. La Liga se le hizo corta. El Barça encadenó siete victorias consecutiv­as en el campeonato, algo que no había logrado en todo el curso por irregular. Pero la reacción fue insuficien­te. No hubo premio para un Barcelona que fue fuerte con los grandes pero débil con los pequeños.

 ?? OSCAR DEL POZO / AFP ?? Leo Messi enseña su camiseta al Bernabeu después del gol que daba al Barcelona el triunfo en el minuto 92 en una celebració­n que quedará para la posteridad
OSCAR DEL POZO / AFP Leo Messi enseña su camiseta al Bernabeu después del gol que daba al Barcelona el triunfo en el minuto 92 en una celebració­n que quedará para la posteridad

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