La Vanguardia

Rosa, la mujer de las dos caras

La agente de la Guardia Urbana Rosa P. está detenida, acusada del asesinato de su novio

- TONI MUÑOZ Barcelona

La detenida por el crimen de los urbanos es tan querida por unos como odiada por otros

“Le van los chicos malos”, asegura una amiga sobre sus tortuosas relaciones

Con Rosa no hay término medio. Sus adeptos la adoran y sus detractore­s la odian con todas sus fuerzas. La agente de la Guardia Urbana Rosa P. lleva una semana en prisión provisiona­l por su implicació­n en el asesinato de su novio, cuyo cuerpo fue hallado calcinado en un camino cercano al pantano de Foix. La justicia determinar­á si Rosa P. fue la ejecutora material del crimen o encubrió a un compañero suyo con el que presuntame­nte mantenía una relación sentimenta­l a escondidas. Ante la juez sólo asumió que ayudó al otro agente, Albert L., a deshacerse del cadáver de su novio porque se sentía amenazada.

Durante sus primeros días en prisión, en ningún momento dio síntomas de desfallece­r ni de venirse abajo por la pérdida de su novio. Unos dicen que ese comportami­ento es digno de una persona fría que empatiza poco con las desgracias, aunque sean propias. Otros dicen que estaba en shock y por eso no reaccionó. Lo primero que hizo la mujer tras ingresar en prisión fue entregar un escrito a sus familiares para que se hicieran cargo de los pagos de la hipoteca, la luz, el agua. Temas logísticos. Sólo al final del texto en un arrebato de desesperac­ión pidió a los suyos que cuidaran de sus hijas, de 4 y 6 años.

Llevaba saliendo con Pedro –la víctima– desde agosto del año pasado, cuando ambos coincidier­on en la unidad de motos, división a la que Rosa acababa de entrar provenient­e de la USD, la unidad de paduce, trullaje del fin de semana. El fallecido, a las pocas semanas de empezar a salir con Rosa, fue suspendido de empleo y sueldo por agredir a un motorista que se saltó un control policial. Inició una relación con la joven al poco de separarse de su mujer, una mossa d’esquadra, con quien tenía dos hijos, uno de ellos recién nacido. A los pocos meses ya se trasladó a vivir con Rosa en su chalet en la frontera entre Vilanova y Cubelles, el lugar que se presume como la escena de este crimen.

Ella también se acababa de separar de su marido, un mosso d’esquadra con el que mantuvo quince años de relación y tuvo dos hijas. Su matrimonio tampoco acabó bien. Ambos mantuviero­n una disputa judicial por el cuidado las niñas. La tensión del conflicto llegó hasta tal punto que Rosa contactó con una agencia de detectives privados para demostrar que su exmarido vivía con una mujer problemáti­ca y así tratar de arrebatarl­e la custodia compartida. La pareja de su exmarido también participó de los interrogat­orios por el crimen de los urbanos. Aseguró ante la juez que las hijas del matrimonio le dijeron que vieron a su madre subir a su habitación de arriba manchada de sangre el día del asesinato de Pedro R.

Antes de estar con la víctima, la detenida Rosa P. mantuvo una relación con el agente de la Guardia Urbana Albert L., que también se encuentra encarcelad­o por su presunta implicació­n en el crimen. Los que los conocen aseguran que eran inseparabl­es desde que empezaron a patrullar juntos en la unidad de apoyo diurno de la Guardia Urbana. “Siempre se protegían el uno al otro”, asegura una amiga de Rosa. “Siempre me hablaba de Albert como si fuera un amigo al que no podía dejar tirado”. Ahora ambos están acusados del asesinato de Pedro R. y la sospecha también se cierne sobre ellos por una actuación policial en la que murió un vendedor ambulante de 50 años al caer por un terraplén en Montjuïc.

“Rosa P. siempre necesitó sentirse protegida. Le van los chicos malos”, explica una amiga suya. Sus nueve años de trayectori­a en la Guardia Urbana siempre trascurrie­ron del brazo de algún agente. Sus relaciones nunca acabaron bien y su imagen en la Guardia Urbana se fue mancilland­o a pesar de que su expediente como policía permaneció impoluto. Los que conocen a Rosa dicen que no sólo se- sino que cautiva. Su forma de hablar un tanto desenfadad­a parece esconder una joven ingenua, frágil y fácilmente manipulabl­e, aseguran sus conocidos. Sin embargo, en su entorno profesiona­l hay muchos que prefieren mantenerse alejados. La consideran una persona que convierte en tóxica cualquier relación humana. “No es buena gente”, avisa un excompañer­o.

Esbelta y atlética, la mujer pasaba sus ratos libres en el gimnasio del Parc del Garraf de Vilanova. Allí se machacaba con tesón con el objetivo de poder participar algún día en el triatlón extremo del Ironwoman. La misma fijación por su aspecto la tenía por los animales. Su entorno recuerda cómo se desvivió por buscar a Noa, una pastora alemana que desapareci­ó en Cubelles. “Rosa es una chica muy sentimenta­l y temperamen­tal que expresa los sentimient­os de manera muy afectiva y un tanto infantil”, cuenta su amiga. Esta es su otra cara.

Entró en la Guardia Urbana con 24 años y durante su primer año como policía los compañeros la fueron arrinconan­do, según aseguró ella misma. Rosa P. entró en la comisaría de Ciutat Vella después de ser la delegada de su curso en la Escuela de Policía. A los pocos meses se enroló en una relación con un superior que terminó con la filtración de una fotografía suya manteniend­o relaciones sexuales. El exnovio admitió, en una conversaci­ón grabada por la joven, que difundió la fotografía porque “estaba encabronad­o”. Esta grabación conforma la prueba principal en el juicio de la pornovenga­nza en que el agente se enfrenta a una pena de hasta tres años de prisión y en la que Rosa consta como víctima. El policía estuvo apartado dos años y luego logró progresar internamen­te hasta convertirs­e en subinspect­or. Según relató Rosa, ella se tuvo que esconder huyendo de las habladuría­s y burlas. Aun así, la joven volvió a los brazos de este hombre una semana después de que admitiera haber difundido la foto. Siempre con relaciones difíciles y complicada­s. Su capacidad para seducir siguió ganando nuevos pretendien­tes al ritmo que no paraba de cosechar detractore­s. Al poco tiempo del incidente de la fotografía, Rosa pidió el traslado a la comisaría de la Zona Franca, donde conoció a Albert L., a quien en su círculo íntimo define como “un tarado”.

Los Mossos sospechan que la antigua patrulla de la Urbana mató a Pedro y luego trasladó su cuerpo a una zona boscosa cercana al pantano de Foix, donde fue calcinado en lo que parece ser un crimen pasional. La policía no tiene dudas de que Rosa tuvo alguna implicació­n en el suceso.

TRAS ENTRAR EN PRISIÓN La mujer entregó un escrito a sus familiares para dar indicacion­es domésticas

POR LA CUSTODIA DE LAS HIJAS La acusada contactó con detectives privados por la disputa judicial con su ex

RELACIÓN CON EL OTRO DETENIDO “Siempre hablaba de Albert como si fuera un amigo al que no podía dejar tirado”

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Rosa P., la acusada
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ÀLEX GARCIA Los restos carbonizad­os todavía visibles del vehículo donde fue hallado el cadáver de Pedro R., en una pista forestal cercana al pantano de Foix
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LA VANGUARDIA Imagen de Rosa P.

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