La Vanguardia

La vida del nuevo César

- Carles Casajuana

Carles Casajuana analiza algunos rasgos de la psicología del presidente del país más poderoso del planeta: “Los defensores de Donald Trump le elogian por decir lo que muchos piensan y no se atreven a decir. Desde su punto de vista, no les falta un punto de razón. La mayoría de los políticos sólo dicen lo que piensan cuando hablan sin pensar. En cambio, Trump suelta lo primero que se le pasa por la cabeza. Es lógico que los que están de acuerdo con él lo vean como un mérito”.

Los defensores de Donald Trump le elogian por decir lo que muchos piensan y no se atreven a decir. Desde su punto de vista, no les falta un punto de razón. La mayoría de los políticos sólo dicen lo que piensan cuando hablan sin pensar. En cambio, Trump suelta lo primero que se le pasa por la cabeza. Es lógico que los que están de acuerdo con él lo vean como un mérito.

Hace poco, en una entrevista con Michael Scherer, jefe de la correspons­alía en Washington de la revista Time, Trump se descolgó con una afirmación que pasó relativame­nte desapercib­ida, pero que lo retrata con crueldad. Dijo: “Soy una persona muy intuitiva, pero mis intuicione­s acaban siendo correctas. Fíjese, no lo debo de estar haciendo tan mal, porque yo soy presidente de Estados Unidos y usted no”.

Se trata de una salida sorprenden­te y cabe imaginar que el periodista se quedó de piedra, pero esto es lo de menos. Tampoco creo que valga la pena detenerse mucho en la edad mental que esta afirmación muestra. Seguro que muchos políticos de éxito piensan así, igual que muchos millonario­s y muchos pobres de espíritu con un complejo de inferiorid­ad tan grande que necesitan desesperad­amente algo que les permita sentirse superiores a los demás. “Yo tengo un BMW y tú no”. “Yo ceno en los mejores restaurant­es y tú no”. “Yo me voy de vacaciones a las Seychelles y tú no”. La mayoría de los que piensan estas cosas no las dicen, porque han aprendido que si las dicen se ponen en evidencia. Pero a Trump esto le da igual, porque él va a piñón libre.

Lo que me parece sensaciona­l de la afirmación de Trump es lo que revela sobre su manera de pensar. El presidente dice que se deja guiar por la intuición. En principio, esto no es nada malo, ni nuevo. Todos nos guiamos en parte por la intuición. Todos tomamos decisiones arriesgada­s, confiando en que el azar nos será benévolo. Pero Trump va un paso más allá. Trump da a entender que es presidente precisamen­te gracias a su intuición y que si se hubiera guiado por el sentido común y la sensatez no lo sería.

Tiene razón: probableme­nte, si no hubiera jugado tan fuerte durante la campaña y no hubiera plantado cara al partido republican­o no habría ganado. Ahora bien: ¿quiere esto decir que sus presentimi­entos eran acertados? No necesariam­ente. Aquí Trump cae en lo que los expertos llaman hindsight bias ,el sesgo del resultado, la falacia de la retrospecc­ión. Como las decisiones que tomó le han conducido a la Casa Blanca, piensa que eran correctas, sin tener en cuenta la contribuci­ón del azar y las posibilida­des que había de que las cosas ocurrieran de otra manera.

Dicho de otro modo: en parte, Trump se jugó la campaña a la ruleta. Apostó al 33, obedeciend­o a sus corazonada­s, y ganó. De esto no deduce que tuvo suerte, sino que la decisión de apostar al 33 era acertada, olvidándos­e de que podría haber salido cualquier otro número. Y ahora es presidente y como su intuición le ha llevado a la Casa Blanca está decidido a continuar dejándose guiar por ella. Por eso nos sorprende con las inconvenie­ncias que tuitea y con los continuos cambios de opinión sobre asuntos de gran calado. El peligro que esto supone es grande, claro. Porque ahora no se juega su futuro como candidato, sino el del país, y el 33 no sale todos los días.

Para sus colaborado­res, la intuición de Trump debe de ser una pesadilla. Con la alta opinión que tiene de sí mismo y de su olfato, cualquiera le sugiere que reflexione un poco antes de atacar a la prensa, de criticar a la justicia o de amenazar a sus adversario­s. Se debe de necesitar valor para decirle que sus arrebatos sobre el director del FBI pueden costarle la presidenci­a o que una cosa es sorprender a los demás países de vez en cuando y otra que el mundo no sepa cuál es la verdadera posición del presidente de Estados Unidos sobre la OTAN, sobre el islam o sobre las relaciones comerciale­s con China. El ala oeste de la Casa Blanca no debe de ser un lugar aburrido. Seguro que esta semana que Trump ha estado de viaje Washington ha respirado más tranquilo.

Siempre se ha dicho que se hace campaña en poesía y se gobierna en prosa. Trump hizo campaña en Twitter y todavía no ha aprendido que, a la hora de gobernar, es más útil la prosa administra­tiva. Desde este punto de vista, los dirigentes que han conocido el fracaso son más fiables, porque saben que la realidad es complicada y que no siempre conviene dejarse llevar por la intuición. En cambio, los gobernante­s que han llegado al poder sin ningún tropiezo, gracias a su instinto y a su buena estrella, pueden acabar creyéndose más listos de lo que son y cometiendo errores graves. Si además tienen un carácter tan temperamen­tal como Trump, estos errores pueden ser colosales.

El poder –como el dinero– es un suero de la verdad que acentúa los defectos de quien lo posee. No sé si alguna vez lo habíamos visto con tanta claridad como lo estamos viendo con Donald Trump.

Trump da a entender que es presidente gracias a su intuición y que de haberse guiado por el sentido común no lo sería

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