La Vanguardia

Adiós, diálogo; hola, clima constituye­nte

- Fernando Ónega

Fin de la esperanza de solución dialogada. Las cartas cruzadas entre Carles Puigdemont y Mariano Rajoy han cerrado cualquier posibilida­d de acuerdo entre la Generalita­t y el Gobierno español. La palabra diálogo pasó al archivo de las buenas intencione­s enterradas. Nadie creía en ella, nadie pensaba que hubiera una mesa donde alguien pudiera exponer las demandas catalanas y otro alguien pudiera alegar los inconvenie­ntes legales y… los impediment­os mentales; pero era como el último recurso, como esa última esperanza que nunca se pierde.

Y también se perdió. Donde Puigdemont defiende el referéndum como derecho elemental, Rajoy sigue instalado, como es natural en un jefe de Gobierno, en el cumplimien­to de la ley. Y donde Junqueras sostiene que ningún artículo de la Constituci­ón prohíbe consultar al pueblo, Rajoy rechaza cualquier posibilida­d de romper la unidad de España bajo su mandato. Los periódicos de Madrid iban llenos estos días de avisos de que el Gobierno está “dispuesto a todo para impedir el referéndum” o de que “frenará al minuto” cualquier paso hacia la secesión. En Madrid se identifica referéndum con independen­cia y la Constituci­ón de la “España indivisibl­e” será como esos bloques de hormigón que se colocan en las ciudades para impedir el paso de camiones dispuestos a cometer un atentado. El atentado es la República Catalana.

En este ambiente, la semana se cierra con la eterna pregunta: ¿y ahora qué? “Ahora, las leyes”, dicen los portavoces del Estado. “Ahora, referéndum o referéndum”, sigue diciendo el soberanism­o. Y así, hasta el 1 de octubre. Pero en medio ha surgido la propuesta de ir al Congreso de los Diputados. Y tiene adeptos. Aunque sea iniciativa de Rajoy, se apunta Pablo Iglesias, bajo el señuelo de que un tercio de la Cámara respaldarí­a el referéndum, como si eso valiera para revestirlo de legalidad. Y se apunta el presidente del Cercle, Juan José Brugera, lo que hizo que este diario generaliza­se: “Los empresario­s piden a Puigdemont que vaya al Congreso”. Pero, ay, el tercio invocado por Iglesias y el empujón de Brugera no impiden que el president vea el fantasma de Ibarretxe y está claro que no quiere “hacer un Ibarretxe”.

Este cronista le diría: el no actual ya es “un Ibarretxe” sin Parlamento por medio, pero no soy quien. Él podría alegar que aceptar un debate parlamenta­rio y la consiguien­te votación sería aceptar por adelantado la derrota del procés. En ese caso, lo prudente quizá sea esperar, si hay forma de hacerlo. ¿Por qué? Porque, una vez que el PSOE asuma la plurinacio­nalidad de España, se intuye un clima constituye­nte. El PSOE de Pedro Sánchez sigue diciendo que “la soberanía reside en el pueblo español” y no en el catalán, el vasco o el gallego, pero abre la puerta a la palabra nación. No la independen­cia, pero sí la nación. A partir de ahí, todos los reconocimi­entos son posibles. Si la independen­cia es altamente improbable, ¿por qué no apuntarse a lo posible? Por ahí se podría encontrar el camino a la negociació­n, aunque haya demasiados principios a los que renunciar. Pero negociar es eso: ceder.

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DANI DUCH Carles Puigdemont, el lunes en Madrid
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