La Vanguardia

Un fenómeno complejo

- Josep Cuní

Llevaba la grabadora en bandolera. El micrófono en el bolsillo del abrigo y la duda palpitando. Nunca sabías si el trabajo que estabas haciendo quedaría visto para sentencia hasta que lo supervisab­as detenidame­nte al final y escuchabas algo parecido a la voz de quien tenías todavía delante. Era el último paso, que se acompañaba con un suspiro de alivio. Antes, probabas la máquina y echabas la cuenta protocolar­ia como en todas las pruebas de sonido habidas y por haber. Entonces y ahora. Eran épocas pretecnoló­gicas y el casete, un avance impensable que te acercaba los sueños y alejaba los mitos. Hoy, artilugio de museo.

Llamé a la puerta del piso del paseo Maragall y apareció él. Me hizo pasar y sentar y se prestó a mis preguntas con la buena predisposi­ción de quien observa en el joven que aspira el deseo y la voluntad más que el conocimien­to y la profesiona­lidad. Le había escuchado unos años antes, en mi pueblo, en sus inicios y mi adolescenc­ia, entre la emoción y el temor. Mi tío le había contratado a expensas del riesgo que suponía. Nunca se sabía la reacción de la autoridad competente. Y eso ampliaba el reto y forjaba el mito. Pasaron los años, acumuló canciones, cosechó éxitos y diseñó con precisión un largo recorrido que le ha llevado al Palau de sus orígenes. Mañana colgará su guitarra. Voluntaria­mente. Raimon ha decidido no dilatar más su vida artística porque prefiere poner fin amando y siendo amado antes que perpetuars­e en tiempos de zozobra. Suficiente­s ha vivido como para no haber aprendido de los clásicos a los que leyó y cantó. Y hacerse clásico él mismo a su pesar. Porque Raimon es mucho más que una parte importante de la banda sonora de nuestra vida. Es el grito de la resistenci­a y el verso del amor, el verdor del paisaje y el viento que empuja la vela del barco que surca el mar de nuestro mensaje. Todo lo que tantos quisieran alcanzar pero mueren en el intento. Quizás porque ceden a las tentacione­s pensando que mantienen su imposible coherencia o porque sucumben a los golpes de timón de los gustos musicales para no perderse el aplauso fácil de una concurrenc­ia maleable. Raimon no lo hizo ni cuando le daban por amortizado. Cuando decían que con la democracia ya no cabían ni gritos ni canción protesta y a él se le asimilaba con la lectura simplista de unas letras que decían más. Mucho más. Aquí las tenemos. Instalados en un presente continuo, sus versos no sólo resisten el paso del tiempo sino que se amoldan a sus nuevas vicisitude­s. Esto es un clásico. Y que me perdone Espriu, quien considerab­a que la condición de inimitable y no repetible alejaba a Raimon de esta definición. Por lo que respecta a su actitud ética y la perdurabil­idad de su arte, no tenía duda alguna. Pero en su conjunto, el poeta que le debe mucho al cantautor prefería definirle como un fenómeno complejo. Y próximo, añado.

Raimon ha decidido no dilatar más su vida artística porque prefiere poner fin amando y siendo amado

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