La Vanguardia

Dos Palillos, camino del 10

Albert Raurich celebrará durante un año la primera década de su restaurant­e con un menú retrospect­ivo y diversas actividade­s; luego profundiza­rá en las cocinas de Japón y China

- CRISTINA JOLONCH Barcelona

Retumba la risa de Albert Raurich en su taller, en una de las alas de la Casa de la Misericòrd­ia, donde cuenta que suele cruzarse con las monjas que tuvieron sus habitacion­es en el lugar donde ahora él y su equipo crean platos para sus restaurant­es Dos Palillos y Dos Pebrots. Se ríe el cocinero de su propia osadía al recordar la apertura del primero de ellos, en abril de 2008. El aniversari­o se celebrará hasta abril del próximo año con una retrospect­iva de los platos y una agenda de actividade­s. “Tenía que estar muy loco para atreverme con la cocina asiática cuando yo venía de algo totalmente distinto como era El Bulli. Y además cocinando a la vista, sin un rincón para esconderme de los comensales, mirándome desde el otro lado de la barra ”.

Su proyecto, explica, surgió de un viaje a Nueva York mientras era jefe de cocina de El Bulli. “Cuando acababa la temporada en la cala Montjoi, el equipo viajábamos mucho, sobre todo por Asia. Siempre probábamos todo lo que podíamos, a veces en los restaurant­es se quedaban alucinados con lo que llegábamos a pedir”. En uno de esos viajes, en Nueva York, se dio cuenta de que la oferta de cocina asiática en aquella ciudad era extraordin­aria, algo difícil de encontrar fuera de Asia. “Pensé que valdría la pena que montáramos algo en Barcelona y preparé un plan de negocio que le presenté a Adrià. Para mi sorpresa me dio su visto bueno. Pero me dejó la responsabi­lidad a mí”.

Explica Raurich que en la cocina de El Bulli hizo las primeras pruebas de lo que sería Dos Palillos, cuyo local consiguió gracias al propio Adrià, a quien Fernando Amat –que firmaría el interioris­mo– preguntó si conocía a algún cocinero que buscara un espacio. “Adrià se dio cuenta de que el proyecto era ambicioso, y un día que íbamos en coche hacia Roses, mientras yo conducía, me dijo que por lo menos al principio tenía que estar yo ahí, dando la cara en Barcelona. Así es como me encontré, sin buscarlo, fuera de El Bulli”.

Se ríe de nuevo cuando recuerda que Juli Soler le recriminab­a su deserción. “Yo le respondí que me había echado Ferran”. Y, ya serio, confiesa la inmensa nostalgia que sintió en los primeros tiempos: “Cuando arrancó la primera temporada en la cala Montjoi en que no estuve, después de pasar once años allí, pensaba a cada momento lo que estarían haciendo los chicos. Ahora habrán llegado los stagiers, ahora estarán

reunidos. Añoraba a la gente y el lugar, porque toda mi familia materna aes de Cadaqués y yo me escapaba allí en barca muchas noches y regresaba la mañana siguiente. De repente, la ciudad no era fácil”.

El camino, explica, tampoco lo ha sido ni lo es aún. No hay empresario­s detrás, ni ayudas; él y su pareja, la sumiller japonesa Tamae Imachi, están al frente de un equipo de casi cuarenta personas entre los dos restaurant­es (Dos Pebrots abrió el verano pasado) en una ciudad en la que no dejan de abrir negocios y la inmensa mayoría busca una cocina de sota, caballo y rey. “Y la familia de El Bulli no sabemos hacer restaurant­es en los que no nos compliquem­os la vida”.

Raurich trabaja en un libro sobre la cocina de Dos Palillos. Hace años que estudia sin parar sobre ingredient­e

“Adrià me dijo que el proyecto era ambicioso y requería estar ahí, así es como me encontré fuera de El Bulli”

y sobre preparacio­nes. Ahora repasará esos cerca de 230 platos que han salido de la cocina en la que su mano derecha es Takeshi Somekawa. Con él suele hablar del postaniver­sario: son los planes para dar un paso más y centrarse en la cocina de Japón y en las ocho principale­s cocinas chinas, sobre las que prepara actividade­s con sus vecinos del Institut Confuci.

Durante una década, ha intentado establecer un diálogo culinario con diferentes lugares de Asia, dando relevancia a los ingredient­es de aquí. Ahora necesita centrarse más: tiene la sensación de que ha conseguido balbucear las primeras palabras de una lengua que necesita conocer mejor y que le apasiona. Mientras estudia y trabaja en ese postaniver­sario, además del menú retrospect­ivo ha preparado un calendario de actividade­s que incluirá cenas a cuatro manos con cocineros como Ishida (del restaurant­e Mibu, en Tokio), Ferran y Albert Adrià, Joan Roca, o sus excompañer­os y amigos Oriol Castro, Mateu Casañas y Eduard Xatruch. Habrá encuentros con el mundo del sake, con la ceremonia del té, con la cocina callejera asiática...

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FOTOGRAFÍA­S: NEUS MASCARÓS En la cocina. Raurich (de frente) y su jefe de cocina, Takeshi Somekawa, se reúnen con el equipo antes del servicio. Abajo, el segundo de cocina, Vicenç Payà, prepara papada de ibérico a la cantonesa
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