La Vanguardia

“La buena literatura molesta”

Leila Slimani publica su inquietant­e ‘Canción dulce’, premio Goncourt

- FERNANDO GARCÍA

“El bebé ha muerto. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencia­s, pero va a sucumbir”. Así de crudamente, con la escena de un doble infanticid­io a base de cuchillada­s y golpes, empieza la novela ganadora del último premio Goncourt, Canción

dulce, de Leila Slimani (Rabat, 1981). Con 550.000 ejemplares vendidos en el país vecino, el libro acaba de publicarse en España (Cabaret Voltaire/Bromera). “La buena literatura no se limita a entretener; tiene que molestar e incluso hacer sufrir al lector”, afirma.

La fórmula de Slimani es la de un thriller de estilo muy sencillo, pero “con ideas ambiguas y personajes poliédrico­s de actitudes complicada­s”. El desenlace se desvela al inicio, aunque se detalle al final, pero la chicha está en el paulatino descubrimi­ento de capas que, entre la primera y la última palabra, va revelando las facetas oscuras de la asesina, pero también las dobleces de los padres de las víctimas.

El crimen se inspira en un suceso real ocurrido en Nueva York hace cinco años. Todo lo demás es ficticio. A la autora siempre le había llamado la atención la “interesant­e y ambivalent­e relación que se establece entre padres y niñeras”. Sobre todo, porque, si bien aquellos tienen un evidente poder sobre las empleadas en tanto que patrones, “ellas también tienen poder sobre los padres, al ocuparse nada menos que de sus hijos”.

Hay un primer flashback al que siguen constantes idas y venidas en tiempo y espacio donde se van conociendo hechos y antecedent­es que, como dice Slimani, dan ganas al lector de avisar a los padres sobre cómo es en realidad la chica que han metido en casa. Primero son pequeños detalles que levantan sospechas, después aparecen las rarezas, luego las sombras de un pasado terrible, una soledad y una frustració­n en aumento, una obsesión que crece como una bola de nieve…

“Louise comete un acto monstruoso, pero en principio no es un monstruo. Es una mujer normal”, explica la escritora. Y la compara con un plato que, a fuerza de posarlo una y otra vez en la mesa, se va agrietando de manera impercepti­ble... hasta que un día se quiebra.

El seguimient­o del proceso página a página atrapa y provoca desasosieg­o. Slimani lo hace aposta. “No quiero que el lector sea pasivo. Quiero pincharle, revolverle y que se haga preguntas”, dice, aunque insiste en su preocupaci­ón por darle margen y “confrontar­lo a la libertad”. La novelista rechaza radicalmen­te las novelas de masas que sólo buscan la amenidad a base de estereotip­os y huyen de toda complejida­d. “Para mí, la literatura debe incomodar, hacerte sufrir. Ha de aproximars­e a la complejida­d de la vida, hablar del dolor humano, las contradicc­iones, la dificultad del amor, la muerte y la dificultad de vivir”, ametralla. “No hay que temer las contradicc­iones y los malos sentimient­os”.

“Todo el mundo tiene secretos. Nadie es lo que parece. Nunca se conoce a nadie al cien por cien, ni después de veinte años de convivenci­a”, opina la escritora. Y añade que lo que ella quiere con sus relatos es “contar lo que no se ve” en los individuos de buenas a primeras. La novela también da un repaso exhaustivo a los desafíos vitales del urbanita medio, con especial detenimien­to en las madres, en un tiempo donde “por primera vez se supone que las mujeres pueden hacer de todo –trabajar, parir y criar, salir, consumir, viajar, triunfar-, pero nadie nos ha dado la receta de cómo hacerlo sin desfallece­r”. El resultado –cree Slimani– es una vida abrumada, a ratos angustiosa. Como el libro mismo.

“Nunca se conoce a alguien ni después de veinte años de convivenci­a”, dice la autora francesa

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EMILIA GUTIÉRREZ Leila Slimani

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