“La buena literatura molesta”
Leila Slimani publica su inquietante ‘Canción dulce’, premio Goncourt
“El bebé ha muerto. La niña, en cambio, seguía viva cuando llegaron los del servicio de emergencias, pero va a sucumbir”. Así de crudamente, con la escena de un doble infanticidio a base de cuchilladas y golpes, empieza la novela ganadora del último premio Goncourt, Canción
dulce, de Leila Slimani (Rabat, 1981). Con 550.000 ejemplares vendidos en el país vecino, el libro acaba de publicarse en España (Cabaret Voltaire/Bromera). “La buena literatura no se limita a entretener; tiene que molestar e incluso hacer sufrir al lector”, afirma.
La fórmula de Slimani es la de un thriller de estilo muy sencillo, pero “con ideas ambiguas y personajes poliédricos de actitudes complicadas”. El desenlace se desvela al inicio, aunque se detalle al final, pero la chicha está en el paulatino descubrimiento de capas que, entre la primera y la última palabra, va revelando las facetas oscuras de la asesina, pero también las dobleces de los padres de las víctimas.
El crimen se inspira en un suceso real ocurrido en Nueva York hace cinco años. Todo lo demás es ficticio. A la autora siempre le había llamado la atención la “interesante y ambivalente relación que se establece entre padres y niñeras”. Sobre todo, porque, si bien aquellos tienen un evidente poder sobre las empleadas en tanto que patrones, “ellas también tienen poder sobre los padres, al ocuparse nada menos que de sus hijos”.
Hay un primer flashback al que siguen constantes idas y venidas en tiempo y espacio donde se van conociendo hechos y antecedentes que, como dice Slimani, dan ganas al lector de avisar a los padres sobre cómo es en realidad la chica que han metido en casa. Primero son pequeños detalles que levantan sospechas, después aparecen las rarezas, luego las sombras de un pasado terrible, una soledad y una frustración en aumento, una obsesión que crece como una bola de nieve…
“Louise comete un acto monstruoso, pero en principio no es un monstruo. Es una mujer normal”, explica la escritora. Y la compara con un plato que, a fuerza de posarlo una y otra vez en la mesa, se va agrietando de manera imperceptible... hasta que un día se quiebra.
El seguimiento del proceso página a página atrapa y provoca desasosiego. Slimani lo hace aposta. “No quiero que el lector sea pasivo. Quiero pincharle, revolverle y que se haga preguntas”, dice, aunque insiste en su preocupación por darle margen y “confrontarlo a la libertad”. La novelista rechaza radicalmente las novelas de masas que sólo buscan la amenidad a base de estereotipos y huyen de toda complejidad. “Para mí, la literatura debe incomodar, hacerte sufrir. Ha de aproximarse a la complejidad de la vida, hablar del dolor humano, las contradicciones, la dificultad del amor, la muerte y la dificultad de vivir”, ametralla. “No hay que temer las contradicciones y los malos sentimientos”.
“Todo el mundo tiene secretos. Nadie es lo que parece. Nunca se conoce a nadie al cien por cien, ni después de veinte años de convivencia”, opina la escritora. Y añade que lo que ella quiere con sus relatos es “contar lo que no se ve” en los individuos de buenas a primeras. La novela también da un repaso exhaustivo a los desafíos vitales del urbanita medio, con especial detenimiento en las madres, en un tiempo donde “por primera vez se supone que las mujeres pueden hacer de todo –trabajar, parir y criar, salir, consumir, viajar, triunfar-, pero nadie nos ha dado la receta de cómo hacerlo sin desfallecer”. El resultado –cree Slimani– es una vida abrumada, a ratos angustiosa. Como el libro mismo.
“Nunca se conoce a alguien ni después de veinte años de convivencia”, dice la autora francesa