La Vanguardia

“Mi madre me decía: ‘Tú, no’”

Natalia García lleva la gimnasia en los genes: es hija y nieta de especialis­tas

- Sergio Heredia

Para tener buena salud haría todo menos tres cosas: hacer gimnasia, levantarme temprano y ser persona responsabl­e

Oscar Wilde

Natalia García tenía tres años y ya iba por Terrassa de aquí para allá, imitando a las gimnastas rítmicas que salían en la tele. –Mi madre me decía: ‘Que no’. –Y yo: ‘Que sí’. La madre quiso apuntarla a natación. Y a sevillanas. –¿Y eso? –Me gustaba bailar. Pero lo que realmente quería hacer era rítmica. Levantaba las piernas. Volteaba sobre mí. –¿Por qué se le resistía su madre? –Fue gimnasta, ¿sabe usted? El asunto viene de lejos. De Moscú. En los años cincuenta y sesenta, Natasha fue gimnasta acrobática. Era la abuela de Natalia García. –¿Gimnasia acrobática? –Mortales, volteretas y todo eso. Natasha fue campeona de la Unión Soviética. Mi madre, Leila, heredó aquello. Y sabe lo que duele el cuerpo. De ahí su resistenci­a.

Leila Timofeeva, la madre, se quedó a mitad de camino. Se entrenaba en Moscú.

–Allí las niñas son gimnastas. Es similar a lo que ocurre aquí con los niños: todos quieren ser futbolista­s...

Leila Timofeeva tenía buenas condicione­s. Era flexible y estilosa, como Natalia.

–Pero a los quince años cogió la hepatitis. Y la hospitaliz­aron por una larga temporada. Cuando volvió al gimnasio, se había quedado atrás. Se había perdido la parte que correspond­e al desarrollo. Había ganado demasiado peso y lo dejó. Se hizo entrenador­a. –Y a usted no la entrenó. –No me quería ni apuntar. Quería que tocara otros deportes. Y yo, venga. –Qué pesada. –Cuando quiero algo... Natalia García, que esta tarde participa en el Trofeo Ciutat de Barcelona de Gimnasia Rítmica (Pabellón de la Vall d’Hebró), es paciente conmigo. Sentados a la sombra, frente a la pista de atletismo del CAR de Sant Cugat, me explica conceptos básicos de la disciplina.

Me cuenta que son cuatro especialid­ades. Aro, pelota, mazas y cinta. Cada ejercicio, sumamente explosivo, se prolonga por un minuto y medio. Las pruebas se puntúan por separado y también en su conjunto.

Hasta el pasado verano, la mejor especialis­ta española era Carolina Rodríguez. Ya ha cumplido los 31 años. Se ha retirado.

–Ahora, al fin, la número uno española soy yo. –Se perdió los Juegos de Río. –Cierto. Los vi por la tele. Yo era reserva. Y en estos deportes, cuando eres reserva no viajas. Bueno, ahora pienso en Tokio. –Quedan tres años. –Es mi sueño. Estoy para eso. –¿Cómo pudo convencer a su madre? ¡Usted solo tenía tres años!

–Cuando me pongo... Una conocida de mi madre estaba en contacto con Iratxe Aurrekoetx­ea. Entrenó a Almudena Cid aquí mismo, en el CAR. La primera vez que me vio, Aurrekoetx­ea le dijo a mi madre que yo era flexible, que ya hacía figuras. –¿La convenció? –No del todo. Pero yo seguí. Le dije a mi madre que quería más. Dos años más tarde, no tuvo más remedio que llamar de nuevo a la entrenador­a. Pero yo aún era muy pequeña.

Al ser una cría, le hicieron un hueco en el Club Muntanyenc Sant Cugat. La entidad tiene espacio propio dentro del CAR.

–Estaba loca por esto. Me pasaba horas entrenándo­me y cuando volvía a casa, seguía con la rítmica.

A los siete años, al fin –qué larga espera para una niña–, entró en el centro de tecnificac­ión de la Federació Catalana. Y a los nueve ya se incorporab­a a la selección catalana. –¿Ya vivía en el CAR? –No, aquí pasé a residente a los 18 años. Hasta entonces, me traían mis padres. –¿Siguen en Terrassa? –Vino la crisis. Mi padre era empresario de la construcci­ón. La empresa quebró. Se fueron a la Guayana francesa. Se llevaron a mi hermano Toni. Así que aquí estoy sola. Por cierto, este fin de semana han venido a verme.

La llaman al móvil. Es el psicólogo. Conversan unos segundos.

–Cinco minutos y habremos terminado la entrevista –le dice, antes de colgar. –¿Van a visualizar? –Hay que hacerlo. Tienes que poner la mente en situación. Durante la competició­n no se puede improvisar.

La visualizac­ión es un ejercicio psicológic­o, una suerte de hipnosis que enmarca al deportista: a grandes rasgos, puede ver y prepararse para todo aquello que se encontrará al competir. –Aun así, pasan cosas –observo. –La semana pasada, en el Europeo de Budapest, me había ido genial en el primer día. Pero en el segundo, se me cayó una maza. No me había pasado nunca. –¿Y eso? –Me quise anticipar. Y eso no se puede hacer. Primero un movimiento, y luego el siguiente. Hay que respetar cada paso. –¿Qué pasó? –Es curioso. Al público no le importó. Cuando estás en el gimnasio te sientes como una estrella. Se te acercan las niñas. Te preguntan: ‘¿Te puedo tocar?’. Da igual que no me reconozcan en la calle. Son tantas las que quieren llegar aquí. Y mírame...

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CÉSAR RANGEL Natalia García, en la sala de gimnasia rítmica del CAR, este jueves
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