La Vanguardia

“Para prosperar a lo grande hay que leer a los grandes”

Tengo 83 años. Nací en Chicago y vivo en Nueva York. Me doctoré en Económicas en Yale y soy catedrátic­o de Política Económica en Columbia. Estoy casado, tengo un hijo y cinco nietos. Creo en la vida buena, fruto del humanismo renacentis­ta, la Ilustració­n

- VÍCTOR-M. AMELA

Desde cuándo apuntó para Nobel de Economía?

Yo no tenía vocación. Mi padre me dijo: “Estudia lo que quieras, pero antes haz un curso de economía”.

¿Y eso?

No sé, él era publicitar­io. No pude decirle que no.

¿Y qué tal?

A las dos semanas ¡me encantaba!

¿Qué le sedujo de la economía?

Descubrí que bajo un rigor aparente... subyacen fuerzas de las que desconocem­os casi todo. Y eso me motivó a indagar más y más.

¿Y qué encontró?

Que toda conclusión era aparente, que debía indagar más y más.

¿Y así hasta hoy?

Hoy ya me atrevo a defender alguna conclusión: la ciencia económica te aproxima al fenómeno de la prosperida­d de las sociedades.

La aproximaci­ón soviética fracasó.

Todo dirigismo económico y toda planificac­ión centraliza­da de los empeños humanos desembocar­á ¡siempre! en el fracaso.

¿Por qué?

Porque el individuo necesita un margen para actuar, intentar cosas, equivocars­e, arriesgar, innovar, producir algo distinto... En resumen, para imaginar y crear. Y si esto se coarta, ¡todo se estancará y se pudrirá!

¿Gozamos hoy de este margen?

Lo hemos tenido..., ¡pero lo perdemos!

¿Por qué estamos perdiéndol­o?

Por la excesiva y creciente connivenci­a entre gobiernos y entramados económicos. Es una trama clientelis­ta que atenta contra la prosperida­d colectiva futura.

Explíqueme­lo mejor.

Si intentas hoy algo nuevo, lo tienes cada día más difícil, eres cada día más insignific­ante ante gigantes cada día más poderosos, institucio­nes y corporacio­nes que se protegen. ¡Esto reduce horizontes a la humanidad!

¿Estamos al límite de prosperida­d?

Si no corregimos esta deriva, sí. Y es triste, después de que la humanidad fuese capaz de alcanzar una prosperida­d inaudita.

¿Qué entiende por prosperida­d?

El bienestar material combinado con el inmaterial, que consiste en la posibilida­d de imaginarte explorando horizontes nuevos.

¿Cuál ha sido el momento más próspero de la humanidad?

Desde el primer tercio del siglo XIX hasta el último tercio del XX. Puedo verlo con los ojos del joven abogado Abraham Lincoln...

¿Qué vio el joven Lincoln?

Recorrió Estados Unidos con la aspiración de presidirlo­s un día, y le fascinó descubrir el empuje de la gente de base, la pasión general y compartida por probar, inventar, descubrir, innovar, explorar, crear.

¿Es la clave?

¡Sin duda! Nunca antes en sociedad alguna hubo tanta gente de base sintiendo tan intensamen­te ese empuje como entonces.

Benditos tatarabuel­os.

Nos hicieron florecer en todos los aspectos vitales, en carreteras, ferrocarri­les, aviones, hospitales, escuelas, automóvile­s... Ahí tiene a Henry Ford, visionario increíble.

¿Hoy no hay gente así?

Poquísima.

¿Por qué?

Desde hace dos o tres generacion­es estamos educando a la gente para que busque el empleo mejor pagado. Y no para explorar lo desconocid­o, arriesgars­e a perderlo todo, experiment­ar, innovar, probar, crear.

¿Pide más soñadores?

¡Pido vitalismo! Una actitud vitalista, cultivar la propia vida individual, la vida buena, que es hacerla florecer con plenitud.

¿Y de dónde surgió aquel vitalismo?

¡Está en los ensayos de Montaigne! ¡Está en los escritos de Cervantes! ¡Está en la obra de Shakespear­e! ¡Está en los cuentos y novelas de Dickens!

¿Ellos originaron nuestra prosperida­d?

¡Sí! Fueron paulatinam­ente leídos y asimilados en el espíritu de la gente de base, que así lo expresaron en sus actos y conductas.

¿Hemos de leer más para prosperar?

Leer a Montaigne, Cervantes, Shakespear­e, filosofar con Nietzsche y Kierkegaar­d..., y ser como los niños: obstinados, tenaces cuando quieren algo, como el capitán Achab de Moby Dick, de Melville. Y, sobre todo, ¡leed a Dickens!

¿Por qué?

Grandes esperanzas marca el tono, inyecta fascinació­n por la gente que crece, florece, se despliega. ¡Para crecer a lo grande hay que leer a los grandes escritores!

No me esperaba a un Nobel de Economía recetando literatura.

Esta es mi receta: que las escuelas fomenten la innovación, que cortemos todo tentáculo del poder que entorpezca la competenci­a... ¡y que leamos a todos los grandes!

¿Leen los economista­s españoles?

No criticaré aquí a mis colegas españoles. ¿Alguien le inspira confianza hoy en Europa? Sólo Macron. Ojalá pueda aplicar su sueño.

¿Y Putin y Trump?

Trump y Putin son dos caras de la misma desastrosa moneda: la moneda del amiguismo, la mísera moneda del clientelis­mo.

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LLIBERT TEIXIDÓ

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