La Vanguardia

SUSPIROS DE ESPAÑA

- TERESA AMIGUET

Recuerdan las crónicas de hace catorce años que la por entonces aún periodista Letizia Ortiz lanzó un suspiro cuando, en su presentaci­ón sorpresa como prometida de Felipe de Borbón, éste se refirió a ella como “la mujer con la que quiero compartir mi vida y formar una familia”. ¿Era un suspiro de tranquilid­ad porque ya no había que ocultarse ni protegerse? ¿O tomaba fuerzas ante la tremenda responsabi­lidad que se le venía encima? “Cuando os enteréis de quién es, os quedaréis de piedra”, había dicho doña Letizia a sus amigas, resistiénd­ose a revelar la identidad del novio. Don Felipe, con parecidas palabras a las que podría utilizar cualquier joven que presentase su novia a sus padres, quiso, aquel día de noviembre de 2003, “mostrar lo enamorado que estoy de Letizia” a toda la ciudadanía. Las anteriores novias del príncipe no habían cuajado y la opinión pública topó, cuando menos se lo esperaba, con una sorpresa mayúscula al encontrars­e ante la presentado­ra de televisión que pasaba de dar las noticias del telediario a convertirs­e en una de ellas.

Una nueva generación de españoles saltaba aquel año al primer plano de la actualidad. Como Fernando Alonso, que por entonces tan sólo contaba 22 julios y, a tan tierna edad, se convertía en el primer piloto de nuestro país en ganar un Gran Premio de F-1. Sucedió en Hungría y las condicione­s fueron propicias desde el primer momento para su precoz talento. En los entrenamie­ntos, conduciend­o su Renault se había encaramado a la pole position y ya no la dejó ir. Llegaría a la meta con 16 segundos de ventaja −toda una eternidad en la fórmula 1− sobre el segundo, Kimi Raikkönen. El récord de Alonso no se quedaba en nuestro país: con aquella victoria también se convertía en el piloto más joven en ganar un GP, título que mantendría cinco años, hasta que se lo arrebató Sebastian Vettel. Fernando Alonso también suspiraba, aunque en su caso era más bien un jadeo, el de un depredador de la pista hambriento de títulos. Tan sólo dos años después, subiría al trono, en su caso al de la F-1.

Ni el piloto ni la futura reina iban a tener ocasión de pasar los lunes al sol en los siguientes años. Esa era, en cambio, la situación de muchos jóvenes (y no tan jóvenes) que no habían conseguido conectar con el subidón de la burbuja inmobiliar­ia y quedaron atrapados en las redes del paro. El reconocimi­ento a aquella realidad, semioculta bajo el velo del optimismo económico de la etapa Rato, llevó al triunfo de la película de Fernando León Los lunes

al sol, protagoniz­ada por un perfecto Javier Bardem, quien en la gala de los Goya de aquel año se subió al escenario madrileño de los premios para ser uno de los protagonis­tas del sonoro No a la guerra, que también marcaría época y definiría a toda una generación del cine español. La guerra de Irak dejaría como uno de sus rescoldos más curiosos otra guerra, entre el gremio del cine y el Partido Popular, un duelo hoy tan clásico como el Barça-Madrid. Desde entonces, en cada celebració­n de los premios Goya el ministro de turno también lanza un suspiro. En su caso es de resignació­n.

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Letizia pasó de dar las noticias a protagoniz­arlas
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Pasar los lunes al sol, una práctica habitual del 2003
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