La Vanguardia

Periodista­s y camas

- ARTURO SAN AGUSTÍN

Observar desde una habitación del Hostal de la Gavina el paso de una ballena rorcual es un privilegio. Y escuchar a dos veteranos periodista­s que trabajaron en el semanario Cambio 16, mientras algunos aventurero­s catalanes pretenden amordazar nuevamente a los periodista­s no afectos a su Régimen, es recordar las tinieblas franquista­s. Hablo aquí del redactor Antonio Ivorra y de Albert Arbós, cronista destacado de la transición en Catalunya. Arbós siempre ha sido seductor. Ivorra fue eurocomuni­sta. Y yo creo que, ahora, a los dos les interesa más la excepciona­l ensalada de atún rojo con aguacate, rabanito y vinagreta de jengibre y soja que prepara Romain Fornell en el restaurant­e Candelight del Hostal de La Gavina, que las holandesas rubias y las revolucion­es. Las enseñanzas de aquel gran vividor, reidor y quizá cínico Xavier Domingo, también redactor de Cambio 16 y sabio en el arte de contar sabores, sin duda influyeron en ambos colegas. Domingo, que se alborotaba sus pocos pelos laterales para disimular su calvicie, parecía un clown, un augusto, dibujado por Federico Fellini. O sea, que Ivorra y Arbós coincidier­on hace años en la revista Cambio 16, que, según algunos colegas, entre ellos Harry Debelius, del diario The Times, aportó un estilo periodísti­co hasta entonces desconocid­o en España. Gonzalo San Segundo, en su libro titulado El cambio de España, habla de los periodista­s que hicieron posible Cambio 16 y recuerda aquello que solía decir José Antonio Martínez Soler sobre los textos periodísti­cos: “Una línea, diez datos y dale Estrellita Castro”. Es decir, que los textos periodísti­cos deben ser siempre sustancios­os y amenos.

Cambio 16 era el anglófilo Joan Castellá-Gassol y, por supuesto, su director y cronista, Pepe Oneto, propietari­o de un insólito flequillo alarmantem­ente rubio, que tal vez siempre ha tenido su razón de ser. Oneto, que le copiaba algún modelo de camisa a Ben Bradley, entonces director de The Washington Post, fue capaz de presentar en los tribunales una demanda invocando la cláusula de conciencia recogida en la Constituci­ón española. Y antes de que los tribunales dictasen sentencia, la empresa de Cambio 16 cedió. Años más tarde, en 1997, el Parlamento aprobó una ley sobre esa cláusula, que fue pionera en Europa. A Oneto, hombre de respuesta rápida y certera, siempre le han temido algunos colegas argentinos. Porque también en Cambio 16 existió el llamado Clan de los Argentinos, una de cuyas especialid­ades era celebrar, por supuesto en exceso y desde luego con mucho éxito, las gracias de la canadiense Barbara Chaplin, que era la mujer del jefe, es decir, Juan Tomás de Salas. Gonzalo San Segundo, hombre de sombrero panamá, afirma que fue De Salas quien trajo a España el periodismo de corte anglosajón. Y cuentan que Barbarita permitía a su periquito volar libremente en la redacción sin importarle que el pájaro se cagara sin piedad en los folios a medio escribir.

A Oneto le gusta esta frase de Abel Rosenthal, exdirector de The New York Times: “El antagonism­o entre la prensa y el gobierno es un síntoma de buena salud por ambas partes. No creo que veamos el día, ni tampoco que lo debamos ver, en que nos vayamos juntos a la cama”.

Creo, Pepe, que el amigo Rosenthal no fue profeta.

josé oneto “Su insólito flequillo alarmantem­ente rubio tal vez ha tenido su razón de ser”

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. Albert Arbós, Gonzalo San Segundo y Pepe Oneto
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