Negocios y secretos de Florenci y su hijo Jordi Pujol
“Tengo miedo de que te conviertas en un Millet”
La escalofriante confesión de Jordi Pujol en julio del 2014 reconociendo que su esposa y sus hijos habían sido titulares durante más de 35 años de cuentas bancarias no declaradas, primero en Suiza y después en Andorra, puso el foco también sobre el proceder económico del más carismático líder del nacionalismo catalán conservador. Burgués de tercera generación, comenzó dirigiendo una empresa farmacéutica, se convirtió en banquero financiador de actividades vinculadas al catalanismo y, finalmente, acabó volcado en la política.
El pasado 26 de abril, durante el registro ordenado por el juez De la Mata en los domicilios de Pujol y de su esposa, Marta Ferrusola, los funcionarios judiciales requisaron diversos documentos que, además de poner de manifiesto las diferencias de opinión sobre la gestión del patrimonio entre Jordi y su padre, Florenci, sirven para rastrear algunos de sus pasos en el pasado. En estas mismas páginas se reproducen dos de ellos. El primero, una carta del padre al hijo; el segundo, un análisis de la situación patrimonial de este último elaborado por el primero. Según la familia, formarían parte de la correspondencia que incluiría la supuesta carta a Marta Ferrusola sobre el legado en Suiza.
Según las fuentes consultadas, la carta, que no está fechada, se sitúa en algún momento entre los años 1975 y 1976. El otro documento sería algo anterior.
Florenci, que falleció en 1980, centra su atención en las inversiones que ha puesto en marcha su hijo: la Gran Enciclopèdia Catalana, de la que Jordi había tomado el control en 1969, y el llamado “Diari”, en referencia al Correo Catalán, adquirido junto con la revista
Destino en 1974. Considera que provocarán más pérdidas de las que este calcula: “Si fueran estas cantidades os jugaríais 169 o 211 millones (de pesetas). No os hagáis ilusiones. Enciclopèdia y diario costarán muchos millones”.
El bolsista Florenci, según manifiesta él mismo en su carta, temía que su hijo acabase dilapidando el patrimonio familiar. Y le advierte contra los peligros del excesivo endeudamiento. “Esto de perder el dinero tiene una importancia relativa, si se tiene. Lo que no se puede de ninguna de las maneras es quedar endeudado (...) esta operación (el diario) no se puede llevar a cabo si antes no se tiene cubierta, eso de que ya saldrá el dinero. No”.
Y le pone al hijo un ejemplo de personaje con un comportamiento económico nada recomendable, reprobable, Félix Millet Maristany, padre del saqueador del Palau pendiente de sentencia: “Tengo miedo de que un día te conviertas en un Millet (que en paz descanse), que iba pignorando [dejando en prenda o em- peñando] y repignorando”. Se refiere a Millet Maristany, sobrino del fundador del Orfeó Català, un importante financiero y empresario, que se sumó al bando franquista durante la Guerra Civil y después ocupó importantes cargos financieros, como la presidencia del Banco Popular, vinculado al Opus Dei. En la posguerra también fue cofundador de Òmnium Cultural y de Banca Catalana. Entre 1951 y 1961 presidió el Orfeó Català, pro- pietario del Palau de la Música.
El segundo peligro contra el que Florenci advierte a su hijo, con una clarividencia admirable, es que “de buena fe un día te encuentres con un caso Matesa. Sería muy triste que además, como dices, que el banco te tuviera que hacer el favor de quedarse tus acciones y además pelado”. El caso Matesa fue un escabroso caso de corrupción y malversación de 10.000 millones de dinero público en pleno franquismo destapado en 1969 y cuyo principal protagonista fue el empresario barcelonés de orígenes textiles Juan Vilá Reyes. El propio Florenci había sufrido las consecuencias legales de desafiar las leyes sobre el tráfico de divisas y el 9 de marzo de 1959 su nombre apareció junto con el de otras 871 personas en el BOE que recogía las multas que les habían sido impuestas.
Y los cálculos que realiza el pa- dre, en esta caso en el segundo documento reproducido, establecen el límite de las pignoraciones que podría realizar su hijo para financiar sus inversiones sin superar el límite del valor de las acciones dejadas como prenda, los 200 millones de pesetas de títulos de Banca Catalana.
Todas las admoniciones del padre parecían tener el objetivo de proteger lo que él consideraba la joya de la corona de su patrimonio,