Invitación a la pista de baile
La depuración sonora en el nuevo álbum de la adictiva banda estadounidense es mostrada con absoluta y brillante transparencia. Una apuesta por una coherencia que ha sido uno de sus rasgos distintivos desde sus primeros días como grupo, cuando exhibían su contagioso discopost-punk en una escena musical como la estadounidense donde en ese ámbito mandaba más un tipo de revivalismo dance-punk muy asentado en Nueva York. Los californianos no cambiaron entonces su rumbo, y tampoco lo hacen ahora, como atestigua este brioso Shake the shudder, que exuda amor y atracción por la pista de baile, uno de los escenarios ideales para agitar los cuerpos.
En esta séptima entrega discográfica, el grupo de nombre impronunciable relega de forma perceptible el pulso funk en beneficio de las rítmicas más disco, con lo que regresan de una manera muy nítida a esas esencias sonoras de sus inicios, cuando rompían los
dance floors desde el flanco indie. Aquí brilla esa inteligente, y muy natural en su caso, combinación de voces femeninas y el imparable ímpetu, a menudo rozando lo frenético, del fantástico Nick Offer. Esta opción de continuar, veinte años después, en la senda de los ritmos de baile se sigue demostrando no sólo plausible sino también convincente y, por momentos, adictiva, especialmente ahora en que él énfasis está depositado en el groove rítmico y en dejar amplio espacio a las voces. Canciones cortas, contundentes y con aquel sabor de don’t stop the
dance.