La meca de las carreras
Las 500 Millas de Indianápolis son el mayor espectáculo deportivo del mundo con 350.000 personas: más de 3 Camp Nou
Carteles omnipresentes con el “Welcome race fans” y una sonrisa acogedora son la alfombra roja que recibe al visitante de Indianápolis, ufana capital del Medio Oeste americano de 820.000 habitantes –como media Barcelona–, que vive en estado de ebullición. Entusiasmo y hospitalidad derrochan en la autoproclamada racing capital of the world (capital mundial de las carreras), que cada último fin de semana de mayo vive su fiesta mayor con las legendarias 500 Millas, la Indy500. Una combinación de tradición, de mítica, de fiesta popular, de ritual y de homenaje a los soldados caídos que reúne a 350.000 personas en un solo día: hoy. Ingredientes que hacen de Indianápolis la meca de las carreras. En esta 101.ª edición, con guest star: Fernando Alonso, que compite para agrandar su leyenda (18.21 hora española).
A este lado del Atlántico, las 500 Millas son el summum del motorsport. “Son el espectáculo deportivo más grande del mundo en número de espectadores presenciales; este año, por primera vez, hemos tenido que parar la venta de entradas”, asegura con orgullo Mark D. Miles, director ejecutivo de la Indycar Series. Un campeonato de 17 carreras que tiene como joya de la corona las 500 Millas y su emblemático recinto, el Indianapolis Motor Speedway (IMS), un óvalo construido en 1909 como pista de pruebas de los coches que salían de las fábricas automovilísticas de Indianápolis, rival de Detroit y Cleveland.
Un escenario mítico. No le falta razón al entrañable Donald Davidson, historiador del circuito y del museo Hall of Fame, el hombre que más sabe del Speedway, cuando comenta que “mucha gente al entrar en el recinto siente lo mismo que cuando visita el Coliseo de Roma”: contiene la respiración mientras la vista hace un travelling por las interminables tribunas en forma escalonada, a lado y lado de la recta, con 240.000 asientos, con la emblemática torre de control en forma de pagoda, y un siglo de historia aplasta hasta la insignificancia al visitante en tan majestuoso decorado de película. Un mastodóntico espacio rectangular de 1,32 km2, equivalente a 185 campos de fútbol, que dan cabida al aforo de tres Camp Nou y medio. “Otras instalaciones deportivas tienen una simple presencia; esta tiene aura, es comparable a edificios históricos de Europa. Para los lugareños, el IMS es un lugar casi sagrado”, describe Davidson.
No es exagerado. Lo corrobora Don Klotz, un aficionado preguntado al azar en la grada. “Esto es un templo, es una catedral, en serio. Celebramos el Memorial Day, por los soldados caídos. Vienen abuelos con sus nietos; mucha gente no viene sólo por los coches, sino a estar presente. La energía que desprende este circuito es muy profunda”.
Más allá de experiencias místicas, el Speedway tiene sobre todo aire de feria por el día y de miniWoodstock por la noche. Nada que ver con el supuesto glamur y sofisticación que ha estado vendiendo la F-1 durante años. Aquí todo es más populachero, más festivo y mundano. Autocaravanas apostadas en los jardines de casitas bajas de madera y barras y estrellas en el mástil, tenderetes de comidas, de merchandising, actuaciones musicales regadas con litros de cerveza, efluvios de barbacoa mezclándose con olores de crema protectora... Un ambiente festivalero que rememora el carácter agrícola y ganadero de Indiana y traslada a los días pretéritos de las ferias de productos de la tierra que compartían espacio con los bólidos en las primeras Indy500.
Parte del pasado ha permanecido en las costumbres que siguen vivas en las 500 Millas, como que el ganador beba leche en el podio, en lugar de champán. Una tradición nacida de la peculiar petición de Louis Meyer, en 1933, de festejar su victoria con un vaso de leche, circunstancia que aprovechó una compañía local de productos lácteos para promover su marca perpetuando el ritual... Ahora los 33 pilotos escogen qué tipo de leche beberán si ganan: entera, desnatada o semi –la de Alonso–.
Tradiciones que confieren carácter a la carrera, como el cañonazo a las 6 de la mañana al abrir las puertas del circuito; el aviso previo a la salida, la famosa frase “Gentlemen, start your engines!” (Caballeros, enciendan sus motores), que se modificó en 1978 por “Dama y caballeros” al participar la primera mujer, Janet Guthrie; o los premios para el ganador, el majestuoso trofeo Borg Warner, una obra de arte hecha en plata, con los rostros grabados de los ganadores, y un cheque de una cantidad variable cada año (3,5 millones es el techo, en el 2009).
Una mítica de la Indy500 que se globalizó con la ayuda de Hollywood, desde el cine mudo (Racing hearts, 1922) hasta el cine de animación (Turbo, 2013), y sobre todo con artistas legendarios como James
EL FIN DE SEMANA DEL AÑO Las 500 Millas son una mezcla de tradición, mítica, fiesta y ritual que deja 300 millones a Indianápolis
Cagney, James Stewart, Mickey Rooney, Clark Gable y Barbara Stanwyck (To please a lady, 1950), o la más mítica Winning (500 Millas en la versión española) con Paul Newman y su mujer Joanne Woodward. Nombres a los que se han añadido celebrities involucradas en la carrera como el rey del late-show David Letterman, el actor Patrick Dempsey o el cómico Bill Cosby.
A todos ellos puede estar agradecido Joe Hogsett, el alcalde de Indianápolis, el gran beneficiado del tsunami económico que deja las 500 Millas. Según el presidente de la Cámara de Comercio de Indiana, Jim Schellinger, la carrera tiene un impacto en la economía local de 330 millones de dólares (295 millones de euros). Restaurantes y hoteles (33.000 camas todas ocupadas) hacen su agosto, así como los pequeños autónomos como Bereket, un joven taxista etíope que en dos días gana tanto “como en medio mes”. Una “ayudita” para pagarse los estudios de Enfermería. ¿Quién ganará? “No sé ni quién corre, bro”.
UNA LITURGIA “Esto es un templo; muchos no vienen sólo a ver los coches, sino a estar presente en el Memorial Day”