La Vanguardia

UNA ÓPERA EN EL DESIERTO

En un lustro el sultanato crea de la nada una ópera y un museo, que se suman a la gran mezquita como atracción turística con la que paliar la caída del petróleo

- MARICEL CHAVARRÍA Muscat Enviada especial

Omán apuesta por la cultura para darse a conocer.

Si la carrera entre los países del golfo Pérsico se basaba hasta ahora en quién exhibía el rascacielo­s más alto o la colección de arte más onerosa, la que se corre en la actualidad tiene un cariz muy distinto: se trata de ver quién construye la oferta cultural más deslumbran­te para atraer al turismo, pues de algún modo hay afrontar la crisis de un petróleo que en 40 años puede estar agotado.

Frente a las grandilocu­entes compras de arte del jeque de Qatar –frenadas por la desacelera­ción económica– y después de que el proyecto del mayor Guggenheim del mundo haya quedado estancado en Abu Dabi, o de que Dubái esté en plena huida hacia delante con proyectos faraónicos como el de su gran ópera, Omán opta por intentar la cuadratura del círculo: apostar igualmente por la cultura para generar riqueza, pero sin perder la cabeza como sus vecinos.

Porque, siendo fiel a un estilo arquitectó­nico tradiciona­l –sus edificios no pueden superar las 14 plantas–, en menos de un lustro el sultanato ha levantado de la nada una casa de ópera y un museo nacional –de momento más volcado en la historia local que en el arte–, lo que se suma a la atracción de la gran mezquita del Sultan Qaboos, la más grande de la región desde el 2001.

DOS POR UNA Una ópera de ellos, con su tradición y la nuestra

Acudimos a la capital, Muscat, en plena llegada del verano: 48ºC nada menos. La ópera presenta su próxima temporada. El edificio merece un foto, pero pisar la explanada para tomarla no es recomendab­le mientras no se ponga el sol. Con su intrincada arquitectu­ra de mármol y esos interiores de madera, oro y cristal con aire persa, este edificio tiene un millar de visitantes al día, turistas que luego recorren las lujosas galerías comerciale­s o los restaurant­es que la circundan. Al Angham, el más lujoso, es de los preferidos de lo jeques vecinos, capaces de acercarse a cenar en jet privado.

Sí, la ópera se ha convertido en el must de la ciudad, seguida de la gran mezquita y el zoco. Levanta la expectació­n que hace dos siglos

debió despertar la Scala de Milán. Nos preguntamo­s si lo que se quiere es usar la alta cultura occidental como factor aspiracion­al.

El sobrino del sultán, su alteza Sayid Kamil Fahd al Said, se encarga personalme­nte de presentar la temporada en el escenario presidido por un fabuloso órgano, y de ceder la palabra a su director general. Habrá una Norma, una Aída, una Sonnambula, una L’occasione fa il ladro... todo servido por teatros de ópera europeos como el de Rouen, Turín, Arena di Verona o el Festival Rossini. Por no hablar de la producción de Franco Zeffirelli de los Plagliacci que traerá la Ópera de Roma, explica Umberto Fanni, el italiano al frente de todo esto.

Pero a su lado hay otro responsabl­e

omaní diseñando una programaci­ón internacio­nal de artistas árabes. De manera que si una noche actúan Roberto Alagna u Olga Peretyatko, a la siguiente lo hará una estrella del canto árabe, como el angloafgan­o Sami Yusuf o el iraquí Mahid el Mohandes. Aquí disfrutan de su alta cultura y de la nuestra.

“La Royal Opera Muscat es una institució­n creada con una ambición clara: entender la diferencia entre países, entre culturas. Y eso no puede sino enriquecer. Es lo que deberíamos hacer el resto del mundo”, asegura Fanni en su despacho presidido por un retrato del sultán. En su silla se había sentado Christina Scheppelma­nn antes de asumir la dirección artística del Liceu.

ÓPERA CON RECORTES Crisis del petróleo y un mayor gasto en defensa. ¿Qué queda?

“Y qué teatro de ópera no tiene problemas de presupuest­o...”. Umberto Fanni se resigna a las consecuenc­ias de la crisis. Omán, que se ha mantenido como una isla de estabilida­d desde la primavera árabe y los disturbios regionales –es neutral en la guerra de Yemen y guarda equilibrio­s entre la vecina Arabia Saudí y el socio a largo plazo que es Irán–, se ha unido a la coalición contra el terrorismo liderada por Riad, lo que implica más gasto en defensa. No importa que suba el precio del petróleo: la cultura no gozará de la prebenda esperada. Aun así, Fanni habla del sólido proyecto de biblioteca musical, sala de actos y escuela de ópera que está previsto levantar frente al teatro. Y no sería de extrañar que todo esto lo tuviera antes Muscat que el Liceu de Barcelona... El mismo Sayid Kamil lo defiende.

EL SOBRINO DEL SULTÁN “El objetivo no es hacer dinero, sino tender puentes”

Sorprende que a su alteza, el sobrino del sultán, que ha hecho suyo el proyecto de la Ópera Real, no se le caigan los anillos a la hora de responder a las preguntas de la prensa, algunas incluso impertinen­tes, como la de una correspons­al británica que se detiene en detalles de ticketing. Sayid Kamil informa con la precisión de un gerente y con la amabilidad de un noble. ¿Qué hay de ese nuevo edificio? “Estamos actualizan­do datos constantem­ente, pero estaré honrado de informarle en cuanto tenga detalles...”. Y añade: “Se lo prometo”. ¿Qué hay de una orquesta propia? “Nos encan-

taría, es nuestro propósito. El pasado año ya tuvimos una coproducci­ón y nos estamos planteando tener un ensemble, pero no hasta que estemos seguros de poder hacer una producción propia”, apunta.

Y en cuanto a los precios de las entradas, de 10 a 150 euros, su alteza sabe defenderse: “¡Si me recriminan que ya somos más baratos que el cine! Pero no estamos aquí para hacer dinero, la misión es acercar la cultura de distintos países, tender puentes y acercar el teatro al mayor número de omaníes posible”, dice.

ABDEL HALIM CARACALLA “En mi expresión corporal están Oriente y Occidente”

Hoy en cartel hay un espectácul­o del mítico Caracalla Dance Theatre, la compañía de danza que en los años sesenta fundó el libanés Abdel Halim Caracalla fusionando el estilo moderno de Martha Graham con el ballet clásico y las danzas tradiciona­les de su país. La suya fue la primera compañía profesiona­l de danza de Oriente Medio.

“Mi estilo no es fácil, se trata de pasar de forma repentina de un lenguaje a otro, y eso es complicado para los bailarines. Pero desarrollé una técnica. Y es maravillos­o porque ahí ves diferentes lenguajes de la expresión corporal: Oriente y Occidente”, explica en su camerino.

Siendo un chaval en los años 50, iba para saltador de pértiga en Líbano

y acabó en una clase de Martha Graham en Londres... Su padre le echó de casa cuando dijo que quería bailar. Y ahora son sus hijos los que llevan el peso de las produccion­es. La de hoy se titula Navegando a través del tiempo yse inspira en las civilizaci­ones de la ruta de la seda, de Heliópolis a Omán. Precisamen­te.

El show es un totum revolutum. Se han sumado compañías de danza de la India y de China para escenifica­r la ruta. Y junto a los cantantes solistas –que van con micro y sobre música pregrabada– hacen su entrada hasta grandes elefantes virtuales. El público está formado por omaníes y expatriado­s.

IVAN CARACALLA, EL HIJO “Hay que estar orgulloso de la cultura, no de las guerras”

Omán fue el primer país de Oriente Medio en tener una orquesta sinfónica. Es privada, de la realeza. Un síntoma de cómo se valoran las artes. “Nos merece mucho respeto el interés del sultán por construir esta ópera”, apunta el hijo de Caracalla, productor de la compañía. “Los omaníes fueron los primeros, en 2011, y ahora toda la región es consciente de la necesidad de tener una: Dubai la abrió en 2016, Kuwait este año, Abu Dhabi lo viene intentando... En Oriente Medio nos conviene reconocer la importanci­a de las artes y no estar sólo ocupados en hacer la guerra. ¿De qué está orgullosa

Italia? De Da Vinci, de Verdi. ¿Rusia? Del Bolshói, del Mariinsky. ¿Inglaterra? De Shakespear­e. La gente está orgullosa de su cultura, no de las guerras que ha ganado y los países que ha ocupado”, dice Ivan Caracalla, que lamenta no recibir ayuda del gobierno libanés.

LA ÉLITE DEL PAÍS Los omaníes se hacen con los cargos administra­tivos

Muscat lleva 50 años creciendo en el desierto. Una tercera parte de casi millón de habitantes son expatriado­s: de Egipto, Pakistán, India, Bangladesh, Filipinas... La élite de omaníes copa los cargos administra­tivos, no importa si la universida­d londinense a la que han ido es de segunda. Su destino está asegurado. ¿Qué hace en la vida?, preguntamo­s a un joven del país que pasea por la ópera. “¿Cómo que qué hago? ¡Pues vivir!”, dice divertido. Es abogado y trabaja para el Gobierno, puntualiza luego. En Omán los expatriado­s pueden renovar sin problema su permiso de residencia, pero la nacionalid­ad no la tendrán.

“Así no hay problemas”, comenta el guía en la gran mezquita mientras da detalles de la alfombra persa de la sala de los hombres. Costó tres años tejerla. Caben 6.000; 20.000 con el exterior. La de las mujeres es menor, pero “es que ellas no salen de casa”. “Bueno, hay chicas modernas que sí salen. ¡Y conducen!”.

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Tiene cabida para 20.000 orantes y está abierta al público
La gran mezquita. Tiene cabida para 20.000 orantes y está abierta al público
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La ópera.
Un público multicultu­ral se da cita en la Royal Opera Muscat La ópera.
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A diferencia del vecino Dubái, Omán ha sido fiel a una estética tradiciona­l
El estilo arquitectó­nico. A diferencia del vecino Dubái, Omán ha sido fiel a una estética tradiciona­l
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FOTOS: MARICEL CHAVARRÍA La ‘selfie’ de las bailarinas. Artistas de la compañía de danza india que actúa esta noche con el Caracalla Dance Theater se fotografía­n tras un ensayo en el escenario de la Ópera de Muscat
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Ante el órgano. El afable sobrino del sultán presenta la temporada en la ópera

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