La Vanguardia

Mis últimos días en la Modelo

- C. ALCOVERRO, filóloga

Lo primero que te sorprendía cuando llegabas a la Modelo era el movimiento de trabajador­es sociales, maestros, personal sanitario, funcionari­os de vigilancia, mossos, obreros llevando mercancías, familiares, juristas, etcétera, mujeres y hombres pasando por el mismo pasillo entre cancelas que se abrían y cerraban que conducían al centro, la palabra que se utilizaba para nombrar el espacio del panóptico de donde, como en otros centros de la época, partían las galerías. Te sorprendía el hormigueo de internos arriba y abajo ocupándose del mantenimie­nto, de la limpieza, la cocina, de la panadería o del economato, de los que iban a la biblioteca o hacían cola en la enfermería, actividade­s en los talleres de trabajo y artes plásticas, deporte en los patios.

He hecho durante unos cuantos años de voluntaria, a través de Justícia i Pau, en la escuela Jacint Verdaguer, donde se imparten primaria y secundaria, y donde muchos internos han asistido a clase para estudiar lo que no pudieron o no quisieron estudiar, o para evadirse durante un rato. Los voluntario­s llevamos a cabo labores de apoyo, como en otros centros penitencia­rios. Y lo que puedo decir es que he aprendido de los internos, siempre tan respetuoso­s, segurament­e más de lo que ellos han aprendido de mí, y también de los maestros, tan cercanos y bien dispuestos a organizar actividade­s lúdicas para hacer más llevadera la estancia de los internos en la cárcel.

Estos últimos días han sido especialme­nte emotivos. Recordaré los ritmos trepidante­s de los Txarango, que nos han hecho bailar a los internos de culturas y países distintos que conviven en las cárceles catalanas y a maestros y voluntario­s juntos. Y el último Sant Jordi con los internos acarreando libros que tal vez no leerán pero que han escogido con la recomendac­ión de otros. Recordaré cómo se regalaban rosas de papel y la lectura emotiva de un interno agradecién­donos a maestros y voluntario­s nuestra labor.

Tampoco olvidaré las quejas de algunos internos sobre las distintas varas de medir de la justicia. Y que si bien no es asunto de los voluntario­s conocer los motivos ni valorar las razones por las que están donde están, mi experienci­a me ha afirmado en la convicción de que, por mucho que se nos repita lo contrario, la justicia no es igual para todos. Un escarnio que se inflige diariament­e a la mayoría de los presos.

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