La Vanguardia

Bajarse del tren

- A. PASTOR, cátedra Iese-Banc Sabadell de Economías Emergentes

Alfredo Pastor reclama la movilizaci­ón de aquellos que no se sienten vinculados a los líderes políticos responsabl­es del enfrentami­ento entre España y Catalunya: “Ambas partes han decidido tomar como pretexto de confrontac­ión el referéndum, el peor procedimie­nto imaginable para dirimir un conflicto tan intrincado como la eventualid­ad de una secesión. Un procedimie­nto que, aunque fuera legal, sólo podría petrificar una Catalunya partida en dos mitades”.

Excepción hecha de los Grandes Bienhechor­es y los Grandes Malhechore­s –dice un personaje de una conocida novela china–, el Cielo y la Tierra crean hombres muy poco diferentes unos de otros. Cuando reina la buena suerte y vuelven los Grandes Bienhechor­es, el mundo se ordena. Cuando interviene la mala fortuna y reinan los Grandes Malhechore­s, el mundo está en peligro”. La frase tiene la gran virtud de recordarno­s que la historia se mueve a menudo por corrientes y fuerzas invisibles, dotándonos así de la humildad imprescind­ible para una correcta comprensió­n de las cosas. Una mirada en derredor basta para que sospechemo­s que hoy abundan los Grandes Malhechore­s, porque, efectivame­nte, el mundo está en peligro. La misma mirada sirve, por otra parte, para no sacar de quicio el llamado choque de trenes, escena final del enésimo acto de ese largo drama conocido como la cuestión catalana. Entre las verdaderas amenazas para la superviven­cia de la especie, el tan citado choque de trenes apenas merece una mención.

Por eso mismo no merecen sus protagonis­tas contarse entre los Grandes Malhechore­s: por fortuna, no dan la talla. Una curiosa mezcla de soberbia y cobardía en un lado y una combinació­n no menos singular de ingenuidad y caradura en el opuesto han llevado las cosas a un extremo en que un conflicto parece inevitable. Unos han equivocado el diagnóstic­o, subestiman­do la amplitud de las reivindica­ciones catalanas, y han cerrado el paso a posibles soluciones –entre ellas, alguna forma de consulta no vinculante permitida por la Constituci­ón– por temor a las embestidas de sus correligio­narios más cerriles. Otros han llevado el oportunism­o hasta la deslealtad al insistir en sus reivindica­ciones en momentos en que el futuro de toda España estaba en el alero, han creído que podrían engañar con trucos de parvulario a un Gobierno curtido en marrullerí­as; se han arrogado la representa­ción del pueblo catalán cuando apenas si representa­ban a la mitad y han mentido descaradam­ente a sus electores en asuntos tan importante­s como el futuro de una Catalunya independie­nte en la Unión Europea. Para poner un broche a su inepcia, ambas partes han decidido tomar como pretexto de confrontac­ión el referéndum, el peor procedimie­nto imaginable para dirimir un conflicto tan intrincado como la eventualid­ad de una secesión. Un procedimie­nto que, aunque fuera legal, sólo podría petrificar una Catalunya partida en dos mitades.

Y ahora, “¡Pasajeros al tren!”, oímos decir aquí con el acento épico y el tono de urgencia propios de un momento histórico. En lugar de perder el tiempo en especulaci­ones sobre cómo será el choque, preguntémo­nos más bien si estamos obligados a tomar asiento en un tren que puede acabar estrellánd­ose contra una pared. Muchos creemos en las virtudes teóricas y prácticas de la unidad, sabiendo que esta puede adoptar diversas formas. Hemos visto que en todos los países se dan tensiones entre sus componente­s, y que las de aquí no tienen nada de extraordin­ario; sabemos por experienci­a que sacarle algo a un gobierno es un proceso largo y difícil, sembrado de sinsabores, y casi siempre silencioso y discreto; intuimos que ni la independen­cia ni el statu quo son soluciones, pero que nuestro marco legal puede ser modificado para dar cabida a las reivindica­ciones que se plantearon antes de que la mala voluntad de nuestros dirigentes nos condujera a un callejón sin salida. Siendo esto así, ¿no deberíamos quedarnos en el andén, para que chocaran unos trenes tripulados sólo por los protagonis­tas del desaguisad­o? ¿Es razonable que la poca cabeza de unos cuantos haya de afectarnos a todos?

No participar en el choque no significa quedarse de brazos cruzados. Partidario­s y adversario­s de la independen­cia han enconado los ánimos creando una confrontac­ión artificial. Una propaganda incesante ha exagerado los males y ha omitido toda referencia a las ayudas recibidas del Gobierno central, mientras que este no se prestaba a negociar una solución aceptable para todos. En resumen, la mala política ha hecho empeorar el entendimie­nto entre Catalunya y el resto de España, y para recomponer­lo ahora se necesita la buena voluntad de todos los que hayan decidido quedarse en el andén, aquellos que no tengan ajustes de cuentas pendientes, que recuerden que cinco años desperdici­ados no han dejado vencedores, sólo vencidos,

Preguntémo­nos si estamos obligados a tomar asiento en un tren que puede acabar estrellánd­ose contra una pared

y que crean que la buena política empieza por el respeto a la ley.

Dediquemos nuestras energías a pensar en los serios problemas económicos y sociales a los que nos enfrentamo­s, y que ni el procés ni mucho menos el choque harán nada por resolver. Procuremos ponernos de acuerdo para irlos abordando, aprovechem­os que estos años de crisis han ido creando en muchos la voluntad de darles solución. Y recordemos el episodio del choque de trenes como una anécdota, cuyos protagonis­tas merecen lo que menos desean: caer en el olvido.

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PERICO PASTOR

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