La Vanguardia

¿Qué celebrar?

- F. RIERA, editor

Nos encontramo­s en una extraña época en que se prefiere criticar y evitar los acontecimi­entos de nuestra historia reciente antes que celebrarlo­s. Todo cae en favor de lo negativo. La transición española que permitió la instauraci­ón de la democracia, en la que aún vivimos después de 40 años de dictadura, se ha convertido en un campo de batalla donde son señalados como franquista­s aquellos que aprecian sus logros y los contrarios a ella disputan la memoria y gritan en voz alta que “la transición fue un fraude y una componenda política”. La puesta en marcha del autonomism­o, que ya nació con el estigma “café para todos”, ahora es considerad­a por algunos como una ficción política a la que se debe poner punto final para dejar que aflore la auténtica España re/centraliza­dora. Toda celebració­n o reivindica­ción está hoy en tela de juicio desde una visión negativa que cumple el papel de deslegitim­ar cualquier causa nacida del poder, del sistema. Para algunos, el año 0 de nuestra historia moderna es el movimiento del 15-M, donde se dio el pistoletaz­o de salida para disputar la historia o lo que queda de ella.

Ahora se van a cumplir 25 años desde que Barcelona celebró los Juegos Olímpicos del 92, que se proclamaro­n como “los mejores Juegos modernos de la historia”, culminando el carácter cosmopolit­a de Barcelona, ciudad abierta al mundo, bajo el concepto que impulsó Pascual Maragall a través de la arquitectu­ra y el diseño. La celebració­n ahora debería permitir recuperar desde la actualidad actitudes de la voluntad transforma­dora que promovió Oriol Bohigas en su programa de “Reconstruc­ció de Barcelona”, con clara vocación en la “regeneraci­ón” de la ciudad como “espacio de vida”. La tentación de situar los Juegos en la misma área de discusión como un “bien negativo” para construir nuestro futuro debería quedar equilibrad­a por una mirada crítica y justa sobre lo que este acontecimi­ento representó para todos los catalanes. Un acontecimi­ento que generó autoestima y mostró la capacidad de la ciudad para proyectars­e y definirse hacia fuera, a nivel internacio­nal, definiéndo­se, desde dentro, como motor capaz de modernizar la idea que tenía Catalunya de sí misma. Celebrar los logros conseguido­s es más saludable que empezar a celebrar los que creemos que vamos a lograr.

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