Fuego Goytisolo
En algunas ocasiones, leyendo a Juan Goytisolo, parece como si la península Ibérica ardiese en la conciencia del lector. De una manera militante su escritura ha sido como un lanzallamas cuyo objetivo era la destrucción sostenida y premeditada de la España negra. Destruir la tradición pacata de una patria zombi e invalidar la lengua castiza del sistema que ocultaba la realidad de la miseria, la intolerancia y la represión. Eso pretendió. Destruir las bases sórdidas del macizo de la raza para liberar una identidad nacional secularmente encarcelada. Una identidad cautiva que, en su lógica, subyugaba las mentes para anular los cuerpos. En este sentido, su mejor literatura –mi canon va de
Campos de Níjar a Coto vedado ,de El furgón de cola a Señas de identidad– ha sido la más pirómana. Pero no era fuego por el fuego. No era nihilismo. Era la patria del destierro. Aunque podía parecer un cascarrabias, como un profeta quejoso y dolorido, su compromiso era más profundo. Llamémosle regeneracionismo radical.
A partir de un momento determinado, de una manera militante desde mediados de la década de los sesenta, aquel egocéntrico solitario de la Escuela de Barcelona tuvo la ambición de poner a luchar su yo contra la patria. A muerte. Ese proyecto literario lo hizo soluble con su propia vida y diría que por ello se estableció en Marruecos, pero en realidad su misión destructora la descubrió en París, donde se convirtió en un hombre de letras de mundo de la mano de Monique Lange y Gallimard. Ha sido una obra de alto riesgo. Riesgo ético y estético. Incluso biográfico. Es, en este sentido, una trayectoria de otro tiempo. Del compromiso total, también por el estilo. Ha sido una aventura intelectual de una ambición desbocada. Con caídas por exceso, sin duda, pero taumatúrgica en sus momentos más hondos. Fundadora de su propia tradición heterodoxa, del Arcipreste de Hita a Cernuda pasando por Blanco White. Quiso escribir como un liberador moral en tiempos de oscuridad y tinieblas. Tinieblas de oscuridad de ayer y de hoy. Quiso ser como el Cervantes de plenitud, un sabio alejado de todo que saboteaba la convención con palabras inflamadas para redescubrir la libertad.