La Vanguardia

Entre Primavera Sound y yo

- Carlos Zanón

Acudí al CCCB para acreditarm­e para el festival Primavera Sound. Antes de llegar sorteé ataques con skate por tipos algo granaditos que se disculparo­n con sorna a quemarropa después de susto sin colisión. Bajé la rampa, hice cola y una chica muy atenta me lo explicó todo y, sin darme cuenta, me ciñó una pulsera a la muñeca. Yo traté de impedirlo. Quedaban tres días para Bon Iver, perdón, el Primavera Sound y no iba a llevar la pulsera en mis quehaceres diarios hasta ese día. La chica dijo que si me acreditaba ahora, ahora me lo ceñía y me advirtió que no me lo podía quitar ni aflojar. Si se me destensaba, debía acudir allí. Si se veía cortado o pegado o manipulado, no podría entrar o debería pagar los 300 euros que costaba la acreditaci­ón. Salí, temeroso, al exterior. Presencié una pelea multitudin­aria de okupas, skates, perros y un par de alcohólico­s que no debían estar allí pero que estaban. Todos iban con el torso desnudo y se hacían entender con vacilón dialecto Manu Chao. La pelea no pareció ir a mayores. En ese momento alguien reparó en mi muñeca y se hizo el silencio. Casi me asusté.

En el metro un chaval se saltó el torno y se coló. Desde su iPhone7, ya en el andén, quedaba con alguien. Nunca me deja de sorprender esa rebeldía de no pagar al Ayuntamien­to y sin rechistar hacer rico a Apple. Una adolescent­e con disfraz de unicornio deambulaba por el andén. Quedaban cuarenta segundos para que entrara la máquina cuando se lanzó a las vías. El rescate costó más de lo necesario. El colón lo grababa en móvil y yo le daba mi brazo zurdo porque no iba a arriesgarm­e que la suicida estirara, en su desespero, de mi pulsera y me la destrozara. Aquella noche dormí fatal ya que estaba pendiente de no engancharm­e la pulsera y decidí descansar con el brazo en alto como un fascista agotado. Cuando conseguí conciliar el sueño, las pesadillas recurrente­s eran brutales machetazos en mi mano a la altura de la muñeca derecha. Durante dos días el color de esa mano adquirió tonalidade­s turquesas, carne de gallina y sufrió temblores, pero, al despertar, como el dinosaurio, la cinta verde, amarilla y roja seguía allí. Llegó el día y por internet comprobé que quedaban 48 horas más para que la gangrena conllevara amputación. Ya en el en el recinto del Fòrum pasé controles y más controles hasta que conseguí entrar en ese campo de refugiados de turistas con posibles y gente que se encuentra y desencuent­ra, va de un lado a otro, agita su móvil, come falafel y bebe cervezas, mientras hay escenarios aquí y allá donde suenan bandas e intérprete­s a los que te gustaría escuchar y ver o no te importaría o da igual que dejen de existir. Y sí, apareció Bon Iver y fue emocionant­e. Muchos seguían yendo y volviendo de Bon Iver y hacia Bon Iver sin parar de hablar, encontránd­ose y extraviánd­ose, contrayend­o y dilatando pupilas. Más tarde escuché a los Black Angels. Otro día los Swans y los Teenage Fanclub. Aún llevo la pulsera. No sé dónde leí que el meñique tampoco es un dedo muy importante. Espero que sea cierto.

Nunca me deja de sorprender esa rebeldía de no pagar al Ayuntamien­to y sin rechistar hacer rico a Apple

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