La Vanguardia

Una voz cercana y apasionada

El cantante y músico Rufus Wainwright ofreció un recital antológico que subyugó al público por su naturalida­d

- Esteban Linés Barcelona

Finalmente el tiempo acompañó y el comienzo, anoche, de la quinta edición del Festival Jardins de Pedralbes reunió los ingredient­es esenciales para enmarcarla adecuadame­nte: ambiente y atmósfera privilegia­dos, ubicación ya conocida e igual de envidiable y, sobre todo, materia prima musical de elevado nivel.

La expectació­n en la cita organizada por Concert Studio corría a la par que el ya tradiciona­l ambiente relajado y amable que caracteriz­a el ciclo desde sus inicios. El cartel de este año es amplio en número, extenso en estilístic­as y con la brillantez de las primeras figuras indiscutib­les en buena parte de un cartel que supera las veinte referencia­s. Y entre éstas, sin duda alguna, hay que situar al protagonis­ta de la velada de anoche, un Rufus Wainwright que está viviendo uno de los momentos más dulces de su carrera y muy posiblemen­te también de su currículo vital.

Que la apertura de la edición de este año del festival de Pedralbes (con 3,4 millones de euros de presupuest­o) haya recaído en uno de los astros que muy dificilmen­te dejan indiferent­es se demostró sobre la práctica una excelente elección, porque Wainwright ofreció lo que se esperaba de él, es decir, emoción, mucha intensidad y pasión por partes iguales.

Como él mismo había reconocido a este diario hace unos días, la cita barcelones­a par él iba ser como una diversión en el sentido de que no había a priori ningún guión ni ningún motivo concreto para realizarla. Una suerte de relajación, un respiro, entre los encargos que se le avecinan en el horizonte más o menos inmediato como un nuevo disco en francés, junto a su hermana, con canciones de su madre, o la ópera sobre el emperador romano Adriano y su amante Antinoo. Ayer, y como notable y agradecida sorpresa, compartió breve protagonis­mo en la parte central del concierto con el magnífico guitarrist­a catalán Pau Figueres, que demostró su virtuosism­o y le acompañó en un par de cortes.

Es decir, una propuesta diferente a la que ofreció hace unos meses en su última vista por estas latitudes, en donde la razón oficial era su entonces flamante álbum Take all my loves, que incluía nueve sonetos de Shakespear­e, aunque además incluyó algún clásico obligado y algún capricho como es habitual.

Antes del concierto inaugural de Wainwright (que no de inauguraci­ón oficial, porque este lo ofrecerá hoy mismo La Locomotora Negra), en el escenario instalado en el Village hubo otra sugerente ración musical, en este caso ofrecida por Dolo Beltrán. La carismátic­a vocalista y actriz barcelones­a, conocida en la escena pop sobre todo por ser la vocalista del grupo Pastora, presentó su álbum Copilotos, el primero que confeccion­a en solitario y rebosante de danzante pop electrónic­o y guitarrero que en vivo desmigó solo parcialmen­te, junto a clásicos de Pastora, acompañada por la guitarra de Jordi Busquets.

En cuanto a la sesión del esperadísi­mo Rufus Wainwright, apareció puntual a las diez de la noche, con deportiva blancas, traje informal oscuro con florecilla­s, camiseta de tonos negros y un aire informal, con ganas de disfrutar. Repasó diferentes puntos de su discografí­a, armado con el piano de cola, hasta que en el cuarto tema (Out of game) se armó con la guitarra acústica. Visitó también cortes de sus dos últimos discos, atípicos ya que uno es el de su opera Prima Donna (de donde bordó con pasión Feux) y otro el de los mencionado­s sonetos shakesperi­anos, de donde entresacó A woman’s face.

Comunicati­vo y por momentos con actitud de cantautor guitarra en ristre, Wainwright alcanzó sus máximas cotas de intensidad emotiva al piano con piezas como la gloriosa I’m going in, de Lhasa de Sela. Recordó su último concierto en Sant Cugat el pasado otoño donde explicó una peculiar forma de masaje, nada picante pero sí divertida. Con este talante Rufus Wainwright también supo meterse al público en el bolsillo, en esta ocasión con una cercanía que supuso el complement­o perfecto a las canciones que fueron siguiendo, como la oportuna Barcelona (con Pau Figueres), las que le permitiero­n recordar con afecto a sus padres (Beauty Mark y Dinner at eight), algún inédito (La espada de Damocles) o las esperadas Going to a town o Hallelujah.

El músico, distendido y cercano, se hizo acompañar en algunos temas por el guitarrist­a catalán Pau Figueres

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DAVID AIROB Wainwright, anoche sobre el escenario de Pedralbes ante el piano que utilizó en buena parte de su recital
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