Una voz cercana y apasionada
El cantante y músico Rufus Wainwright ofreció un recital antológico que subyugó al público por su naturalidad
Finalmente el tiempo acompañó y el comienzo, anoche, de la quinta edición del Festival Jardins de Pedralbes reunió los ingredientes esenciales para enmarcarla adecuadamente: ambiente y atmósfera privilegiados, ubicación ya conocida e igual de envidiable y, sobre todo, materia prima musical de elevado nivel.
La expectación en la cita organizada por Concert Studio corría a la par que el ya tradicional ambiente relajado y amable que caracteriza el ciclo desde sus inicios. El cartel de este año es amplio en número, extenso en estilísticas y con la brillantez de las primeras figuras indiscutibles en buena parte de un cartel que supera las veinte referencias. Y entre éstas, sin duda alguna, hay que situar al protagonista de la velada de anoche, un Rufus Wainwright que está viviendo uno de los momentos más dulces de su carrera y muy posiblemente también de su currículo vital.
Que la apertura de la edición de este año del festival de Pedralbes (con 3,4 millones de euros de presupuesto) haya recaído en uno de los astros que muy dificilmente dejan indiferentes se demostró sobre la práctica una excelente elección, porque Wainwright ofreció lo que se esperaba de él, es decir, emoción, mucha intensidad y pasión por partes iguales.
Como él mismo había reconocido a este diario hace unos días, la cita barcelonesa par él iba ser como una diversión en el sentido de que no había a priori ningún guión ni ningún motivo concreto para realizarla. Una suerte de relajación, un respiro, entre los encargos que se le avecinan en el horizonte más o menos inmediato como un nuevo disco en francés, junto a su hermana, con canciones de su madre, o la ópera sobre el emperador romano Adriano y su amante Antinoo. Ayer, y como notable y agradecida sorpresa, compartió breve protagonismo en la parte central del concierto con el magnífico guitarrista catalán Pau Figueres, que demostró su virtuosismo y le acompañó en un par de cortes.
Es decir, una propuesta diferente a la que ofreció hace unos meses en su última vista por estas latitudes, en donde la razón oficial era su entonces flamante álbum Take all my loves, que incluía nueve sonetos de Shakespeare, aunque además incluyó algún clásico obligado y algún capricho como es habitual.
Antes del concierto inaugural de Wainwright (que no de inauguración oficial, porque este lo ofrecerá hoy mismo La Locomotora Negra), en el escenario instalado en el Village hubo otra sugerente ración musical, en este caso ofrecida por Dolo Beltrán. La carismática vocalista y actriz barcelonesa, conocida en la escena pop sobre todo por ser la vocalista del grupo Pastora, presentó su álbum Copilotos, el primero que confecciona en solitario y rebosante de danzante pop electrónico y guitarrero que en vivo desmigó solo parcialmente, junto a clásicos de Pastora, acompañada por la guitarra de Jordi Busquets.
En cuanto a la sesión del esperadísimo Rufus Wainwright, apareció puntual a las diez de la noche, con deportiva blancas, traje informal oscuro con florecillas, camiseta de tonos negros y un aire informal, con ganas de disfrutar. Repasó diferentes puntos de su discografía, armado con el piano de cola, hasta que en el cuarto tema (Out of game) se armó con la guitarra acústica. Visitó también cortes de sus dos últimos discos, atípicos ya que uno es el de su opera Prima Donna (de donde bordó con pasión Feux) y otro el de los mencionados sonetos shakesperianos, de donde entresacó A woman’s face.
Comunicativo y por momentos con actitud de cantautor guitarra en ristre, Wainwright alcanzó sus máximas cotas de intensidad emotiva al piano con piezas como la gloriosa I’m going in, de Lhasa de Sela. Recordó su último concierto en Sant Cugat el pasado otoño donde explicó una peculiar forma de masaje, nada picante pero sí divertida. Con este talante Rufus Wainwright también supo meterse al público en el bolsillo, en esta ocasión con una cercanía que supuso el complemento perfecto a las canciones que fueron siguiendo, como la oportuna Barcelona (con Pau Figueres), las que le permitieron recordar con afecto a sus padres (Beauty Mark y Dinner at eight), algún inédito (La espada de Damocles) o las esperadas Going to a town o Hallelujah.
El músico, distendido y cercano, se hizo acompañar en algunos temas por el guitarrista catalán Pau Figueres