El Prado incorpora a sus salas el Velázquez que retrata a Felipe III
El cuadro recién descubierto se exhibe junto a grandes obras vinculadas
El Prado está de estreno y celebración. En la antesala de su galería central se exhibe desde ayer el recién descubierto Velázquez que retrata a Felipe III. El maestro sevillano pintó el pequeño lienzo (62,6 por 52,9 centímetros) como boceto para
La expulsión de los moriscos (1627), cuadro que se quemó en el incendio del Real Alcázar de Madrid en 1734. El coleccionista estadounidense y enamorado del museo madrileño William Jordan adquirió la pintura hace 30 años en el mercado de arte londinense y hace unos meses lo donó a la asociación American Friends of the Prado Museum, que a su vez lo depositó en esta pinacoteca. Los especialistas del museo confirmaron en diciembre la atribución del óleo a Velázquez, previamente señalada por el donante.
Si colgar un Velázquez es siempre un hito, tanto por la talla del autor como porque de él sólo constan unas 120 obras (50 en el Prado), aún más lo es colgar este Velázquez concreto por lo que tiene de rescate de una obra perdida y por tanto inexistente, siquiera bajo la forma de vestigio que es un boceto. A fin de subrayar el nexo del Retrato de Felipe III con el malogrado cuadro para el que sirvió de prueba,
la obra recién llegada se expone frente a otra con la cual La expulsión de los moriscos estaba íntimamente relacionada: Felipe II ofreciendo al cielo al infante don
Fernando, de Tiziano, relativa a la victoria de Lepanto en 1571 y restaurada por Elisa Mora dentro de un vasto programa que financia la Fundación Iberdrola.
Aunque del lienzo de Velázquez desaparecido no hay reproducciones, la información disponible señala claros elementos comunes con el de Tiziano, como el tamaño y el tema de fondo. Las dos piezas compartieron además espacio dentro del Alcázar madrileño, en el Salón Nuevo.
Otros cuadros colocados desde ayer junto al retrato recién incorporado a la colección del Prado, siempre para contextualizarlo y entender su atribución a Velázquez, son el Felipe III de Pedro Antonio Vidal, y, como referencias del propio pintor de Sevilla, Felipe IV con armadura
y El infante don Carlos. Esta colocación es temporal, pues después de los tres meses que durará la exposición extraordinaria montada con motivo de la adquisición la obra de Velázquez pasará a una de las salas del Prado a él dedicadas.
La expulsión de los moriscos y por tanto el Retrato de Felipe III tienen como origen el concurso que sobre este hecho histórico convocó Felipe IV. En la competición participaron también Vicente Carducho, Eugenio Cajés y Angelo Nardi. Ganó Velázquez con un óleo que, según descripción de Antonio Palomino en 1724, presentaba al rey “armado y con bastón en la mano señalando a una tropa de hombres, mujeres y niños que, llorosos, van conducidos por algunos soldados”. “A lo lejos, unos carros y un pedazo de marina, con barcos para transportarlos”. Y a la derecha del rey, “España, representada en una majestuosa matrona sentada al pie de un edificio”, con “un escudo y unos dardos en la diestra mano y en la siniestra unas espigas”. La obra podía ser comparable en magnificencia –según los expertos– a La rendición de Breda.
En la puesta de largo del Velázquez, el director del Prado, Miguel Falomir, insistió en la importancia de la obra como testimonio de ese gran cuadro perdido pero también como uno de los pocos bocetos reconocidos del artista. Javier Portús, conservador jefe de pintura española hasta 1700 en el museo, añadió que el retrato arrojará luz sobre una época “singular y poco conocida” de Velázquez, correspondiente a la segunda mitad de la década de 1620: la de unas primeras pinturas en la corte de Felipe IV que representan un giro respecto a su obra anterior y es asimismo distinta de las épocas de mayor madurez tras su primer viaje a Italia en 1629. Una fase que, con recurso a los tonos grises, “es la más austera desde el punto de vista cromático y compositivo”.
El donante, Bill Jordan, “orgulloso” de su aportación, explicará mañana en una conferencia su aventura con el cuadro desde que en 1988 lo compró en subasta como atribuida a un pintor flamenco desconocido. “A mí no me pareció ni anónimo ni flamenco”, dijo ayer al reivindicar su buen olfato. Porque lo que a él le pareció ya de primeras, y de ahí su apuesta, era un Velázquez como la copa de un pino.
El pequeño óleo es boceto y testimonio de una gran obra perdida del pintor, ‘La expulsión de los moriscos’