La Vanguardia

Poder y patrimonio

- Josep Maria Ruiz Simon

En Economía y sociedad (1922), Max Weber considera el patrimonia­lismo como una forma de poder típica de las sociedades tradiciona­les premoderna­s. Según el sociólogo alemán, los regímenes patrimonia­les se caracteriz­aban por la falta de una distinción clara entre la esfera privada y la esfera pública que se traducía en el hecho de que el gobernante administra­ba el ámbito sociopolít­ico sobre el que había adquirido autoridad como si se tratara de un patrimonio personal. En su esquema, la llegada de los estados modernos, con su racionalid­ad burocrátic­a y jurídica, habría significad­o el fin de estos regímenes tan promiscuos. La discusión sobre hasta qué punto se puede afirmar de una manera general que con el surgimient­o de los estados modernos se dejó del todo atrás esta manera de ejercer el poder sigue obviamente abierta. El concepto de élites extractiva­s, que populariza­ron Acemoglu y Robinson y que dio tanto juego para hablar de la casta y los males endémicos del estado español, tenía mucho que ver con este debate. Pero, casi medio siglo antes de que estos economista­s publicaran Why Nations Fall? (2012), Aristide Zolberg ya había recordado, en Creating Political Order (1966), el viejo concepto weberiano para tratar otra cuestión: la de la posibilida­d de reciclarlo para describir regímenes patrimonia­les de nuevo cuño. En el punto de mira de Zolberg estaba la República del Congo de Mobutu Sese Seko, el viejo Congo Belga, que había logrado la independen­cia en 1960.

A partir de Zolberg, se volvió habitual describir como “neopatrimo­niales” algunos regímenes dictatoria­les del África subsaharia­na. Y, con el tiempo, el concepto también ha acabado conquistan­do la literatura académica sobre los regímenes surgidos de la que Huntington, una de las luminarias de la Comisión Trilateral de Rockefelle­r y Brzezinski, denominó la tercera ola de las democracia­s, la que habría empezado al sur de Europa en los setenta y luego se habría extendido por América Latina y la vieja área de influencia soviética. Actualment­e con el concepto de neopatrimo­nialismo se suele describir la confluenci­a en un mismo sistema de dos lógicas diferentes, la de la racionalid­ad legal e institucio­nal propia del Estado moderno y la del gobierno personalis­ta que usa corrupta y depredador­amente el poder para hacer confluir los asuntos públicos con los intereses privados tejiendo redes clientelar­es a través de la concesión de beneficios y del reparto interesado de recursos y contratos. Esta confluenci­a se ha convertido, en las últimas décadas, en un punto de llegada consuetudi­nario en los procesos de independen­cia y los cambios de régimen. En Catalunya, con el pujolismo, la transición desembocó en un neopatrimo­nialismo de manual. En la bibliograf­ía especializ­ada no faltan los estudios sobre cómo salir de los regímenes neopatrimo­niales. Pero ninguno cita la famosa paradoja del barón de Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. Ni tampoco la frase proverbial de la Alicia de Lewis Carroll: “Aquí se necesita correr todo lo que puedas para quedarte en el mismo sitio”.

“Aquí se necesita correr todo lo que puedas para quedarte en el mismo sitio”, decía la Alicia de Lewis Carroll

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