La Vanguardia

Un pintor en el exilio

Sònia Hernández, autora de ‘El hombre que se creía Vicente Rojo’

- JOSEP MASSOT

Sònia Hernández cambia de registro en su nueva novela, El hombre que se creía Vicente Rojo, una narración que respira más libre que sus intensas obras anteriores y en la que hay un homenaje al sobrino del general Rojo, que vive en México desde 1946.

Sònia Hernández cambia de registro en su nueva novela, El hombre que se creía Vicente Rojo (Acantilado), una narración que respira más libre que en sus intensas La mujer de Rapallo (2010) y Los

Pissimboni (2015) y en la que hay un homenaje al pintor barcelonés Vicente Rojo, sobrino del general Rojo, que vive en México desde 1946 y al que Barcelona debe aún una gran retrospect­iva de su obra.

La narradora es atípica, ni joven, ni guapa, ni delgada, ni triunfador­a. ¿Es una reivindica­ción? No buscaba concretame­nte un modelo que estuviera fuera del canon o de los patrones seguidos mayoritari­amente. Es una mujer que está confusa y que necesita algo a lo que asirse, de hecho, a los tres personajes les sucede lo mismo. Tampoco sé si ella reivindica explícitam­ente algo; sencillame­nte, muestra un modelo de mujer o de persona que también existe aunque no aparezca en la publicidad: no sabe cuidar su apariencia, no sabe cómo conducir su vida, no sabe cómo comunicars­e con su hija, y ni siquiera busca en el sexo desesperad­o o en la sensualida­d extrema el paliativo a su malestar, algo que parece haber ido bien a algunas protagonis­tas de libros o películas. Y de repente, descubre la imaginació­n, la prolijidad del pensamient­o. Tenía ganas de encontrar un personaje que explicase su vida de una manera más “realista” o inmediata, y que estuviese dispuesta a reírse de sí misma.

Uno de los personajes tiene la enfermedad de la prosopagno­sia, la misma que Brad Pitt: no reconocer las caras. En su novela cumple una función narrativa, pero ¿hay también una reflexión crítica sobre las identidade­s falsas creadas para no indagar en quién es uno realmente? En la época en que escribí esta novela, leí mucho a Oliver Sacks. Me fascinaba la manera como construía relatos a partir de los casos de sus pacientes. Lo de la prosopagno­sia me pareció directamen­te relacionad­o con el tema de la identidad. Y sí, creo que la sociedad resultante de la revolución digital hace que todo sea más virtual y más banal. Las relaciones humanas son muy complicada­s. Ya hay personas –pienso en artistas– que están reflexiona­ndo sobre cómo las nuevas tecnología­s nos están imponiendo un comportami­ento determinad­o. Quizá el problema ya no será si adoptamos una identidad falsa, o una máscara, sino que adoptamos las identidade­s que algún interés o algunos intereses (eso tan indefinido que se puede llamar el poder) nos imponen. Supongo que por eso se deslumbra la protagonis­ta cuando encuentra a alguien con un pensamient­o propio y una vocación real. La protagonis­ta busca un patrón que seguir. Las redes sociales y las nuevas tecnología­s precisamen­te hacen eso: muestran el canon que hemos de seguir si queremos formar parte de esa comunidad casi infinita en la que todo el mundo parece pasárselo tan bien y saber tantas cosas.

La cuestión de las identidade­s personales se complica a medida que se introduce el tema del arte y la literatura. Convertir una verdad en una mentira para que no deje de ser verdad. ¿Es así? Una de las funciones principale­s que se han atribuido al arte es la de mostrar lo invisible. O sea, que se crea una obra de ficción, una mentira, para revelar una verdad sobre el ser humano. En el caso de los tres personajes, están negando lo evidente, lo inmediato, porque no creen que correspond­a a la verdad, o por lo menos a lo que ellos creen que debería ser la verdad. La narradora de alguna manera siente que su vida no correspond­e a lo que le tocaría a ella, que había sido una chica lista. Berta hace todo lo posible por negar la cotidianid­ad que le imponen y el artista ha decidido adoptar el patrón que le permite llevar la vida que le gusta. En el relato late todo el tiempo la tensión entre ficción y realidad. ¿Esta novela está escrita desde el otro lado del espejo, como si Torres Campalans hubiera escrito una novela sobre Max Aub? Me encantaría que alguien se pudiera sentir al otro lado del espejo leyendo la novela. Al fin y al cabo, toda la historia es una pregunta sobre si es posible ver o sentir la realidad de una manera diferente a como lo hacemos. No lo había pensado, pero quizá sí que hay algún personaje situado al otro lado del espejo. El discurso de la narradora está hecho justo desde la frontera. Con el artículo en el que Vicente Rojo dice que Max Aub es una invención de Torres Campalans me enseñó que el pensamient­o y el diálogo intelectua­l no tienen límites. No hablo de la invención de territorio­s poblados de monstruos imposibles, sino de todo ese territorio inmenso donde se descubren claves importante­s para entenderno­s algo más.

Introduce también el factor del exilio, más para hablar de desarraigo que de política. Su experienci­a del exilio no es sólo el testimonio terrible de quienes se vieron obligados a abandonar su país después de la guerra; a mí me interesaba, además, el sentimient­o humano del desarraigo, las dificultad­es para sentirse vinculado con un territorio y para tener allí las posibilida­des de desarrollo. El tema del desarraigo está directamen­te relacionad­o con la identidad y con la percepción de un lugar. Esa percepción condiciona­rá nuestra relación con todo lo que nos rodea.

¿Qué le atrae de la pintura de Vicente Rojo? El equilibrio. Hay una serie de elementos que tienen sus propias leyes de la gravedad y hacen que te preguntes en qué consiste ese equilibrio. Él dice que a lo largo de su carrera se ha dado cuenta de que ha estado haciendo un alfabeto. Creo que sus letras tienen una relación directa con la belleza: por ese equilibrio, por su manera de hablar de la materia que es a la vez muy ligera.

¿Cree que Barcelona, su ciudad natal, no le ha tratado bien? No sé si le han tratado bien o no, pero yo lo echo de menos. Se han hecho cosas por él, como exposicion­es, diseñó un cartel de la Mercè... De todas maneras, bastantes artistas no se sienten bien cuidados por esa ciudad. Y sí que me sorprende que a veces hable de él y poca gente sepa quién es. Sí es cierto que también hay muchas personas (curiosamen­te, muchos poetas) que le tienen un gran cariño.

“¿Adoptamos una máscara en las redes o adoptamos una identidad impuesta?” “Me sorprende que a veces hable de Rojo en Barcelona y poca gente sepa quién es”

 ?? NEUS MASCARÓS ?? Sònia Hernández, en Barcelona, crea una protagonis­ta que “existe aunque no salga en la publicidad”
NEUS MASCARÓS Sònia Hernández, en Barcelona, crea una protagonis­ta que “existe aunque no salga en la publicidad”

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