La Vanguardia

Olas y espumas

- Antoni Puigverd

Aunque la espuma de los días políticos catalanes parece causada por lo que Trostki denominaba “la aceleració­n frenética de la historia”, suceden otras cosas en el borrascoso escenario de nuestra vida pública. Cosas que, no siendo llamativas, es imprescind­ible subrayar. Germà Gordó, por ejemplo, empieza a tener la oportunida­d judicial y política de entonar su do de pecho. Junts pel Sí, en general, y, muy particular­mente, Marta Pascal, la intrépida dirigente del PDeCat, están haciendo grandes y encomiable­s esfuerzos para pasar la página de este personaje que algunos amigos de la Segarra, el Urgell y les Garrigues, incansable­s luchadores por la dignidad y la calidad de la vida social y económica de aquellos territorio­s, denominan, no sin gracia, el príncipe

de las tinieblas.

Ahora bien, aunque perfectame­nte comprensib­ley bienintenc­ionado, va a ser inútil el esfuerzo de pasar esta página. Es muy probable que la imputación del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya sólo sea un aperitivo para Gordó. El TSJC ha encontrado pruebas inclemente­s contra él, en la instrucció­n del caso Torredemba­rra (que, recordemos, nació de la denuncia de una honesta y, segurament­e por ello, incomprend­ida concejal de ERC, cansada de triquiñuel­as locales). Pero es muy probable que otros dossieres inquietant­es que hasta ahora Gordó había conseguido mantener eclipsados judicial y mediáticam­ente accedan al dominio público (por ejemplo: los que se refieren al canal Segarra-Garrigues, la principal obra pública catalana después de la línea 9 del metro). Y es que los investigad­os por corrupción inevitable­mente concitan una gran avidez mediática...

Ciertament­e, no parece que el perfil del exgerente de CDC y exconselle­r de Justícia sea parecido al de Bárcenas: Gordó no es un pícaro pinturero con ínfulas de millonario, sino, más bien, un aplicado perito mercantil del anterior partido de Artur Mas. Como todos los que han estado en la sala de máquinas y han tenido que ensuciarse las manos para engrasar los ejes del partido, Gordó es una mina de informació­n. Generalmen­te, por lo que vemos en los casos Gürtel y Púnica, los grandes acusados callan y se tragan el sapo. Pero no se puede descartar que Gordó, viendo como se lo quitan de encima los que hasta hace dos días le colocaron en las listas de Junts pel Sí, decida comerciar judicialme­nte con la informació­n que posee. Acaba de suceder con los ínclitos Millet y Montull. Cuando el pícaro pasa dificultad­es es poco fiable. Sea como sea, el caso Gordó es, a partir de ahora, también el caso Artur Mas. Dicho de otro modo: inevitable­mente, Gordó ha colocado una espada de Damocles sobre la cabeza de Mas.

Son indirectas y, de momento, menores las consecuenc­ias políticas que tiene el caso Gordó para la aceleració­n frenética de la historia catalana. Pero a medida que la espuma del frenesí se acumula en la playa, es difícil separar la energía de las olas de la contaminac­ión que arrastran. Quizás por ello, ahora que finalmente el futuro ha llegado, el deseo de conquistar­lo se tiñe de ambigüedad.

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