La Vanguardia

El jeroglífic­o

- Pilar Rahola

Atiendo la petición de un amigo que me asegura no entender el juego de equilibrio­s (o desequilib­rios) del tablero del Golfo, y su pregunta merecería la respuesta de Churchill sobre Rusia: “Es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma”. Dice mi amigo que no comprende por qué Arabia Saudí, suní e integrista, se pelea con Qatar (suní e integrista), por presunto apoyo al terrorismo suní e integrista cuando, además, ambos presentan la misma oscuridad en dicha materia. Es decir, ¿cuál es el motivo real de este movimiento sísmico tan peligroso, en las placas tectónicas de la zona?

Sin tener las respuestas imprescind­ibles, hay algunas claves para esta maraña de intereses cruzados. El primer dato es el viaje de Trump a la zona, con gran parada en Arabia Saudí, que envió dos claros mensajes: el reino wahabí es su primer aliado estratégic­o y la política norteameri­cana retorna, con sordina, al relato antiiraní. Es decir, los Saud son los interlocut­ores en toda la región. Con este aval renovado, que implica, también, el aval a la guerra en Yemen (campo de batalla entre chiíes y suníes, que llega a los 8.000 muertos), el liderazgo wahabí se consolida, y los Saud se aprestan, raudos, a devorar un peón para afianzarse en la zona. La decisión, pues, tiene que ver con el dominio suní en la región, en el eterno combate con el chiísmo.

Si Trump ha dado el aval, Qatar ha sido la excusa, un emirato pequeño, tiránico, corrupto y con vínculos estridente­s con el yihadismo.

Pero ¿el yihadismo es el motivo, cuando los saudíes no consiguen barrer el estercoler­o de su propia casa y nadie está libre de vínculos con el Daesh? En absoluto. Más bien se trata de los movimiento­s sutiles de Qatar hacia el gigante iraní, y su relevante papel contra las teocracias vecinas, a través de Al Yazira, especialme­nte con su apoyo a la disidencia en Bahréin (de mayoría opositora chií) y a los Hermanos Musulmanes en Egipto. Ese último dato explica la posición de Egipto, que se apunta a la coalición antiqatarí precisamen­te porque en Qatar está exiliado el gran gurú de los Hermanos, Yusuf al Qaradawi, y muchos de sus dirigentes huidos de Egipto. Si añadimos la guerra en Siria, una guerra a muchos bandos, con chiíes y suníes midiendo sus fuerzas mientras todos luchan contra el Daesh (y el “todos” es un adverbio herido, porque algunos de esos todos también lo ayudan), el jeroglífic­o se convierte en infernal. Nadie es lo que parece, ni ninguna alianza es segura, y en ese juego de equívocos se sitúa la decisión de romper con Qatar.

Al final, una conclusión lacerante: todos usan el nombre del terrorismo para justificar sus acciones, mientras, en el patio de atrás, lo financian y lo utilizan. Lo de Qatar no es una acción de lucha contra el terrorismo, es dominio de la región en la guerra eterna entre chiíes y suníes: pólvora para el infierno.

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