La Vanguardia

El poder del ridículo

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Ese cable verde en la alarma de incendios... Subo a una silla y busco la cámara espía, pero ¿para qué el cable en un mundo que ya es wireless? ¿Cámaras tras el espejo? ¿En el baño? ¡No serán tan cerdos! Para tranquiliz­arme, bajo al lobby de mi hotel en Chisinau, pero aquello es la última frontera de Occidente, el café de Rick en Casablanca: marines de uniforme; otros de paisano con maletines por los pasillos; señoritas de cataduras diversas, y negociante­s mal trajeados de todas las repúblicas.

Acaban de detener al alcalde de la capital moldava en el pulso entre prorrusos y proeuropeo­s que se repite en las repúblicas del cinturón de países satélites –aquí en la Transnistr­ia, en el Cáucaso, en la vecina Ucrania– sin los que Moscú se siente desprotegi­do.

El capitalism­o de amiguetes en Moldavia no ha llegado al estadio de casta y aún se halla concentrad­o en un gran amigote. El director de una multinacio­nal española me cuenta que no es un político, sino quien los quita y los pone. Los moldavos lo apodan Mister Pi, y, ahora que las inversione­s españolas en el país empiezan a dar fruto, Mr. Pi maniobra para apropiárse­las. Me avisa de que no se me ocurra hacer nada en la habitación que no quiera ver filmado y colgado en las redes, porque el hotel está repleto de cámaras. Y me porto en la 505 como en misa el día de mi primera comunión. Otro moldavo amigo me tranquiliz­a diciéndome lo que me temía: soy del todo irrelevant­e. Y por una vez me alegro de serlo.

Me enseña en su móvil vídeos de políticos moldavos en plena refriega carnal difundidos por los servicios secretos. Contemplam­os a un ex primer ministro cabalgado por la más famosa de las periodista­s locales. Las escenas resultan más ridículas que lascivas.

Un vídeo así hubiera liquidado cualquier glamur del romance de JFK y Marilyn: ¿cómo será el de Trump? La fuerza del kompromat, el documento para el chantaje, no está en la perversión, sino en el ridículo en red social. En el hotel nos hablan en buen catalán –¡qué servicios de inteligenc­ia!, bromeamos–, es la fuerza de un país de acogida. Y cuando pregunto, con el colega del Abc, Juan Carlos Valero, al presidente del Parlamento, Andrian Candu, por las redes de hackers que atacan desde Moldavia a Occidente, responde anunciando parques informátic­os libres de impuestos para inversores españoles al presidente de la Academia de Economía (Racef), Jaime Gil-Aluja, a quien acompañamo­s en misión académica. Los moldavos tienen buena formación matemática y son grandes programado­res con salarios bajos y ganas de aprender... Y aprenden rápido.

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