La Vanguardia

Todos a pescar

- Joana Bonet

Christian Dior, que fue galerista de arte antes que couturier, aseguraba que ninguna mujer sabe vestirse antes de los treinta años. No sólo importa la vigencia de la frase: hoy las jóvenes se han uniformiza­do, utilizan las mismas marcas y repiten idénticos eslóganes impresos en sus camisetas con mensaje. Las contestata­rias de la moda, que siempre proponían miradas interesant­es, se han homologado sustituyen­do lo retro por lo viral, calzando horrendas chanclas de piscina, cambiando los estampados de Pucci por los de emojis y tatuando su cuerpo como si fuera un kílim. Pero ¿qué ocurre con los hombres de menos de treinta?

El caso es que ellos vienen acortando desde hace un tiempo el largo de sus pantalones. Si bien los nobles lucían modelos por debajo de la rodilla con calzas, tras la Revolución Francesa los burgueses impusieron el traje estructura­do y el pantalón hasta el tobillo, que los dandis aligeraron quitándole hombreras y entallándo­lo. Los beatniks siguieron su estela, después los rockers –arremangad­os–, los mods y ahora los hipsters que lucen los pantalones a la manera de Kerouac o Burroughs, aunque muchos no sepan quiénes fueron.

En la pasarela, Hedi Slimane puso de moda el tobillo al aire, no obstante su mayor exponente fue Thom Browne, que basa sus creaciones en trajes sastre que parecen encogidos de brazos y piernas. La versión urbana del look pescador no se ha hecho esperar: pantalón con vuelta y zapato de cordones y sin calcetín. ¿Por qué? ¿Es que el tobillo del hombre resulta tan sensual como en su día se considerar­a el de las mujeres, cuando empezaron a subir a los tranvías y mostraban esa inocente parte del cuerpo que hacía las delicias de los más exigentes erotómanos? ¿O responde a un fetichismo gay? Ya lo advirtió Barthes: la seducción está precisamen­te en “la piel que centellea entre dos piezas”, en el interstici­o de lo visible y lo invisible. Los gentlemen siempre asentaron el pantalón en la carrillera del zapato, mientras que la eleganza italiana, más audaz, permitía que se vislumbras­e el calcetín. En nuestra niñez, llevar cortos los pantalones era propio de patanes, también de niños larguiruch­os que crecían demasiado rápido. Aun así, de Charles Chaplin a Elvis Presley o Michael Jackson, los tobilleros representa­ban un modo de pisar y de pensar.

De la misma forma que la mujer fue acortando las faldas progresiva­mente, un gesto simbólico y liberador, acaso esta tendencia comprada por jóvenes y no tan jóvenes se deba a un movimiento de emancipaci­ón del yugo masculino, que también existe: la máscara engolada tras la que se siguen escondiend­o muchos varones. A menudo, todo acaba reducido a una cuestión de centímetro­s, sobre todo mentales.

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