Un cuáquero armado con una Leica
Aparece en castellano ‘Almas vivas’, el relato fotográfico de la Guerra Civil del pacifista angloamericano Alec Wainman
“Mi padre fue de los primeros en darse cuenta de que la política de tolerancia del Reino Unido y Francia frente a Hitler y Mussolini nos llevaba al desastre. Por eso vino a España a luchar. Sabía que la causa republicana era una causa por la que valía la pena jugarse la vida, una causa universal”. Serge Alternês es el pseudónimo de John Wainman, hijo de Alec Wainman, voluntario anglocanadiense en la guerra civil española, un héroe olvidado, felizmente rescatado del olvido con la publicación de una selección de las fotografías que tomó durante la contienda fratricida. El libro Almas vivas (Milenio, 2017) recoge más de 200 instantáneas efectuadas con una pequeña Leitz Leica, según Alternês, “hechas con las pretensiones de un fotógrafo aficionado que hace fotografías para un álbum de recuerdos, que capta lo que ve, lo que ocurre a su alrededor”.
A tan sólo un mes de la sublevación militar, Alec Wainman llega a España a través de Francia en una ambulancia del British Medical Unit (BMI) en misión humanitaria. “Era un joven de 23 años, educado en la filosofía cuáquera, religioso, de ideales pacifistas, pero con ganas de hacer algo para frenar el fascismo”, explica Alternês, que ha completado el libro con el relato de la estancia de Wainman en España, donde le fue muy útil su conocimiento de lenguas, en especial el ruso, ya que había sido agregado de la embajada británica en Moscú. Otros ilustres colaboradores del volumen, como los historiadores Paul Preston y Josep Fontana, el crítico Juan Manuel Bonet, o los periodistas Ernest Alòs y Teresa Ferré, destacan la original mirada que Wainman tiene sobre la tragedia española, muy alejada de las obras de fotoperiodistas coetáneos suyos, mostrando la naturalidad y la dignidad de los protagonistas que la viven. “Su mirada difiere de la iconografía heredada difundida por medios y organismos propagandísticos. Es un testimonio sin censura oficial”, escribe Teresa Ferré.
La ambulancia del joven Wainman recorrió los frentes de Madrid y Aragón, recibió a los camaradas de la Brigada Lincoln, conoció a los reclutados forzosos del Biberón y estuvo en Barcelona en mayo de 1937 cuando el PSUC se impone a las milicias anarquistas y del POUM. De las más de 2.000 fotografías que fue atesorando, el joven cuáquero se fija en su entorno de hospitales, heridos y enfermeras, pero también capta imágenes de la vida rural, de la retaguardia, de las fábricas o escenas de la vida cotidiana como las personas que se congregan en la feria del libro de Barcelona.
“Es un relato que mantiene vi- vas las almas de las personas que aparecen en él, civiles, soldados y voluntarios internacionales, entre otros, con todo el coraje, la pasión y el horror de un país desgarrado por la Guerra Civil. Es un homenaje a la República española, la razón por la que los voluntarios vinieron aquí y por qué ninguna otra guerra nunca ha movilizado a tanta gente, de tantos países, y especialmente de tantos círculos sociales”, destaca Alternês.
Alec Wainman llevó siempre a España en el corazón y lamentó no haber adoptado la nacionalidad española a la que tenía derecho por su trabajo como traductor en el Servicio de Prensa del Gobierno de la República, ya muy avanzada la guerra. En agosto de 1938, iniciada la batalla del Ebro, Wainman contrae una hepatitis, es repatriado y consigue pasar sus carretes camuflados entre material sanitario. Aún trabajará para acoger en Inglaterra a un grupo de niños vascos, o intelectuales como el periodista Marcelino Sánchez o el dramaturgo José Estruch, que han de tomar el camino del exilio. El cuáquero se incorpora al servicio de inteligencia británico y es destacado en Italia y Austria.
Wainman tiene una mirada muy alejada de las obras de los fotoperiodistas coetáneos suyos