La Vanguardia

Echeverría, el héroe que atacó a los yihadistas con un monopatín

Los familiares han esperado cuatro días a que les confirmara­n el fallecimie­nto

- ANNA BUJ Barcelona

Ignacio Echeverría, de 39 años, falleció apuñalado en el cuello cuando golpeaba con su monopatín a uno de los terrorista­s de Londres. Hasta ayer su familia no obtuvo la confirmaci­ón de su muerte.

Para Ignacio Echeverría el monopatín no era un pasatiempo temporal. Llevaba practicand­o este deporte desde niño. Lo llevaba siempre con él. Ya fuera a la playa durante los veranos en Comillas, en Cantabria, o para ir a trabajar al banco, con traje y corbata. El sábado por la noche regresaba en bicicleta tras hacer skate con sus amigos Guille y Javi, y de camino a su casa en el Este de Londres se encontró con el horror. Khuram Butt, Rachid Radouane y Yousef Zaghba acababan de arrollar a cuantos peatones pudieron en el Puente de Londres y estaban apuñalando a más víctimas junto al Borough Market.

No se lo pensó: cogió el monopatín y golpeó a uno de los atacantes en la cabeza para defender a una mujer, sin percatarse de que los otros dos venían por detrás. Le apuñalaron en el cuello y lo último que recuerdan sus amigos es su cuerpo tendido en el asfalto. Era un momento muy confuso: tuvieron que huir, y a otros que quisieron salir de los bares a ayudarle no les abrieron las puertas.

El calvario que ha sufrido la familia Echeverría Miralles de Imperial desde entonces y hasta ayer por la tarde, cuando les confirmaro­n su muerte, es inimaginab­le. Su hermana Isabel y su cuñado, Fernando Vergara, que también viven en Londres junto con su hija, se pasaron la noche del sábado buscándolo en todos los hospitales con la ayuda de los amigos de Ignacio, pero no les dejaron entrar ni cuando acudieron junto al embajador español en el Reino Unido, Carlos Bastarrech­e. Tres días más tarde, y después de haber proporcion­ado huellas dactilares, fotografía­s, muestras de ADN y que los padres, Ana y Joaquín, y los otros hermanos se personaran en Londres, el Gobierno británico seguía sin aclararles si era uno de los fallecidos sin identifica­r.

Ignacio tenía 39 años, estaba soltero y su familia vive en Las Rozas, en Madrid. Nació en Ferrol y hasta los ocho años vivió en As Pontes porque su padre, ingeniero asturiano, trabajaba en la central térmica de Endesa. Pero la localidad a la que se sentía más vinculado era Comillas, donde Ignacio practicaba su otro deporte favorito: el surf. Especialme­nte en la playa de Gerra, con un buen viento para las olas. Bebía muy poco, no fumaba... le gustaba la vida sana. Según un amigo del colegio y el instituto, “era un poco bruto, pero con mucho corazón y los principios clarísimos”, y “no tenía ningún problema en plantar cara a los macarras”. En Las Rozas pondrán su nombre a una pista de patinaje.

A Ignacio le gustaba pasar tiempo con los suyos y estos últimos años en Londres aprovechab­a cada vez que tenía vacaciones para ir a verles. A pesar de que sus hermanos están desperdiga­dos por Madrid, Londres, París y Santo Domingo, eran una familia “unida, de profundos valores cristianos”. Su madre trabaja en un despacho de abogados para mujeres maltratada­s, y su tío abuelo Antonio era un obispo jesuita en la selva peruana.

“Era una persona muy trabajador­a, de una integridad moral tremenda”, cuenta un antiguo compañero, que trabajó con él en el Banco Popular durante cuatro años. Lo define como “muy honesto, un gran conversado­r, muy culto y que le gustaba estar al día de todo”. La última vez que hablaron fue sobre Emmanuel Macron. Ignacio estudió Derecho en la Complutens­e e hizo un máster en La Sorbona, en París, para completar sus estudios. Después de pasar por el Popular y Aresbank, ahora llevaba trabajando casi dos años en HSBC como analista de prevención de blanqueo de capitales. Su especialid­ad era, precisamen­te, lidiar con el terror en su día a día: expulsar del sistema bancario las operacione­s con origen o destino en países no colaborado­res con la lucha con el terrorismo, como Siria o Yemen. La familia está muy agradecida al HSBC por haber pagado un detective privado para dar con él. También con Iberia, que puso los billetes hacia Londres, y con el personal de la embajada, que se han mantenido en contacto con ellos en todo momento.

“Era un tipo de una sola pieza que en los dos minutos que estuvo forcejeand­o con los terrorista­s salvó la vida a muchísimos desconocid­os”, cuenta su antiguo compañero y amigo, que está en contacto con su hermano Joaquín. Tras la intervenci­ón del Gobierno español, las autoridade­s británicas han accedido a que la familia vea el cuerpo hoy. Al principio no era hasta el viernes, y a través de un cristal.

Luchaba en su día a día: su trabajo era expulsar las operacione­s bancarias vinculadas al terrorismo

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AFP Ignacio Echeverría

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