El Santander absorbe al Popular
TRAS una semana negra, en la que perdió el 50% de su cotización bursátil y agotó la liquidez, el Banco Popular fue adquirido ayer a primera hora por el Santander, al precio simbólico de un euro. En la operación, realizada bajo tutela del Banco Central Europeo, intervino el Mecanismo Único de Resolución europeo, que actuó el martes de oficio tras constatar que el Popular era ya inviable por estar “en quiebra o a punto de quebrar”. E intervino también el Santander, una de las entidades españolas interesadas en la compra del Popular, incluidos sus activos y sus compromisos, y dispuesta a ampliar su capital en 7.000 millones para hacerle frente. A primera hora de la mañana, el trato estaba cerrado. Cerca de 300.000 accionistas y titulares de bonos del banco absorbido perderán sus inversiones. Los depositantes, en cambio, conservarán su dinero.
El desenlace de la historia del Popular –que arrancó en un ya lejano 1926– propicia un par de reflexiones. La primera es que el mecanismo de resolución europeo creado tras una decisión comunitaria del 2012 para controlar los riesgos de los bancos en apuros, y ahora aplicado por primera vez, ha funcionado bien. Lo cual es satisfactorio tanto en lo relativo a su eficacia específica como en lo tocante a la consolidación de un marco financiero integrado; es decir, de la unión bancaria.
La segunda reflexión es que la caída del Popular –o, mejor dicho, su integración en el Santander– no costará un céntimo a los españoles. Habida cuenta de casos anteriores, que requirieron onerosos rescates públicos, la solución del Popular es una muy buena noticia.
Desde la óptica del Santander, la operación no está exenta de riesgos, pero presenta un potencial muy prometedor. Su consecuencia más obvia es que el Santander se convierte, tras la absorción del Popular, en la primera entidad de España (por delante de CaixaBank), en cuota de mercado de crédito (19,5%), de recursos (18,8%) y de pymes (24,8%), un ámbito, este último, en el que el Popular tenía una de sus mayores fortalezas. Tras la absorción, el Santander suma un total de 17 millones de clientes, y consolida su posición en Portugal.
Para el Popular, el desenlace de ayer constituye la confirmación de sus peores temores. Bien es cierto que hace menos de un mes sus principales directivos aseguraban que el banco no corría riesgo de quiebra ni preparaba su venta. Pero es un hecho incontestable que la entidad arrastraba un pesado paquete inmobiliario y que sus activos tóxicos se habían cifrado en unos 37.000 millones de euros. A eso hay que añadir una gestión que en los últimos tiempos, lejos de lograr recobrar la confianza de sus clientes, la ha minado, como indican las masivas retiradas de depósitos que han precipitado el final de la entidad.
La operación, aunque salva en parte la estructura de negocio de la entidad y evita a todos los españoles costes adicionales, tendrá también efectos indeseados. Los tendrá para la plantilla del Popular, que se enfrenta a previsibles recortes. Quizás los tenga para sus gestores, que no han sabido evitar lo sucedido. A más largo plazo, los tendrá para el conjunto del sistema bancario español, puesto que abona y contribuye a acelerar su proceso de concentración ya en curso. Y, por todo lo dicho, no es descartable que acabe teniendo también algún efecto para la clientela, en la medida en que pueda favorecer una redefinición de la oferta bancaria, más reducida y por tanto menos competitiva.