La Vanguardia

La sala del aburrimien­to

- Quim Monzó

Hace unos años, The New York Times publicó un reportaje de Hiroko Tabuchi sobre una costumbre laboral japonesa que no conocía. Resulta que en aquel país está mal visto despedir a un trabajador. La ley dicta que se puede hacer sin ningún problema, pero una norma no escrita determina que hacerlo es de mal gusto. La tradición dicta que es muy triste que una empresa eche a un trabajador. Y estamos hablando de grandes nombres como Sony, Hitachi, Toshiba, Seiko, Panasonic... Lo bueno y mejor de cada casa. En Occidente no habría ningún problema. Si se tiene que despedir a un trabajador, se le despide, y cuanto más rápido mejor. Para el empresario no hay problema ninguno y todo son beneficios para él.

¿Qué hacen entonces las empresas japonesas? Pues envían al empleado a una sala que llaman “la sala del aburrimien­to”. Allí le dan una silla y un escritorio y lo ponen delante de un ordenador. Le encargan trabajos fútiles y absurdos, que lo único que hacen es humillarlo. Incluso, a veces no le asignan ninguna tarea, de manera que se pasa el día leyendo diarios, observando la pantalla del ordenador o mordiéndos­e las uñas. Para acabar de complement­arlo, a la sala del aburrimien­to la llaman también “habitación de diseño de carreras”. Cinismo en estado puro. Quizás el primer día hace gracia pasarte el día tocándote la pera en vez de trabajar de verdad, pero a medida que avanzan las semanas, los meses y los años la cosa se convierte en insoportab­le. Es lo que buscan: que poco a poco se desanimen y se depriman. Cuando los confinados en esas salas deciden que no lo pueden soportar más, son ellos los que toman la iniciativa: –Ya tengo bastante. Me voy. Pero si se van de forma voluntaria pierden parte de los beneficios que cobrarían si los hubieran despedido normalment­e. Es una estrategia muy cuca, que quizás habría satisfecho a mi padre si antes no le hubieran concedido la baja definitiva por enfermedad, que, para él, fue el gran triunfo de su vida. Hiroko Tabuchi utiliza como protagonis­ta, eje del reportaje, a un hombre de cincuenta y un años llamado Shusaku Tani, que trabajaba en el Centro de Tecnología Sony Sendai, un centro que se dedicaba a fabricar cintas magnéticas para vídeos y casetes. Pero, como sabe todo el mundo, estos últimos años los vídeos y las casetes han ido claramente de baja y tuvieron que cerrar el departamen­to. Le ofrecieron la jubilación anticipada. Dijo que no.

–Y ahora ¿qué hacemos con este hombre? –se preguntó entonces Son Goku, que ya se había hecho adulto y dirigía Sony.

Pues enviarlo a la sala del aburrimien­to. Allí está, día tras día tras día tras día, con una cuarentena de hombres en su misma tesitura. Qué gran obra de teatro habría escrito Javier Tomeo a partir de esta situación. Lástima que ya esté muerto.

En Japón, nunca, nunca, despedir a un trabajador; ahora bien, hostigarlo sí

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