La Vanguardia

La reducción del centro

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De Theresa May a Jeremy Corbyn, el mapa británico reproduce, con menos ruido, la misma tendencia que el resto de los mapas homólogos: la reducción del centro político en beneficio de los extremos. Y no me refiero a la extremidad más estridente, léase una Le Pen por la derecha o su paralelo en la izquierda, sino de algo más sutil: la radicaliza­ción de los sectores ideológico­s situados, históricam­ente, en posiciones más centradas.

Para decirlo con claridad: las derechas se mueven a la derecha, las izquierdas hacen lo propio a la izquierda, y el centro se queda cual territorio desértico y antipático, donde nadie quiere habitar. Es tan evidente esta polarizaci­ón que incluso quienes siempre han abogado por posiciones centradas necesitan pigmentars­e con salsa progresist­a o su inverso conservado­r. Los límites son más definidos, los territorio­s comunes, más difuminado­s y la retórica política abunda en la rotundidad de los mensajes, perdida toda ambigüedad. Y me refiero a la “ambigüedad” en términos positivos, porque hoy estamos tan sobrecarga­dos de certezas como faltos de matices. Ello vale para todas las democracia­s liberales en general, tanto como vale, en particular, para las Catalunyes y Españas. Ejemplo: las izquierdas catalanas son más pancartist­as y niegan el pan y la sal a las opciones de centro, convertido­s todos los centristas en derechas irredentes; los de centro se avergüenza­n del centro y necesitan parecer algo de izquierdas, aunque ese territorio esté superpobla­do; y los pocos que se reconocen de derechas han extremado tanto el discurso que parecen lo que parecen: derechas extremas. Todo el mundo es algo más extremo, ergo más populista y menos racional.

Retornando a las elecciones en Gran Bretaña, la radicaliza­ción ya asomó su patita con el Brexit y ahora ofrece todo su esplendor. Por un lado, May, una mala aprendiz de Thatcher (no parece tener su altura política) que se está ahogando en su propia demagogia, atrapada entre las promesas imposibles, las meteduras de pata y un aislacioni­smo ultramonta­no que tiene de viejo imperio lo que tiene de renovado patetismo. Y por otro, el líder de la izquierda purificada, un Corbyn que, en su afán nacionaliz­ador y sus promesas obreristas todo a cien, ha quitado el polvo al socialismo anterior a Gramsci. Su evolución discursiva es una involución en toda regla.

Es precisamen­te de Gramsci una frase que, a pesar de haber sido dicha hace décadas, parece una descripció­n del presente: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. La cuestión es saber quiénes son los monstruos, y la respuesta es compleja. Sin duda lo son los populistas de viejo extremo y nuevo formato. Pero también lo es todo un discurso político, a derecha e izquierda que, atrapado en el desconcier­to, chapotea en el populismo con irresponsa­ble alegría.

Las derechas se mueven a la derecha, las izquierdas, a la izquierda, y el centro queda desértico

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