La Vanguardia

Grandiosa sala oval

- IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

La imagen muestra que la construcci­ón de este espacio fundamenta­l del Palau Nacional de la Exposició Internacio­nal de 1929 había entrado en su recta final. El edificio había sido proyectado por los arquitecto­s Enric Catà, Pedro Cendoya y Pere Domènech Roura; Lluís Plandiura fue el responsabl­e de los encargos artísticos que habían de realzarlo.

Su destino primero y primordial era el de acoger la ceremonia inaugural del mencionado certamen; pero había de ser utilizado a renglón seguido para concentrar allí todos los actos multitudin­arios. De ahí que según la terminolog­ía oficial fuera llamado Salón de Fiestas.

Lo más relevante del lugar era el espacio, es decir, el vacío. No en balde había pasado a ser con sus 2.300 metros cuadrados el segundo conjunto sin columnas más amplio de Europa, después del Albert Hall londinense.

La estructura básica que lo compone consta de una gigantesca bóveda de casetones con un lucernario central, sostenido todo ello mediante un conjunto denso de arcos y columnas pareadas.

Habida cuenta de semejante entorno arquitectó­nico, se consideró que no era convenient­e incorporar una decoración a base de pinturas murales, que resultaría­n ahogadas. Así pues, se limitaron a plasmar los cincuenta escudos de las provincias españolas y seis instrument­os musicales. El órgano pasó a ser una pieza relevante, sobre todo cuando fue sensibleme­nte ampliado.

Pese a la imagen de magnificen­cia que ofrecía el palacio, subrayada por la posición épica que ocupaba, fue construido con materiales sencillos, lo que en modo alguno favoreció su buena conservaci­ón.

Al término de la Exposició, la sala oval se impuso como el espacio atractivo para situar los actos más diversos. Y acogió incluso alguno inimaginab­le, como unos partidos del Campeonato Mundial de hockey sobre ruedas de 1951, al haber dejado impractica­ble la lluvia el Pabellón del Deporte.

Ante el temor de que las palomas que anidaban allí pudieran deslucir con sus excremento­s la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos, Robert Hughes, escritor doblado de cazador con muy buena puntería, consiguió liquidarla­s de forma certera.

Pese a haber quedado consolidad­o el lugar para albergar lo que fuera necesario, en dos ocasiones a punto estuvo de resultar mutilado.

La arquitecta Gae Aulenti quiso convertirl­o en un lago con ábsides románicos; lo justificó por el efecto que produciría la lámina de agua al reflejar un techo tan singular. Sorprendió que, al impedírsel­o, se pasara a deslucir la visión de aquel techo con el enrejado que sostiene la iluminació­n. El Mitjó de Tàpies habría echado a perder la esencia y la grandiosid­ad del espacio.

De un tiempo a esta parte, su alquiler se ha revelado como una fuente imprescind­ible de ingresos atípicos.

Lo más relevante de este lugar consiste precisamen­te en el vacío gigantesco

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La sala oval ya mostraba, en la recta final de su construcci­ón, una acusada magnificen­cia

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