La mentora de Hillary
Sara Ehrman se definía primero como judía; segundo, demócrata y, por encima de todo, feminista. Durante su larga vida ejerció como lobbista de Israel en Washington, fue un activo en las filas demócratas, activista para la paz en Oriente Medio y hasta asesoró al presidente Bill Clinton en el conflicto araboisraelí. Pero siempre será recordada como la mentora que intentó convencer a una joven Hillary Rodham de que no tirase por la borda su prometedor futuro en Washington para marcharse con su novio, que enseñaba Derecho en Arkansas. En una entrevista con The New
York Times de octubre, cuando todo parecía indicar que Hillary Clinton sería la primera presidenta de EE.UU., Ehrman evocó aquel viaje de dos días en 1974. Recorrieron juntas en un Buick del 68 los 1.500 kilómetros que separan la capital de Fayetteville, en el Medio Oeste americano.
“Conducíamos y yo le dije: Hillary, ¡por el amor de Dios! ¡Sólo será un abogado de campo por allí abajo!”, explicó.
Con sólo 26 años, Hillary Rodham salía del comité del Senado que había investigado el Watergate. Ehrman, seguidora del movimiento feminista de los 60, no podía creer que la brillante joven que se había graduado en Yale, trabajado en el Children’s Defense Fund y participado como abogada en el escándalo político que más había sacudido el país lo dejara todo por un hombre de futuro incierto. “Cada 40 km le preguntaba: ¿Sabes lo que haces? No puede ganarse la vida”. La respuesta siempre fue la misma: “Le quiero, y quiero estar con él”.
Ehrman nació como Sara Teitelbaum en Staten Island, en una familia de inmigrantes judíos húngaros. Su madre murió cuando ella era una niña y la mandaron a vivir con su tía y diez primos a Manhattan, cuyas simpatías comunistas luego influenciaron su visión política. Un suspenso en química le impidió entrar en el Barnard College. Se casó, tuvo dos hijos y se mudó a las afueras de Washington con su marido, del que luego se divorció. En la capital vio que cocinar y otras labores domésticas entonces asociadas a las mujeres no eran lo suyo. Y pasó de trabajar en la cafetería del colegio de sus hijos a ser la asistente del senador por Pensilvania Joseph Clark , en 1965. A partir de entonces, la dama de
los demócratas judíos –así la llamaron– fue asistente legal del senador George McGovern, luego nominado demócrata en 1972. Esta campaña la llevó a Texas, donde conoció a Hillary. Como directora de investigación contra Nixon necesitaba una abogada, y le mandaron a una chica de Yale vestida de marrón. Se hicieron amigas, y cuando Clinton fue a Washington para el Watergate, le ofreció la habitación de su hijo.
“Hay gente que llega en el momento justo. Para mí, Sara fue una de estas personas. El día en que nuestros destinos se cruzaron en Texas supe que había encontrado una mentora y alma gemela”, ha dicho Clinton al Times.
Siendo muy joven, en un campamento de las juventudes sionistas, conoció a dos activistas judíos de origen palestino que forjaron su opinión sobre la necesidad de un Estado Palestino al lado de Israel. Defendió este principio el resto de su vida, también en su etapa en lobbies como el Center for Middle East Peace, Americans for Peace Now o J Street. Llegó a dirigir el AIPAC –el lobby judío más importante en EE.UU.– en los 80. Luego fue una habitual en la Casa Blanca, ya fuera para visitar a la primera dama o para ofrecer consejos al presidente en Oriente Medio. Organizó su primer viaje a Israel y su asistencia al funeral del primer ministro Yitzhak Rabin, asesinado en 1995. Se reunió con decenas de jefes de Estado, y con el desaparecido líder palestino Yasir Arafat.
En ocasión de su 90 cumpleaños, los Clinton celebraron una fiesta en su casa. Como a lo largo de los años, el expresidente le preguntó qué tal lo había hecho como marido. “Lo hiciste bien”, le respondió Ehrman. Murió el sábado a los 98 años de una enfermedad del corazón.