La Vanguardia

Cuatro veces Goytisolo

- Julià Guillamon

Fin de fiesta. ¿Cuántos años tendría yo? ¿Quince? ¿Dieciséis? El profesor Manuel Navarra nos mandó leer Fin de fiesta, de Juan Goytisolo, en la edición de Biblioteca Breve de Bolsillo-Libros de Enlace, que tenía una cubierta espectacul­ar, con fondo marrón y figuras magenta, como si fuera un cómic. Tentativas

de interpreta­ción de una historia amorosa, rezaba el subtítulo. Ahora entiendo que aquellas viñetas repetidas eran una referencia a las ideas del Nouveau Roman y a sus historias regurgitad­as. Manuel Navarra insistía mucho en el fondo moral de la historia. Una mujer libre, extranjera, se liaba con un tipo de aquí delante de las narices de su marido. La novelita me gustó, sobre todo el ambiente, la incomunica­ción, como se decía entonces. Debía ser 1976 o 1977.

Señas de identidad. La cosa consistía en ser radical en todo y por todo, y pasé de la novela realista a la novela experiment­al (estructura­l, la llamaban los libros de texto). Señas

de identidad no me gustó tanto como Fin de fiesta. Todas aquellas preocupaci­ones del me duele España las encontré pesaditas. Pongamos que fuera 1978 o 1979. Años más tarde la releí y me enamoró un episodio en el que el protagonis­ta entra en un bar bajo los efectos del hachís y ve en la tele una peli de James Bond. Comprendí que me había tomado demasiado en serio eso del experiment­alismo.

Paisajes después de la batalla. Empecé a escribir con la cabeza llena de novelas estructura­les. Ya veía que aquello no podía ser y me parecía que había encontrado una solución escribiend­o textos muy experiment­ales pero muy cortitos, para que pasaran mejor (que no siempre pasaban). En 1985 Llibres del Mall publicó una edición de Paisajes después de la batalla ilustrada por Eduardo Arroyo. Quedé maravillad­o: Goytisolo había llegado a una síntesis irónica de la novela experiment­al de los años sesenta y setenta, que por un lado se relacionab­a con Rabelais, Swift, Fellini y otros clásicos del humorismo feroz y por el otro con la caricatura, los dibujos animados y el cine mudo. El protagonis­ta era un doble grotesco del autor en el barrio del Sentier, campo de batalla de las tensiones contemporá­neas: identidad, política, dinero.

La saga de los Marx. En los años noventa, el editor Miquel Riera me invitó a hablar de Goytisolo en unos cursos de verano. Nos conocimos y sintonizam­os.Nos escribimos algunas cartas, cuando venía a Barcelona algunas veces me llamaba y le visitaba en su hotel. Me sorprendió que un hombre como él, que estaba en la cima, se quejara tanto. Entendí que en este mundillo quien más, quien menos arrastra la insatisfac­ción de no sentirse suficiente­mente querido. En 1993 publicó La saga de los Marx, que es una suite de

Paisajes después de una batalla. Me encantó el final: los refugiados albaneses llegan a Italia y el papel del fax con la noticia se convierte en una rara serpentina. Lo copié, transformá­ndolo, en mi novela La Moràvia. Cuando padre e hijo se reconcilia­n, el chaval sale a la calle. Hay fuegos artificial­es: son las chispas de los sopletes de los talleres del Poblenou donde trabajó el padre. Toda una vida con Juan Goytisolo.

La moral: una mujer libre, extranjera, se liaba con un tipo de aquí delante de las narices de su marido

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