La Vanguardia

Regreso a casa tras 25 años en prisión

Cinco expresos de ETA cuentan en ‘Recoja sus cosas’ cómo es su adaptación a la vida en libertad

- JOSEP MASSOT

Cuando en el País Vasco han dejado de hablar las armas, es el turno de hablar con la palabra, de contar cada uno su propio relato, del desahogo que alivia, un cruce de relatos plural sin intención de aniquilar al contrario. Edurne Portela o Fernando Aramburu han levantado una parte de la losa de miedo y silencio. Está el cómic He visto ballenas, de Javier de Isusi.

¿Cuál es el relato de quienes optaron por considerar que ETA o los GAL eran la continuaci­ón por otros medios de una guerra, por supuesto sucia, como si hubiera guerras limpias? Ander Zurimendi ha reunido en Recoja sus cosas (Pol·len) los testimonio­s de cinco etarras que, una vez cumplidas sus condenas, quedan en libertad.

Dos de ellos estuvieron en Barcelona. Fernando Etxegarai, del comando Aitzgori, fue detenido en 1987 y salió en el 2008, 21 años sin pisar la calle. Etxegarai explica que su ingreso en ETA no se explica si no se entiende cómo eran los años ochenta en el País Vasco. “Además, mi padre era gudari”. Sin delitos de sangre, le fue aplicada la doctrina Parot, que anulaba, de forma retroactiv­a, las redencione­s para que el preso cumpliera la condena íntegra, hasta que el Tribunal de Estrasburg­o la derogó. “En el conflicto vasco ha habido violencias múltiples y es bueno que haya un relato colectivo y plural, no único, relatos cruzados de las vivencias de cada uno, no una monopatria que monopolice la memoria e imponga un relato de vencedores y vencidos”. Iñaki Zugadi, del comando Edibar, cumplió una condena de 25 años por pertenenci­a a banda armada. “Todos se tienen que explicar desde la serenidad, sin dejar zonas oscuras, asumiendo nuestras contradicc­iones internas, para dar tiempo a que cicatricen las heridas; si no se hace así, la cicatriz supurará y no habrá futuro” “Hemos provocado y hemos recibido sufrimient­o y dolor –dice–, pero incidir una y otra vez en el pasado hace más difícil la convivenci­a y la salud democrátic­a”.

Tras 25 años en prisión, ¿qué es lo que más les sorprendió al pisar de nuevo las calles? Iñaki Zugadi dice que “ver a todos los chicos hablando por el móvil sin hablar entre ellos. No lo podía entender”.

Otro de los desfases es el lenguaje y las distancias. “En la cárcel hablamos como máximo con 150 o 200 palabras”, dice Zugadi, muchas de ellas parte del argot carcelario. Adaptarse a las conversaci­ones le llevó mucho tiempo. Igual que las distancias: la costumbre de la pequeñez de la celda o del patio le incapacita­ba para medir el tiempo que tardaba en recorrer distancias más largas, como ir de su casa al bar o la plaza.

A los dos les costó mucho tiempo adaptarse al día a día de la vida en libertad. “En prisión –dice Etxegarai– tenía una rutina invariable, que acabas interioriz­ando. Cuando sales, te sientes desorienta­do. Sólo utilizas 200 palabras y la capacidad de expresión va muriendo, llegas a dudar de si puedes volver a vivir con cierta normalidad”.

Media vida en la cárcel, de prisión en prisión, y, al salir, “la gente ya no es la que dejaste. Los amigos de juventud son padres con hijos. Las posibilida­des económicas que tenías ya no existen: eres un pobre de solemnidad, no tienes trabajo, no tienes perspectiv­a de tener una jubilación”.

Etxegarai señala las emociones contradict­orias que se sienten al poder ver a la familia sin límite de tiempo y, sobre todo, a los hijos, nacidos en los encuentros fugaces con sus mujeres, limitados a 20 minutos, 40 si renuncias a una visita, y la acumulas, o las conversaci­ones con ellos en una sala en la que todos los reclusos se hacen oír a gritos. “A veces, dice, tu hijo o hija, que no te ha visto desde que nació, te ve no como un padre, sino como alguien que invade su espacio”. Zugadi añade sobre la relación con las mujeres: “En la cárcel todos son hombres y las cosas se resuelven a base de testostero­na, una violencia que es diaria. Cuando salí de la cárcel, me costaba hablar con las mujeres, las rehuía. Te has de ir acostumbra­ndo poco a poco, poco a poco”. Tiempo también para cerrar heridas o que, al menos, duelan menos.

“Lo que más me sorprendió fue ver a todos los chicos hablando por el móvil”, dice Zugadi

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INMA SAINZ DE BARANDA Fernando Etxegarai e Iñaki Zugadi

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