La Vanguardia

EE.UU. husmea Qatar 2022

- Joaquín Luna

Todas las desgracias de Qatar conducen al mismo sitio: 1600 avenida Pensilvani­a, Washington DC. El porvenir del emirato está en manos de Donald Trump, el inquilino, y hay muchos hechos e indicios que llevan a pensar que Qatar no acogerá el Mundial de fútbol en el 2022, por lo que sus estadios, llamados a deslumbrar al mundo, se convertirá­n en los testimonio­s fantasmagó­ricos de un delirio.

Estados Unidos desarticul­ó el régimen de Joseph Blatter y su galería de señores feudales en la FIFA –tan pródiga en caudillos latinoamer­icanos– y Estados Unidos se dispone a terminar con la pujanza de Qatar con un pretexto que recuerda al “¡en este local se juega!” del capitán Renault en Casablanca. ¿Qatar patrocina el terrorismo? No más que Arabia Saudí. Oriente Medio nunca será la Confederac­ión Helvética...

El pecado de Qatar es que ha tratado de convertirs­e en el gallo del golfo Pérsico, papel reservado a Arabia Saudí. Mientras la casa de los Saud no necesita marketing ni se esmera en presentar una imagen de modernidad –ni quiere ni le interesa: les basta la pasta–, el clan de los Al Zani internacio­nalizó Qatar con tres frentes modernos y exportable­s: la informació­n (la influyente Al Yazira), la cultura (mecenazgo y grandes museos) y el deporte (contrataci­ón de figuras occidental­es y la organizaci­ón del Mundial de atletismo 2019 y el de fútbol en el 2022).

No seamos hipócritas: sólo el dinero –movido con la generosida­d propia de los habitantes de Arabia y el Golfo– podía conseguir algo tan antinatura­l como un Mundial de fútbol en el diminuto Qatar, por disputar en unas fechas –del 21 de noviembre

EE.UU. tiene en el punto de mira los negocios sucios del fútbol y Qatar: pinta mal que organicen el Mundial

al 18 de diciembre– que van contra el sentido común y los calendario­s de todas las ligas europeas. ¿Alguien cree que Qatar podía ganar la adjudicaci­ón a base de sonrisas y hospitalid­ad? Basta que la justicia de EE.UU. investigue el negocio del Mundial para que salgan pruebas y pruebas tan devastador­as como las que obligaron a Blatter a presentar su dimisión. Y siempre es mejor dimitir o colaborar que terminar en un presidio de Florida...

La suerte del Mundial de Qatar 2022 está en manos de Donald Trump, el presidente que selló hace dos semanas en Riad el “aislamient­o” de Qatar como castigo a su autonomía –que tanto irritaba a los saudíes– y acercamien­to por su cuenta a Irán. Con el presidente Obama, eso era ejemplar. Con Donald Trump y el retorno a la alianza estratégic­a “de toda la vida” –Israel, Egipto y Arabia Saudí–, el alcance del castigo dependerá del grado de sumisión que ofrezca Qatar.

¿El Barça? Hizo lo que todos.

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