La Vanguardia

De la mano del BCE y más barato

- Manel Pérez

El BCE y el Banco de España pensaban que el Popular aguantaría hasta el fin de semana, límite más allá del que no sería posible sostenerlo. El banco llevaba muchos días como el Cid en su última batalla, vivo sólo en apariencia. Los hechos se precipitar­on el martes a las tres de la tarde.

A esa hora, Emilio Saracho, aún presidente del Popular, comunicó al gobernador del Banco de España, Luis Linde, que el banco se había quedado sin dinero y no podría abrir sus puertas al día siguiente. La retirada de depósitos había alcanzado tal nivel que incluso consumió el dinero que el Banco de España, como representa­nte del sistema europeo de bancos centrales, le había prestado para resistir el pánico de los depositant­es e inversores del Popular, el llamado ELA por sus siglas en inglés, según fuentes informadas sobre el curso de los acontecimi­entos.

La regulación de esta manguera especial de fondos establece que la “responsabi­lidad sobre la provisión del ELA pertenece al banco central concernido. Esto significa que cualquier coste y los riesgos derivados de la provisión del ELA correspond­e al banco central nacional”. Es decir, en caso de que no se hubiese encontrado un comprador, el dinero prestado por el Banco de España acabaría siendo una pérdida para la institució­n de la plaza de Cibeles.

La causa última de la caída del Popular es conocida, la decisión de asumir una exposición alocada al sector inmobiliar­io justo en el momento en que ya se estaban empezando a retirar las bebidas alcohólica­s de la fiesta, pero cuando los precios aún estaban por las nubes. Llegó tarde y pagó sin tino.

Pero, en los últimos meses, con Saracho al frente, el Popular se cavó su propia tumba al colocarse a si mismo en una posición indefendib­le que le conducía a una espiral que terminaba en la liquidació­n. En un clima de completa desconfian­za de los inversores, anunció un proceso de venta que estimulaba a los potenciale­s compradore­s –reducidos en teoría a cuatro, Santander, BBVA, CaixaBank y Bankia, y en realidad sólo a los dos primeros– a esperar hasta que la intervenci­ón del supervisor europeo establecie­ra una clara separación entre el Popular de Saracho, y antes de Ron, y la nueva propiedad. Y encima a un precio siempre más bajo del que saldría de cualquier negociació­n con Saracho.

El recién estrenado accionista del Popular se lo ha comprado a la Junta europea de resolución y ha construido de esta manera un muro muy sólido frente al alud de reclamacio­nes de accionista­s, inversores, empleados o depositant­es que se sentirían atracados al ver que sus acciones han quedado reducidas a polvo. Una amenaza que antes de la última crisis fi-

nanciera era una preocupaci­ón menor, pero que tras la jurisprude­ncia sobre cláusulas suelo, gastos hipotecari­os, preferente­s y otras hierbas es un elemento fundamenta­l antes de decidirse a realizar una compra.

Han sido el BCE y los organismos de la regulación bancaria europea los que han intervenid­o el Popular y han reducido a cero el valor de sus títulos. No el Santander.Por esta vía podrían llegar en el futuro las consecuenc­ias negativas para los contribuye­ntes españoles y europeos en el caso de que los tribunales amparen las reclamacio­nes de los afectados, fijen indemnizac­iones y consideren a los reguladore­s responsabl­es de estas. La alternativ­a era el viejo esquema, que pague el Estado, algo que por cierto acaba de ocurrir en Italia con el Monte dei Paschi.

Salvo por la inquietant­e incógnita de las demandas judiciales, el recién estrenado mecanismo único de resolución se ha mostrado, en términos de dinero público, indoloro.

Y discreto. Mientras los medios de comunicaci­ón especulaba­n sobre posibles precios de adquisició­n de las acciones del Popular o en torno a hipotética­s ofertas públicas de compra (OPA), que algunos llevaron incluso a sus portadas de ayer, el añejo banco del Opus Dei ya había sido intervenid­o, sus acciones liquidadas y subastado entre los dos grandes del sistema bancario español.

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