La primera de Ana Botín
Con el foco puesto en la rentabilidad, la presidenta se ha resistido a ir a por el Popular
El 10 de septiembre del 2014, el consejo de administración del Santander nombró presidenta a Ana Botín en sustitución de su padre, fallecido ese mismo día. Su aterrizaje en la cúpula fue complicado: el Santander estaba siendo golpeado en bolsa por su pérdida de rentabilidad y su bajo nivel de capital. Y Botín, consciente de que el escrutinio de los analistas y el mercado sería implacable con su gestión, se puso manos a la obra.
La nueva presidenta tardó dos meses en cambiar al consejero delegado –José Antonio Álvarez sustituyó a Javier Marín–, remodelar la cúpula del banco y el consejo y tomar las primeras decisiones de calado. La más contundente llegó enseguida, en enero. El Santander sorprendió al mercado –y a sus accionistas, negativamente– con una ampliación de capital de 7.500 millones. Estas operaciones pueden ser muy buenas a largo plazo y resultan imprescindibles en un contexto en el que cuesta mucho generar capital de manera orgánica y aumentan los requisitos de fondos propios, pero penalizan mucho el beneficio por acción. Botín no lo dudó y, con la perspectiva del tiempo transcurrido, su decisión fue un acierto.
El Santander dio un paso atrás con sus accionistas, pero con los mejores ratios pudo afrontar en una posición mucho más sosegada los desafíos que se le presentaron en los años siguientes. En especial, tres. En primer lugar, la fortísima crisis de Brasil, el primer mercado exterior del banco y el pulmón de sus beneficios. Casi a continuación, el Brexit, que afectaba al siguiente gran negocio en el extranjero, el del Reino Unido. Y, simultánemente a lo anterior, la dificultad de hacer banca en España y Portugal con los tipos al 0%, como le sucede al resto de la banca. Tocaba ajustar los costes y reforzar las políticas comerciales para sacar el máximo partido a la red.
Por aquel entonces, Botín ya había enseñado sus cartas con el lanzamiento de la cuenta 1,2,3, pensada para fidelizar a los clientes y lograr aumentar sustancialmente un incremento de rentabilidad
En dos años, el banco ha captado 14.500 millones: en 2015 para mejorar su solvencia y ahora para zamparse al Popular
que el accionista pedía a gritos. Tardaría aún bastante en llegar. El Santander que asumió Botín en el 2014 tenía su acción en los 7,1 euros. Dos años después, pugnaba por mantener los tres euros por acción...
Este castigo obligó a la presidenta a remangarse y apretar aún más a la red. El contexto invitaba a la prudencia, a no tomar decisiones arriesgadas y apostar por el crecimiento orgánico. El pasado abril, en la presentación de resultados, José Antonio Álvarez dijo que para adquirir un negocio tenía que “ofrecer un retorno para el Santander superior al coste del capital [entre el 9% y 10%] y ser positivo en términos de beneficio por acción en un plazo de tres años”.
El Popular no cumplía con estas exigencias, sobre todo si había que pagar una prima a los accionistas y dejar al margen los títulos híbridos –bonos contingentes convertibles y deuda subordinada– del saneamiento de la entidad. Cuando el martes se intervino el banco y surgió la oportunidad para comprarlo por un euro, cuadraron las cifras. La del Popular es la primera gran compra de la actual presidenta del Santander. El banco ha crecido a golpe de adquisiciones. Ahora ha llegado la primera de Ana Botín.