La Vanguardia

‘Boogie nights’ de Paul T. Anderson

- Quim Monzó

De joven nunca fui a una discoteca de esas donde los hombres pagan por entrar y las mujeres no, o pagan la mitad. Supongo que se trataba de discotecas masivas donde lo que les interesaba es que hubiera muchas mujeres porque se suponía que lo que los hombres querían era ligar. Pero esa es una asunción errónea porque era (y es) evidente que hombres y mujeres lo desean con la misma intensidad. A mí me parecía una rémora del pasado, cuando en los restaurant­es de veintiún botones al hombre le entregaban la carta con el precio de cada plato mientras que a las mujeres les entregaban una sólo con el nombre de los platos, sin los precios. Se considerab­a que era el hombre quien pagaba la cena y se considerab­a más elegante que ella no supiera qué costaba cada cosa. Lo mismo pasaba en las coctelería­s, los taxis, el meublé... Yo no lo acababa de entender, porque venía de un mundo excelso –los alumnos de la Escola Massana– donde todas esas costumbres habían quedado superadas. ¿No habíamos convenido que no tenía que haber discrimina­ciones por motivo de sexo? Entonces, ¿por qué los chicos tenían que pagar y las chicas no?

También podría haber sido que de adolescent­e no fui nunca a ninguna discoteca y que, cuando empecé a hacerlo de manera habitual, la adolescenc­ia había quedado atrás, ya era un

hombre maduro y– por ser vos quien sois– a menudo tenía un carnet de barra libre que me permitía beber todo lo que quisiese, absolutame­nte gratis, y de paso invitar a los amigos. El primero que recibí fue de Bocaccio, en los años ochenta, después de que escribiera un artículo en el Avui explicando que los porteros de esa discoteca negaron el acceso a un chico negro: Alex Layne, bajo de la obra Ain’t misbehavin’, que se representa­ba en el teatro Victòria. Era la época en que la propiedad de Bocaccio ya no estaba en manos de Oriol Regàs, sino del señor que lo sucedió.

Ahora, Euskadi ha preparado un borrador de reglamento que desarrolla la ley de Espectácul­os y Actividade­s Artísticas que el Parlamento vasco aprobó en diciembre del 2015. Incluye varios apartados, como la venta de entradas con incremento de precio a través de internet, la venta de bolígrafos por 300 euros y, como regalo, la entrada a un concierto... Para mí, la parte más interesant­e es la prohibició­n de venta de entradas en función de sexo, raza, origen o religión, que intenta acabar con esa costumbre de muchos bares y discotecas que cobran a los chicos y no a las chicas, o a ellas les cobran la mitad. La previsión es que, una vez presentada­s las posibles alegacione­s, el reglamento entre en vigor en enero del año que viene, en el 2018. Mientras tanto, en la discoteca Bailódromo Caña Dulce de la Sagrera de Barcelona, entrada, bebida y cien euros de regalo para las chicas que vayan sin bragas. “That’s the way, uh-huh uh-huh / I like it, uhhuh, uh-huh / That’s the way, uh-huh uh-huh / I like it, uh-huh, uh-huh”.

¿No habíamos convenido que no tenía que haber discrimina­ciones por motivo de sexo?

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