Buscar arreglos, no soluciones
Quizá si cambiásemos nuestro lenguaje en relación con la forma de analizar la realidad catalana podríamos encontrar mejores vías para el tratamiento del conflicto político que hoy empantana y fatiga nuestra vida política.
Quizá la palabra solución no sea la más adecuada para abordar los conflictos del tipo como el que existe en Catalunya. Los conflictos no son ecuaciones matemáticas a las que se les pueda buscar una solución única. Son situaciones que admiten equilibrios múltiples. De ahí que quizá sea más útil utilizar el término arreglo que el de solución. “Busquemos un arreglo” es una expresión habitual en la vida de cada uno de nosotros.
Buscar un arreglo puede parecer una actitud poco ambiciosa para la magnitud del reto. Pero no es así. Buscar un arreglo es algo más que conformarse con “ir tirando” o con “salir al paso” en los conflictos. Es buscar activamente la negociación que ha de llevarnos a avanzar.
Un arreglo remite a la noción de contrato social. Un contrato es un acuerdo con el que, por definición, todos ganan. Si no es así, no sería un contrato, sería una imposición. Pero, también, donde todos ceden en algo. Las constituciones son contratos sociales para lograr que personas que tenemos diferentes preferencias e intereses podamos encontrar arreglos a nuestras diferencias y así poder convivir pacífica y productivamente. Las constituciones, como los contratos, hay que adaptarlas cuando cambian las circunstancias que les dieron origen.
Por otro lado, no nos debería asustar la palabra conflicto. Los conflictos son realidades cotidianas a las que hay que atender buscando arreglos que funcionen durante un tiempo. De hecho, un conflicto bien resuelto acaba siendo el cemento de una sociedad armoniosa. En el ámbito laboral, los conflictos entre empresa y trabajadores, cuando son bien atendidos, no destruyen la empresa sino que la hacen más cooperadora y productiva. Y lo mismo ocurre en otros ámbitos de la sociedad.
En todo caso, ¿cuál es esa realidad catalana a la que tenemos que encontrar un arreglo?
Llegados a este punto, deberíamos hacer el esfuerzo de no caer en el vicio de razonamiento de la sinécdoque, consistente en atribuir al todo (es decir, al conjunto de la sociedad catalana) lo que son sólo las preferencias de alguna de sus partes. Y esforzarnos también en utilizar datos contrastados que apoyen nuestros razonamientos.
En este caso utilizo los datos de la última encuesta de Metroscopia sobre “¿Qué piensan los catalanes del procés?” (Metroscopia. Pulso de España, 25 de mayo del 2017). Los datos de esta encuesta son claros: los catalanes encuestados prefieren mayoritariamente la negociación antes que la ruptura. Ante las dos opciones que ofrece el encuestador: a) seguir optando por el actual proceso negociador, o b) optar por una estrategia negociadora del tipo que se ha seguido en el País Vasco, un 31% son partidarios de seguir con el proceso, mientras que un 60% opta por la alternativa de un arreglo negociado, que en el sondeo se formula como “nuevas y blindadas competencias en exclusiva para Catalunya”.
La opción de no cambiar de estrategia es, como es lógico, mayoritaria entre los votantes de las tres formaciones independentistas (ERC, PDECat y CUP). Pero lo más significativo es que, de convocarse ahora elecciones, la cuarta parte de quienes votarían a ERC y un tercio de quienes darían su voto al PDECat se muestran también propicios a un intento negociador “a la vasca”.
Por lo tanto, la idea de un arreglo negociado es una alternativa que podría satisfacer a la mayoría, en la que se incluyen votantes de ERC y PDECat, a la vez que sería una salida válida para la actual situación de empantanamiento.
Esa salida, en mi opinión, se irá abriendo paso, aunque de forma lenta y quizá turbulenta en algunos momentos. Será así porque los partidarios de la independencia no podrán resolver la cuestión que impide su avance y les hace retroceder en apoyos: ¿cómo se logra la independencia de España y, a la vez, mantenerse en el euro y en la UE? Es un dilema irresoluble. Por eso, poco a poco, se irá abriendo camino la vía de un contrato político de soberanía compartida que profundice en los grandes avances que ha traído el Estado de las autonomías.
Naturalmente, para buscar un arreglo alguien tiene que querer negociar. Pero parece claro que, hoy por hoy, la negociación entre los gobiernos o entre partidos políticos no es posible. En estas circunstancias, ¿podemos hacer algo desde la sociedad para activar esa negociación?
Un arreglo remite a la noción de contrato social, que es algo con lo que, por definición, todos ganan