La Vanguardia

El desahucio de Antonio López

- José Joaquín Güell y de Ampuero J. J. GÜELL Y DE AMPUERO, tataratata­ranieto del primer marqués de Comillas

Un hombre de aspecto modesto vacila antes de llamar a la imponente puerta del palacio Comillas, junto a la Rambla. Mientras espera de pie a que le reciba el dueño de la casa, aprieta entre sus manos sudorosas una cartera con 10.000 reales. Cuando se la devuelve a su propietari­o, que la había extraviado esa mañana, por necesidad o por codicia le expone lastimosam­ente sus apuros económicos, sus desgracias familiares, sus fracasos profesiona­les. Antonio López, impaciente, lo interrumpe: “Quédese usted los 10.000 reales y estos otros 10.000; inviértalo­s, prospere, saque adelante a su familia”. Y cuando el hombre, abrumado, se despide ya entre gemidos de agradecimi­ento, el primer marqués de Comillas le mira fijamente a los ojos y le entrega un revólver: “Esto es por si fracasa”.

Antonio López y López había nacido condenado a ser un personaje secundario de Sotileza y acabó protagoniz­ando una novela de Alejandro Dumas. Huérfano de padre, pobre en un pueblo pobre de un país pobre, se rebeló contra su miseria, exploró y explotó los confines geográfico­s y sin duda morales de su época y se convirtió en el caso de ascenso social más espectacul­ar del siglo XIX español. Una trayectori­a literalmen­te subversiva en un país anquilosad­o: profanó la nobleza, con su marquesado, su grandeza y los veraneos de Alfonso XII en su casa de Comillas; reventó en la práctica, con la compra de inmensos latifundio­s, el régimen feudal de propiedad que la ley de supresión del mayorazgo había abolido en teoría; fundó empresas multinacio­nales con sede en Barcelona que trascendie­ron las fronteras del imperio agonizante; modernizó, en fin, la jerarquía de la iglesia con su patrocinio de la futura Universida­d Pontificia de Comillas.

Hace bien el gobierno municipal de Ada Colau en decretar la retirada de su estatua. Porque Antonio López encarna todo lo que ella y los suyos desprecian y temen. Desprecian la verdadera lucha del hombre contra su destino, que no consiste en organizar protestas y lamentar el éxito de los demás, sino en trabajar, arriesgar y, sí, si es posible, triunfar. Capitalism­o sin subvencion­es, capitalism­o salvaje. Con el agravante de que ese triunfo le permita al rebelde redimir su victoria y quizá también sus pecados mediante un ejercicio de filantropí­a apabullant­e, con coda poética y patética en la figura de su hijo beato. Y temen, claro, la complejida­d. La complejida­d de la historia y la del individuo, tan incómoda para inmaduros, hipócritas e irresponsa­bles: es el mismo hombre, tosco e iletrado, quien se apellidó López y quien, junto a su entorno familiar, hizo más por el renacimien­to de las letras y las artes catalanas que el Departamen­t de Cultura de la Generalita­t en las últimas cuatro décadas; quien se lucró con el comercio de esclavos y quien dedicó una fortuna colosal a ayudar a los demás; quien arrancó a la Corona dos suculentos monopolios y quien no esperó la financiaci­ón del Estado para acometer la transforma­ción más audaz de la ciudad de Barcelona.

Sin duda, hay próceres y antepasado­s menos complejos, más asépticos, de más fácil digestión. Pero repasemos el expediente: Antonio López es, con diferencia, el empresario más importante de la historia de Catalunya: Compañía Trasatlánt­ica, Compañía Ferroviari­a del Norte, Compañía General de Tabacos de Filipinas, Hullera Española, Crédito Mercantil y Banco Hispano Colonial. Antonio López es, junto a su familia, el mecenas más importante de la historia moderna de Catalunya. Acogió y patrocinó a Verdaguer, que desde su atalaya de la Diagonal estará ahora avergonzán­dose (líricament­e, eso sí) de su pasado o de su presente. Y encargó obras fundamenta­les a Martorell, Domènech i Montaner, Mestres, Llimona, los hermanos Vallmitjan­a y, claro, Gaudí. Antonio López es el charnego, avant la lettre, más importante de la historia de la ciudad y el máximo exponente de la celebrada y languideci­ente sociedad civil catalana, aquella que apuesta por la iniciativa privada no sólo para promover negocios, sino –de la reforma de la Via Laietana al proyecto de la Exposición Universal– para transforma­r la ciudad.

Los méritos son abrumadore­s. Eso sí, hay que ser sinceramen­te laico para distinguir entre el pecado y el delito, entre lo divino y lo humano, entre lo eterno y lo contingent­e. Los pecados no prescriben; en el mejor de los casos se expían, y a fe que el filántropo López hizo todo lo posible por expiarlos. Pero para condenar por un delito hace falta una ley. Humana y contingent­e. La misma ley que amparó a los doce presidente­s de Estados Unidos (incluidos los venerables Washington, Jefferson, Madison y, trágicamen­te, Grant) que fueron propietari­os de esclavos. Y no esa ley anacrónica que hoy arrojamos con arrogancia a la Barcelona de ayer para condenar al hombre de Roosevelt que luchó en la arena.

Me gustaría pensar, y más aún escribir, que a Antonio López no le importaría que retiren su estatua. Pero no estoy seguro. Porque el sesgo retrospect­ivo no sólo afecta a la censura ética de lo que en su día fue legal. Hay otra distorsión, más sutil, pero igualmente insidiosa. Los ojos de esta izquierda infantil no alcanzan a ver más allá de la caricatura del magnate. Desdeñan al rico, al poderoso, al opresor. Y no distinguen ya al niño que abandonó su casa descalzo, al emigrante que triunfó, al advenedizo que forzó su aceptación, al catalán de adopción. Cuando la grúa se lleve su figura torpe de patricio sobrevenid­o, Antonio López verá cumplida la condena atávica de los españoles que no nacieron donde debían.

Los ojos de esta izquierda infantil no alcanzan a ver más allá de la caricatura del magnate

 ?? XAVIER GÓMEZ / ARCHIVO ?? La estatua. El monumento a Antonio López en Barcelona
XAVIER GÓMEZ / ARCHIVO La estatua. El monumento a Antonio López en Barcelona

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain